Por: Paulina Salgado
El término comfort food surgió a principios de la década de los setenta en Estados Unidos y se popularizó, en el 2014, gracias al libro del mismo título escrito por el cocinero británico Jamie Oliver.
En palabras del autor se trata de “un festín de recuerdos nostálgicos y tradiciones para que al comensal se le dibuje una enorme sonrisa cuando los deguste”. Algo así como lo que siente Anton Ego cuando prueba uno de los platillos de Remy en la película Ratatouille.
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En pocas palabras, el comfort food podría describirse como toda aquella comida fácil de preparar, que es rica en sabor y alta en carbohidratos; que nos ayuda a sanar heridas físicas o emocionales. Por ejemplo un pedazo de pastel de chocolate para una ruptura amorosa, el caldo de pollo para alguna enfermedad respiratoria o un té para el dolor estomacal.
Este movimiento resalta la nostalgia, sazón, sencillez e ingredientes económicos y fáciles de preparar. La nostalgia porque tienen que ser platillos relacionados con nuestro entorno y que tenga sabores familiares.
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Lo mejor es que cada lugar puede tener su propia definición de comfort food, según sus gustos culinarios o según sus preferencias. Por ejemplo si el lugar es frío o seco posiblemente se prefiera una taza de chocolate caliente o todo lo contrario si se vive en una zona cálida.
Al final todos estos alimentos están orientados no solo a saciar el hambre también a confortar el alma y cada uno puede descubrir cuál es ese platillo que le ayuda en esos momentos difíciles.