Por: Amilcar Olivares (@amilcaracol)
Hay, en una esquina de la Narvarte, un lugar que tiene más de 54 años ofreciendo lo mejor de dos mundos: Lechón, pero lechón al horno. Es decir, toda la jugosidad y sabor de un cerdito tierno, pero sin la grasa y la manteca en la que se hunden y que se asocia negativamente a “las carnitas”.
El lugar, no ha cambiado su decoración en esos 53 años (o, al menos, esa impresión de tiempo detenido y nostalgia, se da aquí): azulejos azules y blancos, dos pequeños salones con sólo tres o 4 mesas, una pequeña barra y, como templo, una vitrina que muestra las piezas de chamorros y maciza bajo la luz de un par de focos que anuncian la gloria.
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Complementan el cuadro de la vitrina: pollos completos también hechos al horno y láminas crujientes de chicharrón que, en este lugar, a los clientes ofrecen en cortesía en cuanto se sientan.
“¡Aquí en Lechoncitos al Horno sí son lechones hijos de cerdos gordos y sanos!” se lee en el manifiesto de “El Juego de las apariencias” que cuelga, casi desvencijado, como única decoración de las paredes blancas del salón y que muestra la filosofía del lugar: aquí no hay poses, no hay apariencias, se ofrece sabor, un gran producto y ya. Por ello, todo es de una autenticidad única.
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La carta de este lugar es mínima, pues no necesita más: puedes pedir chamorro, maciza o pollo en alguna de las versiones de torta, taco o tostada. Pero, con eso basta. Nada más, si acaso el complemento que ofrecen de frijoles charros. La clave está en el terminado de la carne que es de una jugosidad y suavidad impecable.
“La clave de nuestra receta está en el mechado o en la forma que tenemos de picar el lechón; y en el adobo que untamos a la carne, que no es gran ciencia: hacemos una mezcla de chile ancho, guajillo y especias. Y después lo metemos al horno por más de cuatro horas y listo”, nos dice entre sonrisas Don Armando López, dueño de este lugar por los últimos 48 años, y que atiende junto con su hijo desde entonces.
La Casa de los Lechoncitos al Horno, es un lugar de barrio, auténtico, sin pretensiones, donde la clientela ha sido la misma durante medio siglo y a la que llegan nuevos clientes en búsqueda de sabor. Es un lugar imperdible que es tradición pura en una colonia que lucha, también, en contra de la gentrificación.