Moctezuma Xocoyotzin, gobernante de la ciudad mexica de Tenochtitlán a la llegada de los españoles, vivió en condiciones que asombraron a los conquistadores y cronistas: Hernán Cortés, Bernal Díaz del Castillo y Fray Francisco Aguilar, entre otros, relatan en sus obras, con
asombro, la abundancia de la mesa del tlatoani.
Cortés, en sus Cartas de relación, y Bernal Díaz, en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España coinciden: al emperador y a sus pocos invitados les servían más de 300 platos y 30 guisados diferentes. Todo era montado en escudillas o platos que se colocaban
sobre braseros para mantener caliente la comida.
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Los platillos eran ofrecidos por mujeres; dos de ellas se encargaban, exclusivamente, de tener listas suficientes y variadas tortillas. Mientras el emperador estaba en la mesa, su personal lo entretenía con cantos y bailes.
Nadie podía ver al líder a la cara mientras comía. Según los cronistas, en la mesa del tlatoani se servían antojitos como tlaoyos o tlacoyos, tacos, dobladas de flor de calabaza o ayoxichitlacuelpacholli, gallinas, gallos, faisanes, perdices, codornices, patos, palomas, conejos, puercos y liebres, todo acompañado de una bebida espumosa de chiles y cacao “para tener acceso a las mujeres”.
De postre se comían elotes endulzados con mieles, capulines, miel de abeja, caña de maíz y frutas como mamey, zapote negro y blanco, chicozapote, chirimoya, pitahayas, tejocotes, capulines y tunas. Al final, se servían tres cañitos con liquidámbar y tabaco, para ayudarle al emperador a tomar su siesta.
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Además de copiosas descripciones sobre los alimentos servidos, los cronistas detallan, también, la cotidianidad del tlatoani y el ritual que representaba para él el sentarse a la mesa. Definitivamente, la comida en el México prehispánico, cuyo símbolo y sustento era el maíz, era
tanto alimento como ceremonia.