Esca es un lugar donde el tiempo se saborea, un restaurante que susurra con una elegancia que se queda en la memoria. Allí llegué en busca de un respiro, y me encontré con un santuario de armonía, buen gusto y sensibilidad gastronómica.

Por Melanie Beard
La primera caricia es visual: una casona que parece haber sido construida para albergar conversaciones largas, pausas prolongadas y sabores que invitan a cerrar los ojos. Su arquitectura clásica se entrelaza con líneas contemporáneas, mientras el verde del jardín murmura al compás de una ciudad que, por un instante, parece detenerse.
Ambiente poético
Todo en Esca ha sido pensado con una atención casi poética. Los materiales, la luz, los sonidos: nada es casual. Rolly Pavia, mente brillante detrás de este universo creó aquí un estado de ánimo. Es como entrar en una escena bien iluminada de una película donde uno es, inesperadamente, protagonista.

Me senté bajo una brisa suave, en una mesa rodeada de hojas que bailaban discretamente. La atmósfera era de calma serena, como si el tiempo ahí transcurriera en otro ritmo, más amable, más humano. Esca recibe con calidez no solo a sus comensales humanos, sino también a sus acompañantes de cuatro patas. Su ambiente pet friendly hace que cada visita sea aún más acogedora y especial.
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Relato en cada platillo
La propuesta del chef Tobías Petzold es un relato. Cada platillo parece contar una historia, escrita con ingredientes precisos y emociones reconocibles. Probé la esfera de parmesano con trufa: un bocado que se derrite como si supiera que no necesita convencer a nadie. Luego, el kampachi crudo llegó como una caricia marina, delicado y fresco, como si lo hubieran traído directamente de una ola lejana.

Fue el atún en lata el que tocó algo más profundo: esa mezcla entre nostalgia y sofisticación que muy pocos logran. Un homenaje juguetón y elegante a las conservas de infancia, reimaginado con atún fresco y pimientos que parecían contar un recuerdo. El pan con erizo cerró el momento como un susurro salino del Mediterráneo, audaz y sereno a la vez.
La carta líquida
Y luego, la carta líquida: una exploración sensorial. Probé el Giulio Spritz, de color rosado intenso y un giro aromático que lo volvía casi hipnótico. El Optimo Martini, elegante hasta en su silencio, llevaba el perfume del Carpano Extra Dry y la sofisticación de un encuentro que uno no quiere que termine.
Esca es una experiencia delicadamente orquestada donde cada elemento —la luz, el ritmo, los sabores, los gestos— se une para recordarnos que el arte de vivir está en los detalles. Aquí, comer es sentir, recordar y, sobre todo, detenerse a saborear el tiempo.

Para más información: Esca MX