Israel Velasquez se sienta cerca de una mesa, en su restaurante, y observa lentamente la estancia vacía. Alrededor hay más mesas, juegos infantiles, puro color. Pero nadie más que él, uno que otro mesero atendiendo la puerta y cocineros esperando que les pidan las primeras órdenes del día.
Se trata de una nueva versión de Pingomania Adventure, un salón de fiestas para niños que tuvo que cerrar por la pandemia, y que se reinventó con un concepto gourmet para poder sobrevivir a la crisis.
“Han sido tiempos de mucha angustia, estrés y desesperanza. A pesar de todo, sacamos fortaleza de donde pudimos y decidimos seguir adelante, hasta donde las baterías aguantaran”, asegura Velasquez.
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Otros días
Un día normal en el salón de fiestas, antes del covid-19, implicaba el bullicio de niños divirtiéndose a toda hora. El concepto tenía nombre importante en la colonia del Valle, de la CDMX. Las fiestas infantiles eran el motor de existencia del lugar y la carta de comida rebosaba snacks para ese tipo de ocasiones.
Luego todo cambió.
La embestida del coronavirus fue definitiva. Un día la gente simplemente dejó de ir a Pingomania, las ventas cayeron dramáticamente y tuvieron que cerrar por mandato de las autoridades de salud, al igual que otros 90 mil restaurantes en la CDMX.
El personal del lugar, que inicialmente era de más de 25 personas, tuvo que quedarse sólo con 12 miembros. Los mil 100 metros cuadrados del establecimiento se veían más desolados que nunca. El equipo estaba mutilado, pero andaba.
Velasquez se puso a pensar en una estrategia para no declararse en bancarrota y despedir a todos sus empleados, y decidió implementar un formato completamente nuevo y desde cero.
“Negociamos la renta del lugar y nos la disminuyeron un poco. Pero teníamos mil y un gastos fijos y decidimos hacer entregas a domicilio, con un menú gourmet renovado, para poder estar a la altura de la situación”, cuenta.
Las adaptaciones fueron tanto en las instalaciones, como en el personal y la carta. Ésta última se diseñó con cerca de 80 opciones dulces y saladas, que se ordenaban por teléfono y llegaban a casa de sus clientes. De sólo vender hot dogs o hamburguesas, ahora tienen varias pastas italianas, noodles asiáticos y recetas de mar. El menú de siempre permanece para los nostálgicos de la fast food, pero la apuesta es otra.
No obstante, también se hicieron cambios en la cocina industrial del sitio. Compraron muchos más utensilios, así como hornos panaderos y para platillos elaborados. También hubo labor de albañilería para colocar nuevos azulejos y hasta para instalar nuevas lámparas. La inversión fue fuerte, pero era la última oportunidad que tenían para salir a flote.
“Para mí esto ha sido como iniciar un negocio de cero. Deja una sensación extraña, pero tenemos mucha fe en que esto eventualmente mejore. Pusimos toda la carne en el asador”, cuenta el dueño.
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Las fiestas de hoy
Aunque los restaurantes de la capital del país ya pueden abrir, bajo el seguimiento estricto de algunas normas de seguridad, las fiestas infantiles aún no están permitidas en sitios cerrados. Pingomanía no volverá a ser lo mismo en un buen tiempo.
Las fiestas infantiles presenciales también tuvieron que cambiar. Independientemente de las entregas que hacen a domicilio, y del servicio de comida que se ofrece en el restaurante, ahora lo que idearon hacer es “enviar” la experiencia de una fiesta infantil.
Los niños que cumplen años reciben un paquete con comida alusiva a su evento y pueden conectarse en tiempo real con presentadores que montan un show virtual, al tiempo que lo ven todos los amigos del festejado. El pastel, los gorros, las serpentinas y silbatos nunca faltarán.
“Todos los días seguimos con el mismo empeño de cuando decidimos cambiar la forma de hacer nuestro negocio. Ahora todos somos al mismo tiempo meseros, cargadores, le entramos a la cocina, vamos de compras, hacemos repartos de comida. Pero estamos felices y juntos tenemos mucha fuerza para continuar con el proyecto”, asegura Velasquez.