Lo que sé del estado de Chihuahua lo descubrí en los periódicos de los noventas y en “Huesos en el Desierto”, una crónica del difunto periodista Sergio González Rodríguez editada en el año 2002. Tengo en la cabeza la imagen de un terregal peligroso donde las personas, principalmente las mujeres, aprendieron a sobrevivir con miedo. Gracias a Ciudad Juárez, Chihuahua dominó la nota policiaca de los diarios mexicanos durante la primera década del nuevo milenio. El afortunado descenso de los acontecimientos violentos fue relegando poco a poco al estado hacia una posición mediática menos estelar.
Por: Jazmín Martínez / Foto: Playadura
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Hoy Juárez se restaura, la gastronomía ocupa un papel indispensable en ello. Lugares como el restaurante María Chuchena, Flor de Nogal o el bar Galileo reinterpretan los sabores locales para proyectarlos internacionalmente.
En esta región el estado tiene la pulcra belleza del desierto. A una hora de Juárez, en las dunas de Samalayuca, aunque el sol se desparrama sobre el visitante, la promesa de recorrer las dunas en jeep, hacer sandboarding o un picnic puede con todo.
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Los paisajes chihuahuenses merecen un brindis ya sea con sotol, el aguardiente insignia del estado, o con vino, también de la región. Aprovechando su episodio setentero como productor de brandy y su historia colonial como zona de viñedos, en décadas recientes Chihuahua le ha colgado a sus bodegas medallas internacionales. Hay que tomar carretera hacia la capital para poner pie en las vinícolas. Encinillas, Pinesque y Tres Ríos son motivos para llevar una botella chihuahuense a la mesa.
Es hora de ir tras la leyenda de El Chepe, apodo del Tren Chihuahua Pacífico. Madrugo para tomarlo en el centro de la ciudad. Al ritmo de la locomotora que jadea mientras el cielo empieza a clarear, dejo la ciudad para adentrarme en la sierra.
El paseo recuerda a las películas del viejo oeste donde los pistoleros atraviesan acantilados y prados que sobrepasan el horizonte. Cruzo los manzanales de Ciudad Cuauhtémoc, primer asentamiento menonita en México, y me bajo en la estación de Divisadero para enfilar hacia las Barrancas del Cobre.
La sierra es de los señores rarámuris, que en la colonia se replegaron hacia lo más agreste de las cañadas para huir del abuso de los “chabochis” (“hombres con barba”). No dejaron de luchar por preservar su modo de vida y aún hoy, frente a los modernos peligros de los talamontes ilegales y el narcotráfico que devora la sierra, siguen peleando. El rarámuri es parco; habla y come lo necesario: quelites, hongos, maíz, frijol… Su sazón es reservado y su plato ceremonial se compone tan solo de carne de res hervida en agua y sal.
Desde el balcón del parque Barrancas del Cobre la cañada simula una profundidad infinita, pero si se presta atención se alcanzan a divisar casitas en el fondo. En tirolesa, zip rider, vía ferrata o teleférico se puede surcar estas comunidades rarámuris por el cielo.
Rumbo a Creel el valle del rarámuri continúa. El Valle de las Ranas y el Valle de los Hongos esconden un espectáculo de rocas con formas familiares. Al pie de los monolitos las rarámuris venden artesanías sencillas. Desde el valle de los hongos hasta el de las ranas José, de unos cinco años, sigue al grupo con el que vengo para que le compremos una muñeca o le demos cinco pesos por cantarnos una canción en rarámuri. A diferencia de los adultos, los niños rarámuri son muy parlanchines. Cuando le preguntamos qué dice la canción que nos cantó contesta que habla de su abuelita que desde el cielo lo sigue cuidando.
“A mí me gusta más estar en la frontera”
Juárez – El Paso es la frontera norteña más integrada. Aquí no se habla de dos ciudades sino de una. Muchos habitantes de Juárez pasan las mañanas trabajando del otro lado del puente. En los cuarentas había una fábrica de zapatos en El Paso, la “Shoe Co.”. “¿Pa’ dónde vas?”, le preguntaba un juarense a otro, “Al jale al Shoe Co.”, contestaba. Así El Paso se convirtió en “El Chuco”.
El Chuco es una comunidad unida. En ella convergen mexicanos, estadounidenses, chinos y otros migrantes. Aquí se come en diners, drive thrus, taquerías, en restaurantes del glamoroso centro de la ciudad… Taft-Díaz pertenece a esta categoría. Pariente de María Chuchena y Flor de Nogal está bajo la batuta del mismo chef ejecutivo, Óscar Herrera, que para Taft ha armado platos de inspiración mediterránea donde resaltan ingredientes mexicanos. Para algo más relajado el visitante puede pasar por una cerveza local al patio de Deadbeach Brewery, y en el desayuno es imprescindible el Salt + Honey Bakery Café que sirve porciones Texas-sized y unas preciosas mimosas con mini botellas de prosecco y garrafitas de jugo recién exprimido.