Entre el cielo y el puerto de Auckland se alza un edificio majestuoso: JW Marriott Auckland. Donde la ciudad bulle entre rascacielos y mareas, hay un refugio que no se limita a ofrecer descanso: lo transforma. El JW Marriott se presenta como una experiencia sensorial que redefine la forma en que habitamos el viaje. Más que un punto en el mapa, es un estado de ánimo, un paréntesis de calma donde cada detalle —desde el aroma seductor del vestíbulo y la mágica bebida de bienvenida que cambia de color, hasta la luz que acaricia los ventanales al amanecer— está diseñado para reconectarnos on lo esencial: el silencio, la belleza, el tiempo propio.
Por Melanie Beard
Entre el cielo y el puerto
Mi estancia en JW Marriott Auckland fue una pausa dulce entre los latidos de una ciudad vibrante. Desde el instante en que crucé sus puertas, sentí cómo el tiempo se ralentizaba, como si el edificio mismo me invitara a respirar más despacio, a mirar con atención, a habitar el presente.
El vestíbulo, con su elegancia sin aspavientos, susurra calma. No hay excesos ni frialdad: todo está ahí por una razón, como si cada objeto hubiera sido escogido para reconectar al viajero consigo mismo. Me recibió un silencio amable, ese que no es ausencia de ruido sino presencia de paz. Un oasis de mármol, madera y luz, suspendido en el corazón palpitante de Auckland.
El lenguaje de la serenidad
Mi habitación era un poema de líneas suaves y espacios generosos. Amplia, cálida, sin pretensiones, con una terraza que me regalaba cada mañana un cuadro distinto: el perfil de la Sky Tower al amanecer, la danza discreta de las nubes, el murmullo del puerto que llegaba desde lejos. Los detalles eran caricias invisibles: sábanas que abrazaban, una ducha que era rito, tecnología que no interrumpía sino acompañaba.
Cada rincón hablaba el lenguaje de la serenidad. El gimnasio, abierto siempre, parecía entender que el cuerpo también busca su ritmo incluso lejos de casa. La piscina, elevada y cálida, ofrecía una mirada distinta del horizonte, como si nadar fuera otra forma de volar. Allí, el estrés no tenía nombre.
Una historia en cada bocado
Pero fue en la mesa donde descubrí otra faceta de este santuario urbano. El restaurante Trivet, discreto y elegante, es un homenaje al sabor auténtico de Nueva Zelanda. Platos que sabían a tierra, a mar, a estaciones. Cada bocado era una historia, cada copa un viaje. El bar, con su sofisticación sin artificios, era un refugio para las conversaciones lentas y las miradas largas.
El Chef Wallace, originario de la Polynesia, logró aquí crear una sensación difícil de nombrar, una de conexión con la tierra, con lo local, a través de cada bocado. Aquí podemos vivir la experiencia de Front Row, donde vemos frente a nosotros al talentoso equipo de la cocina preparar nuestra cena.
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La cocina de Trivet nos logró conmover con raíces profundas. Hay en sus platos una sensibilidad que honra el producto sin disfrazarlo: pescados que cuentan historias del mar cercano, vegetales que saben al sol de la isla, especias que evocan tradiciones familiares. Cada preparación es un acto de equilibrio entre técnica y emoción, entre memoria y presente. Comer en Trivet es un diálogo silencioso con la geografía, la cultura y el alma de Aotearoa.
La magia de Auckland
Auckland es esa ciudad que te atrapa sin hacer ruido, con su mezcla relajada de vida urbana y paisajes que quitan el aliento. No necesita alardear: un paseo por el puerto, una caminata entre volcanes dormidos o una tarde en alguno de sus barrios con carácter bastan para entender su encanto. Es cosmopolita sin perder su esencia local, y tiene ese ritmo propio que invita a explorar sin apuro. Hospedarse en el JW Marriott potenció esa experiencia, dándome el equilibrio perfecto entre aventura y descanso.
Para mas información: JW Marriott Auckland
