La relación más lógica entre el amor y comida es que unen a la gente. Pero sabemos que va mucho más allá. La comida es amor. El amor vuelve siempre a la comida.
Hace unos días lanzamos una convocatoria en nuestra cuenta de Instagram e invitamos a nuestros lectores a compartirnos sus historias de cómo la comida les cambió la vida y les llenó el corazón.
Acá, las más memorables:
La ley del amor y la comida
Omar Valderrama
Chef
Mi esposa fue, obvio, antes mi novia. En ese tiempo me cortó en varias ocasiones. La última vez que quedamos para salir fuimos a comer y ella estaba muy nerviosa porque quería decirme algo.
Yo le pregunté que qué era tan importante decirme. Ella me dijo que me amaba. Cuando me lo dijo me dejó muy nervioso.
Ese día había aprendido de dónde se obtiene el suadero. Así que en lugar de contestarle que yo también la amaba, le expliqué todo el proceso para obtener y hacer suadero.
A la mitad de mi relato me di cuenta que ya la había cagado… En fin, muchos años después nos casamos.
Eli Macías
Chef
Todo comenzó cuando yo era chef del restaurante Candelilla 16. Un día estando el restaurante, en un día normal, de esos que no esperas mucho, escuché una risa muy loca. Me asome al patio del restaurante y la vi a ella: la artista que en ese momento estaba pintando un mural que representaba México. Me quedé boquiabierto, había visto a la mujer más hermosa.
Ella una mezcla de tantos colores y energía. Me gustó al momento tanto, tanto, que solo la vi y me metí corriendo a cocina. Como niño de secundaria. Pasaron los días y cada día salía a platicar con ella y más me gustaba.
Como todo chef, trataba de enamorarla por el estómago. Le hacía el desayuno y le daba a probar todos los experimentos que salían de cocina. Cada día conocía más y más de ella: sus gustos, su arte, sus metas y sueños. De verdad solo podía pensar en ella, hasta en la camotiza.
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Un día, platicando, le pregunte que si tenía novio y ella dijo que sí. Pero como chef orgulloso, solo reí con ella y me fui a cocinar. Ya las tortillas no me inflaban y me di cuenta que ella ya tenía un cachito de mi corazón. Así pasaron tres años.
Volvimos a a platicar porque necesitaba una persona que cocinará en su casita para su familia; era en especial para su abuelita, que ya no quería seguir cocinando.
Obvio le dije “claro que sí”. Bien dicen que no hay fecha que no llegue.
Llegó el dia y me arreglé. Saqué la mejor filipina y me fui volando a verla. Estaban pasando los minutos muy lentos, hasta que la vi llegar.
Ella, despampanante, llena de energía. No tuve de otra que ser valiente y saludarla.
Empeze a cocinar en su casa día tras día y ella me acompañaba mientras yo cocinaba. Al tiempo, ella dibujaba todo lo que salía de su mente. Hoy en día ya somos esposos. Seguimos tan enamorados, combinando arte culinario con arte lleno de colores.
Ari Bustos
Periodista
La primera vez que él me invitó a salir fue cuando me lo encontré caminando por la Escandón. Me invitó a comer pambacitos.
Esos pambacitos, me enteré después, eran los que él comía cuando era chavo. Siempre me hablaba de ellos, hasta que me convenció y fuimos. Primero me llevó a comer taquitos de pato, del Pato Manila.
Lo padre de eso es que ahora vivo con él y seguido vamos a comer esos pambacitos. Vivo muy cerquita de la colonia donde están y siempre me acuerdo de nuestra primera cita.
También recuerdo que la primera vez que nos dimos unos besos fue en un festival. Nos invitaron a una cata de cervezas y ahí, entre la cheve y ese rollo, nos veíamos y nos sonreíamos.
Luego de la cata me invitó un vino y, pues, seguimos…
Israel Ortiz
Chef
Tenía agregada a ella en Instagram y recuerdo que subió una historia. Yo le escribí, porque siempre me pareció muy atractiva, y le dije que le invitaba un esquite. Los Esquites Ruls, mi restaurante, fueron la excusa para verla.
En este tiempo ella dio positivo a covid y estaba aislada, no podía salir. Seguimos hablando por Instagram y le conté del proyecto.
Ella me dijo que una vez que se repusiera, iría. Hicimos una cita formal y un día fue. Nos caíamos súper chido. Al otro día fue a Antolina y como que hubo mucha química desde el primer momento.
De ahí hasta ahora hemos ido creciendo mucho en la relación. A veces con pasos rápidos y luego más ligeros.
La comida nos unió. Ella también se dedica a esto y ese es un vínculo chido.
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Belinda Nodal
La primera vez que lo vi fue frente a una barra, donde la mamá de mi mejor amiga preparaba tapitas con un foie gras carísimo volado desde París, con pico de gallo chiloso.
Era la boda de mi mejor amiga. Él era su mejor amigo, pero yo no lo conocía de antes. Estábamos en Playa del Carmen.
Comimos las tapitas con harto gusto, ante los ojos estupefactos de la familia francesa que había llevado el fino embutido a la fiesta. Luego salimos a comer más a un restaurante cerca de la playa. Bebimos. Nos fuimos de fiesta en la noche.
Ya nos habíamos caído bien. Al final de la noche casi nos besamos. Mi amiga lo impidió, porque está loca. ¡Já!
Esa noche nadie hubiera pensado que cuatro años después estaríamos juntos, comiendo pizza fría y tomado chelas aún más frías, en pleno San Valentín. Larga vida a la comida, a las bodas, al amor.