Quizá en restaurantes vegetarianos has visto que ofrecen tempeh (en guisos diversos) como parte de su menú. Pues bien, llegó el momento de conocer de qué está elaborado este alimento.
Hay que comenzar diciendo que el tempeh es un fermentado, la mayoría de las veces de soja, que suele consumirse en Indonesia. Aunque, también puede elaborarse de legumbres, como garbanzos y alubias.
Se cree que los primeros fermentos surgieron hace miles de años. Existe evidencia, por ejemplo, de que se producía pan con levadura en el antiguo Egipto en el año 1500 a.C. Otras muestras de este tipo de preparaciones, serían: el kimchi, el kéfir y la kombucha.
Conforme la UNAM, la fermentación es un proceso complejo, ya que la transformación del alimento se produce por la acción de microorganismos del medio ambiente.
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¿Cómo preparar tempeh casero?
Una forma común de preparar tempeh es remojar soja orgánica por todo un día y procurar limpiarla para quitar la mayor cantidad de cáscaras. Después, debe cocinarse hasta que esté suave, pero que no se deshaga en la boca. Como vemos, es un trabajo de precisión.
El siguiente paso es retirar la espuma y basurita (cáscaras) que puedan desprenderse. Para después colar, agregar vinagre y dejar secar.
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Posteriormente se debe agregar hongo Rhizopus Oligosporus (un tipo de moho que puedes adquirir por internet) a la preparación. Mezclar bien y colocar en bolsas de plástico con pequeño orificios (tradicionalmente se envuelve en hojas de plátano).
Por último se debe mantener la mezcla a una temperatura de entre 30 y 32 grados centígrados hasta por 42 horas. Después de eso, el tempeh quedará listo.
Tip: Una manera de incubar el tempeh es al interior del horno con la luz encendida. Lo recomendable es que después de 20 horas (cuando el alimento comienza a producir su propio calor) se retire la fuente externa, es decir, que se apague la luz. Aunque no está de más cerciorarse cada dos horas de la temperatura con ayuda de un termómetro.
Ya listo, esta preparación debe tener la apariencia de una palanqueta. Puede conservarse hasta seis meses en el congelador; lo recomendable, si no se congela, es comerlo en los tres días siguientes a su preparación.