Zicatela es un susurro del Pacífico y un latido Oaxaqueño que vibra en la piel apenas uno cruza el umbral. Ahí, donde la brisa huele a sal y a mole, viví un viaje sensorial al dejarme llevar por la excelencia de la cocina del talentoso chef propietario Hector Leyva.
Por Melanie Beard
El mar, como un espejo azul infinito, se asomaba tímido entre las mesas de madera desnuda, donde el cielo parecía tocar la comida. Cada detalle hablaba de un amor sincero por la tierra, por la costa, por Oaxaca. El chef Héctor Leyva conversa con los ingredientes. Su cocina es diálogo entre memoria y fuego, entre tierra húmeda y manos sabias.
Platillos con alma
Lo sentí desde el primer bocado, cuando llegó a la mesa un taco de brócoli asado, cubierto de polvo de chile y envuelto en el terciopelo oscuro de un mole negro que susurraba secretos antiguos. Cerré los ojos; una danza mística entre lo humilde y lo divino.
Luego, los molotes de plátano macho, dorados como un atardecer de infancia, llegaron con su dulzura tibia, su corazón de camarón y un mole colorado que abrazaba sin miedo. Cada mordida me llevaba a mercados oaxaqueños que nunca había pisado, pero que, en ese momento, sentí míos. El chef había tejido historias en cada plato. Historias que se cuentan mejor con los ojos cerrados y el alma abierta.
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El camarón jumbo fue otro acto de magia: imponente, casi escultural, pero tan delicado que parecía flotar sobre un mole encacahuatado que hablaba en susurros de madre. La coliflor rostizada, crujiente como las hojas secas de un bosque otoñal, completaba la escena. Todo en perfecta armonía. Como si los ingredientes hubieran sido destinados a encontrarse desde siempre.
Escenario de momentos únicos
Zicatela es un canto sin estridencias: los textiles colgaban como poemas de colores, los tonos turquesa y coral acariciaban la vista, y el sonido del oleaje componía una sinfonía que hacía imposible recordar cualquier prisa. El sol, al caer, pintaba las mesas de oro, y la luna se reflejaba en las copas como si también quisiera un sorbo.
Allí comer puede ser un ritual. Un platillo bien hecho tiene la capacidad de sanar, de evocar, de reconectar. Detrás de cada chile, cada salsa, cada brasa, hay un hombre que ha recorrido caminos —de pueblo en pueblo, de costa en costa— recogiendo saberes, gestos, silencios. Héctor Leyva cocina para despertar los sentidos, y lo logra con una ternura feroz, con una valentía que se saborea. En ese rincón de Punta de Mita, encontré un templo de sabor, de raíces y de sueños.
Para más información: Zicatela
