Era un martes muy caluroso y estando a pocas cuadras del mercado no veía el momento de poderme ir por la sombrita; urgía llegar y resguardarse del calor, beber algo frío, calmar la palpitación. A las dos de la tarde en punto, el mercado estaba inundado de djembes retumbando al compás de mis latidos. Navegué por la zona de mariscos hasta decidirme por una silla.
Por: Historias de comal / Fotos: Nancy Granados
Pedí ostras en su concha y una michelada de XX Equis; una Lager porque pasa más rápido, además de que va muy bien con la parte limonosa de las ostras y la salsa Huichol. De entre todas las botellas de picante que puede haber en las marisquerías, ésta es la adecuada, pues la Valentina es para las papas fritas, la Búfalo —por su cremosidad— para los tacos gobernador y la Lol-Tun para acentuar el caldito de camarón.
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Aquí lo importante es el vicio de la comilona, sin importar si se compran frutas y verduras para la casa. En medio del ajetreo citadino —conductores histéricos pegados a sus bocinas, el metro retacado de gente y la rutina godín— se encuentra esta isla paradisiaca llamada Mercado San Pedro de los Pinos. Además de en los mariscos para ceviches y cocteles —con su aguacate y cátsup—, la maravilla está en las pescadillas crujientes, los langostinos y la mojarra al mojo de ajo.
Me dicen que antes de ser mercado esto era un enorme rancho y que muy cerca del mercado, a 15 minutos caminando, hay una pequeña zona arqueológica, la cual presume de haber sido un centro ceremonial en honor a Mixcóatl, dios de la caza, un fact muy pertinente para nuestro tema gastronómico.
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Seguí recorriendo los pasillos mientras iba contando el efectivo que traía en mi monedero. La siguiente parada fue una parrilla argentina. Ellos muy propios, uniformados de chefs, con los fogones al centro de la cocina y banquitos altos para los comensales. Ordené dos empanadas: una de carne y otra de queso con elote… por favor. Cuando llegaron a la mesa, el olor a pan recién hecho despertó de nuevo mi antojo. Lo malo fue que aunque traté de evitar el chimichurri, terminé agregando un poco, algo que los argentinos me han dicho que no es correcto. Ustedes perdonen.
Después llegaron los vinitos tintos en jarrito de peltre y la tentación de una hamburguesa al carbón con pan hecho en casa. Un bollo suavecito y esponjoso que seguro hasta solito con mantequilla ha de resultar bastante correcto.
¿Postre o café? La decisión es difícil cuando se quieren las dos cosas al mismo tiempo; una no puede existir sin la otra. De pronto, una vitrina se iluminó: flanes cremosos tintineantes en su caramelizada superficie, así como escultóricas gelatinas —de agua y de crema—, además de pasteles de elote, de los cuales se presume que la receta es secreta y que su éxito los llevó de tener una pequeña mesa a un local digno de tres escaparates.
Sin dudarlo pedí un flan napolitano y una gelatina de mamey tan dulce y suave que iba perfecta con el espresso que compré en el local de enfrente. Ahí sentada, comiendo el postre de esa tarde calurosa, vi personajes peculiares, como un señor de unos 80 años de traje azul cielo y sombrero Tardán que sólo fue por cilantro y una caja de cerillos. También vi a un mixólogo comprando piñas. “Deme las más maduritas”, le decía a la vendedora, mientras se reían de quién sabe qué.
Cinco imperdibles
– Kin Sake: una barra de sushi con calpis y sake
– Parilla Don Beto: desayunos y comidas muy argentinos
– Repostería Selecta: conocidos por su panqué de elote
– La Fuente de la Juventud: mariscos y cocteles
– Doña Paulita: antojería y atoles
- Dirección: Calle 7 s/n, col. San Pedro de los Pinos
- Horario: de 7:00 a 18:00