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El Tívoli de San Cosme, el it place de la sociedad porfiriana

Por: Jazmín Martínez 26 Mar 2020
El Tívoli de San Cosme, el it place de la sociedad porfiriana
Ahí se ofrecían elegantes cenas con la crema y nata de la sociedad mexicana; ahora es una esquina descuidada en la colonia que fue considerada "poesía"

Tivoli fue una ciudad romana cuya abundancia de árboles largos y frondosos así como de cascadas, le dieron la fama de ser la favorita para veranear durante el imperio Romano. En su geografía se levantaron monumentos, villas, acueductos y baños que resaltaban la belleza natural de ese paisaje del noroeste de lo que hoy conocemos como Italia.

En la Francia del siglo XVIII, los tívolis eran jardines públicos donde se podía pasar la tarde, comer, bailar y escuchar orquestas.

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Estos espacios llegaron a la capital mexicana después de 1850. Fue la afluencia de extranjeros lo que provocó la sofisticación de la industria de la hospitalidad que por muchos años se redujo a mesones con comida de calidad cuestionable.

Un antecedente de los tívolis en nuestro país son los jardines señoriales que se instalaban en casonas. En ellos una sociedad muy acomodada acudía a comer lo que ahí se vendía en comederos cada vez más lujosos.

El afrancesamiento del Porfiriato le regaló a la Ciudad de México varios tívolis. Los más célebres fueron el Elíseo, donde tuvo lugar el festejo del centenario de la Independencia mexicana que ofreció la colonia francesa; el Petit Versailles; el Ferrocarril y el de San Cosme. Fue este último el más frondoso, el más romántico, el preferido para las señoritas de apellidos compuestos, quienes debían escoger en dónde desposarían al novio.

Este complejo dedicado al pasar de los días de la aristocracia que comía y bebía sin reservas estuvo ubicado en la esquina que hacían Serapio Rendón (en ese entonces Calle de la Industria) y la Ribera de San Cosme.

De Don Porfirio Parra, médico chihuahuense parafraseado por Salvador Novo, nos llega la novela “Pacotillas”, que contiene una descripción riquísima de una comida ofrecida en el Tívoli de parte de un general para un gobernador y un ministro.

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Se habla de anchas copas en las que se sirvió el jerez o el vino madeira. El champagne no faltó ni tampoco los vinos de sauterne. Aquella tarde se comió potage bisque, mignons en suprirse y poisson au vin blanc. Eso solo para empezar, porque después hubo pavo, roast beef, salsa de caviar y jaletinas, que era como se le decía a las gelatinas desde el español antiguo.

Por supuesto el menú, impreso en tarjetitas que ya estaban esperando al comensal antes de que este se sentara a la mesa, se leyó en el francés de moda. Las servilletas se presentaron en formas bien pensadas, dispuestas así por los encargados del servicio. El banquete, que se había servido en el kiosco, se disfrutó rodeado de pinturas de colores encendidos donde se mostraban escenas de las cuatro estaciones.

Tras la comida, el novelado gobernador de esta historia degustó un Chateau Margaux al que desbalagadamente llamó “chato amargo”. El autor sugiere que los protagonistas se dejaron llevar tanto por el posterior destape de champañas que olvidaron poner atención cuando el servicio les llevó los rocher de glace y los gateaux et fruits.

“The Capital’s poshest eatery” fue como el escritor Alfred J. López nombró al Tívoli de San Cosme. Con mucha sorpresa y aún siendo símbolo de la opulencia, los tívolis sobrevivieron la destrucción expansiva de la Revolución Mexicana, aunque fueron desapareciendo conforme el nuevo siglo se instalaba.

El Tívoli de San Cosme fue poco a poco acotado en su extensión, pues sus terrenos fueron utilizados para la construcción de una mansión para la familia Azurmendi.

Hoy, las esquinas que flanquean el recuerdo de los idílicos jardines del Tívoli se encuentran convertidas en una zapatería Flexi, la ostionería Boca del Río con sus mesas de melamina y falsa cubierta de madera, y el café de chinos “Córdova”, que con sus gabinetes y periqueras verde agua le guiña a una época de oro de la colonia que alguna vez fue llamada “la poesía de México”.

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Jazmín Martínez
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