Todo empezó en 2014, en los años en que el boom del mezcal comenzaba en México y el mundo. Elena Velázquez, una oaxaqueña amante de dicha bebida, se dio cuenta que al tiempo del creciente interés en el destilado, también aumentaba la demanda de productos satelitales a él, como la sal de gusano de maguey.
“En ese momento una gran amiga y yo pensamos: “¿Y si producimos sal de gusano de maguey?”. La idea nos pareció buena a ambas, pero traía aparejado un gran reto: empaquetar de forma diferente este producto, para resaltar entre el mundo de personas que lo ofrecían en envases nada llamativos”, asegura Elena.
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Ese fue el comienzo de Sabor de Maguey; un colectivo de mujeres con raíces profundas, que se encarga de recolectar y vender insectos comestibles y demás productos gourmet de Oaxaca.
La fortaleza de la soledad
En los primeros meses del proyecto, todo el trabajo lo hacían Elena y su amiga. Desde hacerse de los insectos, hasta guardar pequeñas porciones de ellos en frascos de vidrio, etiquetarlos y distribuirlos. Las primeras ventas fueron con gente cercana y conocidos, pero eventualmente su demanda aumentó y no se dieron abasto.
Entonces pensaron en buscar manos extra. Al buscar en opciones, ambas delinearon uno de los principios básicos de Sabor de Maguey. Decidieron sólo contratar a mujeres, a las que este trabajo les diera un ingreso extra a sus labores habituales.
No tuvieron que pensar mucho acerca del lugar donde ofrecerían sus vacantes. De inmediato supieron que tenía que ser en San Antonio de la Cal, un pueblo de los Valles Centrales famoso por la calidad ancestral de sus tortilleras, y en donde las mujeres conocen sus metates y comales de barro tan bien como la palma de sus manos.
“En San Antonio, que es un sitio con mucha emigración hacia Estados Unidos, hay muchas mujeres que se dedican a este oficio. Por la pandemia muchas de ellas perdieron sus trabajos, son las jefas de sus familias y nos pareció que este apoyo les vendría bien, al tiempo que sería un gran alivio para desahogar todo el trabajo que teníamos encima”, recuerda Elena.
Así que que el equipo –que terminó siendo de seis mujeres– consiguió chiles, sal y gusanos, y empezó a experimentar hasta dar con la receta perfecta de la sal del insecto. Desde entonces todo se muele en metates, se dora en comales rústicos y se envasa a mano.
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Subir, subir, subir
De pura publicidad de boca en boca, Sabor de Maguey fue haciéndose más conocido. Sus ventas siguieron incrementándose; diversificaron los insectos que vendían, al incluir chapulines y chicatanas, así como miel de maguey y hojas secas de poleo para hacer infusiones, y eventualmente tuvieron que cambiar su presentación.
Ahora los ingredientes vienen en tubos de cristal tapados con corcho, así como en frascos estilizados y con etiquetas que ya hablan por sí mismas de una marca aterrizada. Detrás de cada detalle está el vivo esfuerzo de seis mujeres, que se encargan de llevar trozos de campo oaxaqueño a distintas partes del país.
“La pandemia, claro, fue un bache en nuestro crecimiento. El proyecto comenzó vendiendo unos 20 botecitos al mes, que con el tiempo se volvieron mil en temporada alta de turismo. Luego prácticamente nada. Logramos tener un punto de venta fijo en el Centro de Oaxaca y diseñamos nuestra página web para venta a toda la República. Tenemos el anhelo de que esto funcione”, dice la fundadora.
Sabor de Maguey también tiene sus productos a la venta en el Museo del Tequila y el Mezcal, en la CDMX, y pronto pretenden incursionar en las exportaciones a otros países.
“Nosotras tenemos un sueño y sabemos que vamos a lograrlo. La pandemia y la crisis tienen que pasar y ahí seguiremos unidas, dándole continuidad a nuestro proyecto”, asegura Elena.
Sabor de Maguey
Dónde: Valerio Trujano 321, Centro, Oaxaca.