La historia de esta ghost kitchen empezó en una feria de Colima y viajó a la CDMX para contar una historia convertida en platillos orientales.
Una ardiente y abarrotada calle de Bankok. Mijael Seidel, comiendo tod man pla –una especie de pastelitos de pescado con sabor a curry, cilantro y limón– en un puesto al aire libre. Había ido hasta allá con Mónica, su pareja, para empaparse de sabores y técnicas que le ayudaran a abrir su propio restaurante en México.
Pero luego de un mes de viaje por Medio Oriente, especialmente por Tailandia, estaba decepcionado. La experiencia no había sido lo que esperaba. Los sabores, según su experiencia, no gustarían en México. Además estaba harto del olor y del sabor de la salsa de pescado que, para colmo, estaba todas partes.
PUBLICIDAD“La verdad es que ya nos queríamos regresar a Colima, donde vivíamos entonces. Tenía muchas cosas en mente, pero poca idea de cómo materializarlas. Años después lograría tener mi restaurante. Y no solo en Colima, sino en la Ciudad de México. Pero para que eso pasara, claro, tuvieron que ocurrir muchas cosas”, cuenta Mijael, luego de una jornada de trabajo en su ghost kitchen de la colonia Narvarte.
Cuando a Mijael, a quien sus amigos conocen como Misha, se le pregunta la razón de su interés por la gastronomía de Medio Oriente, dice que no sabe. Que quizá es porque le gusta mucho comerla. Pero la realidad es que algo de esa comida estuvo siempre cerca, en sus genes. Mijael tiene ascendencia judía.
Él nació en la Ciudad de México, rodeado de olores a carne asada ya que su padre, Martín Seidel, fue el fundador de la taquería El Rincón de La Lechuza, de Miguel Angel de Quevedo. Esta taquería luego fue traspasada porque se iba a mudar con toda la familia a Colima. Allá estaría a cargo de un huerto orgánico.
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Misha creció y quiso irse a estudiar caricaturismo a Nueva York. Un tío suyo le dijo que le ayudaría a solventar todos sus gastos allá y cumplió su sueño. Pero después de unos años, él estando en la carrera, el tío falleció y eventualmente el dinero se le acabó.
Trabajó en el extinto y popular Fairway Café primero como mesero, luego como cocinero, hasta que uno de los socios decidió reestructurar todo el staff y los corrió a todos.
Si algo tuvo claro Misha cuando pasó eso, fue que nunca más quería dedicarse a algo relacionado con una cocina. El estrés que se vive, asegura, es enorme e inunda todo. No obstante, se quedó con la experiencia y comenzó a buscar trabajo de nuevo, en algo que tuviera que ver con lo que había estudiado.
Su estancia en Nueva York se alargo por 10 años, en los que trabajó para Marvel y NatGeo. Luego regresó a la CDMX y conoció a Mónica. Hicieron una agencia digital juntos y, como podían trabajar a distancia, volvieron a Colima.
Estando allá, Misha cayó en cuenta de que pasaban todo el día frente a la computadora, disfrutando muy poco su vida fuera de la capital.
“Ese fue un punto de quiebre para mí. Dije: ‘ya pasé 20 años de mi vida frente a una pantalla, necesito poner mi propio restaurante de comida thai’. Así que decidimos irnos de viaje a Medio Oriente, un mes entero”.
Luego de la experiencia agridulce (y con sabor a salsa de pescado) de la travesía, Misha volvió a Los Ángeles en alguna ocasión y recordó sus tiempos de estudiante, cuando saliendo de la universidad, en Nueva York, pasaba frente a un carrito de comida oriental que vendía un pollo con arroz único y que jamás olvidaría.
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“Era muy aficionado de ese carrito. Comía ahí por lo menos cuatro veces a la semana. Recuerdo que antes de irme de la ciudad, para volver a México, le dije al señor que si me vendía su receta. Su respuesta fue que costaba 7 mil dólares. Volví triste y con ganas de aprender por mi cuenta algún día”.
Durante la estancia en Los Ángeles, Misha probó mucha comida mediterránea en distintos lugares, y supo que él podía replicar las recetas, incluso mejor. Había llegado el momento de aventurarse.
De vuelta en Colima, y a escondidas de Mónica, se inscribió en una vendimia local que era una especie de quermés. Sería su debut con el primer acercamiento a lo que después sería Pat Patz.
“Como soy diseñador, hice mi publicidad en Facebook; mandé a elaborar camisetas y busqué por todas partes un carrito de hot dogs de medio uso, que luego mandé a pintar y adaptar. Quedó muy bonito. Solo que cuando Mónica se enteró no estaba nada contenta”, cuenta, divertido.
Pero llegó el día y su puesto de comida fue un éxito. En los demás stands vendían alitas, hamburguesas y carnes asadas. El carrito fue la sensación y la gente estaba verdaderamente interesada en saber qué eran esos platillos extraños que nunca habían probado antes.
El resultado animó a Misha a llevarse Pat Patz a su garaje, con ayuda de su hermana y el apoyo de la chef Maffer Kiyota y el empresario Diego Ruido. Desde ahí, como ahora, su concepto se amplió. Tenía lo mismo opciones de Israel, Turquía, Egipto y Arabia Saudita.
El rumor de la comida mediterránea corrió como pólvora entre sus amigos y conocidos en Colima, y muy pronto sus tardes se convirtieron en una rutina de atender al menos a 120 personas que hacían largas filas por sus recetas.
Pat Patz tenía que volar. Un viaje más a Grecia y Estambul, así como una colaboración y estancia de un año en el Jardín trapiche de la Cervecería de Colima, harían que Misha, ya como cocinero oficial, decidiera mudar su concepto a la Ciudad de México.
“Acá somos una ghost kitchen. Abrimos hace tres meses, en plena pandemia, y a pesar de eso nos ha ido muy bien. Eso me tiene muy contento”, cuenta él.
Misha consiguió una cocina industrial gracias a que un amigo suyo, llamado Moisés Smart Salazar, contaba con el espacio. Él tiene experiencia organizando eventos y catering para las embajadas de Indonesia, Jamaica, Belice, Haití, Irán en México, y se asoció con Misha. Desde esa cocina en la Narvarte salen diario órdenes de comida oriental callejera en forma de humus, labneh (jocoque seco de keffir condimentado con especias), ensaladas israelíes y kebabs de cordero o res de tamaño generoso.
También hay shawarmas de pollo, kebabs de falafel, el legendario plato de arroz con pollo que, después de cinco años de intentos, Misha por fin logró hacer como el del carrito que tanto amaba en Nueva York. El postre es uno solo, pero con él basta y sobra: una baklava de pasta de hojaldre con nuez, almendra y pistache, bañada en jarabe de miel, cítricos, esencia de azahar y agua de rosas.
Pat Patz recibe pedidos en el 55 6271 4822 y está disponible en plataformas de delivery. El carrito de hot dogs recuperado los acompañó y está a la espera de echarse a rodar, cuando la situación se normalice un poco.
Comer algo proveniente de las manos de Misha no sólo es placentero. Sabe a calles ardientes del otro lado del mundo, a sus desventuras, a sus ganas de salir adelante a pesar de caerse varias veces. Desde el humus hasta la baklava, en todo hay un ingrediente secreto y ese ingrediente llama “cumplir tus sueños”.