La comida medieval reprodujo todo lo heredado del Imperio Romano; el aceite de oliva, el vino y el trigo eran productos esenciales.
Para el pueblo llano —el estamento que se encargaba de la función productiva y el grupo poblacional que tenía menos ingresos— la alimentación estaba basada en harinas y cereales, podían ser cocidos con leche o agua, en forma de gachas (como la avena que actualmente comemos) u horneados, en forma de pan. Estas preparaciones podían freírse, calentarse y transformarse. Eran también muy comunes las sopas de pan.
Cuando los campesinos podían comer algo de proteína, difícilmente comían carne de vaca: eso significaba comerse sus herramientas para el arado. Pero sí incluían en su dieta leche y derivados. Las carnes que comían eran, más bien: pollo, cordero y cabrito.
Eran comunes verduras como alcachofas, berenjenas y zanahorias, que los judíos y musulmanes introdujeron y volvieron parte de la cotidianidad. El escorbuto entre el pueblo llano estaba a la orden del día; la dieta no alcanzaba para cubrir las necesidades básicas de la población.
El consumo de cerveza y vino incluía a todas las clases sociales. Pero los fermentados no se parecían nada a lo que conocemos ahora. Eran espesos y, para consumirse, tenían que diluirse y edulcorarse, como el hipocrás, un vino al que se le agregaban especias como pimienta, clavo, mejorana y azafrán. Además, estos dos productos eran valorados por su calidad alimenticia, y no por su capacidad embriagante.
Recordemos, también, que el agua no era apta para beberse; lo más higiénico era consumir alguna bebida alcohólica. Para la nobleza y el clero, la comida tenía que ser un espectáculo: platos llenos de color, presentaciones exóticas y sofisticadas para demostrar el poder adquisitivo.
En estos estamentos ya había maneras de mesa ritualizadas; las fiestas palaciegas duraban días, y, en ese contexto, comer mucho era sinónimo de riqueza y refinación. Las especias, un lujo entonces, eran usadas con fines de conservación, pues no había otro método para preservar los alimentos. Y, por supuesto, la nobleza y el clero también tenían su enfermedad: la gota, por consumir carnes rojas
en exceso.
A esta época sobreviven algunos recetarios; aunque recordemos que casi toda transmisión de conocimientos durante la Edad Media se hacía de manera oral, por lo tanto, las fuentes escritas que podemos consultar son pocas. Una de ellas es el Libre de Sent Sovi, que, además de también ayuda a comprender las bases de la cocina catalana.