Hotel Escondido es una insinuación susurrada entre las hojas de la jungla y las olas del Pacífico. Diseño con alma en Puerto Escondido: el Hotel Escondido está aislado pero vivo, silente pero palpitante. Todo lo que aquí ocurre parece parte de un sueño cuidadosamente curado: la textura de la madera bajo los pies descalzos, la arena que se cuela como un secreto, la luz que se filtra entre las ramas y acaricia las paredes con una ternura que casi da pudor.
Por Melanie Beard

Un diseño con alma
La arquitectura se entrega al entorno. Minimalista, suave, íntima. Como si cada rincón fuera diseñado para no interrumpir al viento. Las cabañas se camuflan entre cactus y palmas, dejando que el mar haga de telón permanente. Pero es al caer la tarde, cuando el sol se derrite sobre la línea del horizonte, que el alma del Hotel Escondido comienza a revelar su verdadero lenguaje: el del ritual.
Y en el corazón de ese ritual está la comida. Aquí la experiencia se trata de rendirse. Los sabores se presentan, se celebran, se contemplan. En el restaurante principal, los ingredientes hablan primero en dialecto oaxaqueño, pero terminan en lenguas universales: la del fuego, la del humo, la del amor por la tierra. El pescado llega directo del mar a la leña. El maíz, en forma de tortilla o tostada, se convierte en altar. Todo respeta su origen, pero lo transforma en emoción.
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Kakurega Omakase
La experiencia culinaria alcanza su clímax al adentrarse en Kakurega Omakase, ese santuario secreto junto al hotel, donde la cocina japonesa se funde con el alma oaxaqueña bajo la guía serena del chef Keisuke Harada. Aquí no hay menú, solo confianza. Frente a ti, Harada con cada movimiento crea una coreografía silenciosa, una ceremonia que recuerda que comer puede ser un acto sagrado.
El omakase es una ofrenda. El arroz, templado a la perfección, acaricia el pescado como si se conocieran desde siempre. Cada corte es preciso, íntimo, reverente. A veces, entre pieza y pieza, el chef levanta la mirada, buscando en los ojos del comensal una señal de complicidad. En ese momento se entiende que este no es un restaurante: es un templo.

Oda a Oaxaca
Lo fascinante de Kakurega es cómo la elegancia japonesa no anula el alma de la tierra. La jungla entra por las rendijas, el sonido de las cigarras se mezcla con el del cuchillo sobre la tabla. A veces una hoja de hoja santa se cuela entre las piezas. A veces un sake frío se sirve con manos que han molido maíz. Todo convive y todo respira.
Y mientras la noche avanza, y el ritual concluye con un sorbo suave y un suspiro que sabe a jengibre y mar, uno se da cuenta de que ha sido transformado. Hotel Escondido tiene esa capacidad de invocar lo esencial. Es un lugar que ofrece lo real. La luz, la sombra, el sonido del mar y el silencio entre cada bocado.
Para más información: Hotel Escondido

