Desde que tengo memoria, mi vida siempre estuvo rodeada de aromas y mi entorno vinculado a los alimentos. Y es que comemos porque hay que comer, pero también para festejar, para aliviar un dolor, para estar más contentos, por costumbre y porque es lo que hacemos. Todos lo hacemos a todas horas.
Como chef repostera, se podrán imaginar que tengo una gran debilidad por los postres, y es que simplemente la fuerza de voluntad y yo no hacemos equipo cuando se trata de abrir un horno caliente y sacar una aromática charola de galletas recién horneadas. Algo desde muy dentro de mí me hace probar una y sentirme reconfortada al instante. Es como un abrazo inesperado- Para evitar este tipo de situaciones, hay que tener disciplina y esto va desde mucho tiempo atrás.
En mi caso, para comer nunca existió un límite. Hubo de todo a manos llenas y sin un horario específico. Podrías comer todo el día si sentías hambre sin cuestionamiento o filosofía al respecto. En mi familia, alimentarte es quererte y para ti comer significa que te encantó y que estás a gusto.
El problema es que como padres no nos damos cuenta de todas las consecuencias físicas, emocionales y psicológicas que están ligadas a la comida. Este tipo de conductas poco a poco va a fomentar trastornos tales como la adicción a la comida, la anorexia, la bulimia y otras obsesiones. Sin querer provocamos el castigo y el premio alrededor de los alimentos.
Nos damos gusto y luego nos sometemos a regímenes absurdos cuando vemos que nos pasamos. Así, el círculo vicioso no acaba.
Tenemos un Pepe Grillo que nos dice: “El azúcar es mala”. Sin embargo, recompensamos a los pequeños dándoles algo dulce después de comer y aquí es donde inicia el error. Nos confundimos. Son muchos dobles mensajes.
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Queda entendido que un postre siempre será más tentador que una ensalada, pero si tan sólo aprendiéramos a balancear la manera en la que comemos, podríamos ver como resultado un equilibrio en nuestras vidas. Encontraríamos muy placentero tanto comer una manzana con canela al horno como un helado azucarado. Los cambios se podrían ver fácilmente en nuestros cuerpos e incluso nuestros pensamientos. Y es que comer azúcar no es malo, pero comerla por comerla sí lo es. Hay que poner atención y dejar de comer dulce cuando estamos deprimidos o porque fuimos a una fiesta. Hay que entender que no está bien seguir con el premio y el castigo. Podemos alimentarnos siguiendo horarios y siempre con responsabilidad.
La comida es sagrada y nos nutre, nos da energía para vivir todos los días; por eso, aprendamos a ser conscientes, a conocer nuestras emociones, a llenar desde dentro nuestros vacíos y no con la comida.
Empecemos por balancear nuestro menú, festejemos la llegada de la sopa. Hay que comer de todo, comer bien e incluir el azúcar en nuestras vidas porque también la necesitamos.
Mi teoría es que hay que darles de todo a los niños en porciones moderadas, dejarlos comer el postre, permitirles probar unas cucharadas más -no el plato entero-; ellos en lugar de ver esto como un premio, convertirán la acción en parte de su vida y no requerirán de tantas cantidades de dulce. Para estar contentos, agrega frutas y verduras frescas en tu dieta a manera de colación y elige cómo consumirás el azúcar del día, pues de esta manera obtendrás una sensación de saciedad y no requerirás consumirla exageradamente.
Por Linda Cherem @lincherem, Ilustración de @soniapps
Chef repostera, propietaria de LC Linda Cherem Catering & Consulting. Ha participado en programas de televisión, es embajadora en México de Belcolade “El Real Chocolate Belga” y chef ejecutiva de Electrolux México, entre otros.