La Cena Negra de Hotel Matilda es un ritual contemporáneo que, desde hace catorce años, conmemora el Día de Muertos en San Miguel de Allende a través de la cocina, el arte y la memoria colectiva. Cada edición propone una lectura distinta de esta fecha, siempre desde el respeto a lo local, la creación artística y el diálogo comunitario.
La Cena Negra volvió a reunir a invitados, creadores y cocineros en una velada que trascendió la mesa para convertirse en un acto cultural compartido. La decimocuarta edición de la Cena Negra Matilda tuvo un significado especial. El chef Israel Loyola, originario de Huajuapan de León, Oaxaca, lideró el menú de la noche desde la cocina de Moxi, integrando técnica francesa con raíces mexicanas profundas.
Además, esta edición estuvo marcada por un regreso significativo. Tras superar un periodo de salud complejo, el chef volvió al fogón con una propuesta que habló de resistencia, constancia y continuidad. Cada platillo fue pensado como un gesto de memoria, donde el producto, el tiempo y el origen ocuparon un lugar central.

Bétsabe Romero y la construcción del espacio
La atmósfera de la noche fue creada por la artista Bétsabe Romero, quien transformó el hotel en una instalación viva. Puertas, jardines, techos y mesones se convirtieron en superficies de diálogo con símbolos del Día de Muertos en Guanajuato. Cerámica, hojalatería, pan de muerto, tintes populares, luz y sombra formaron parte de una intervención que honró el artesanado local desde una mirada contemporánea. La propuesta no decoró el espacio: lo activó, lo volvió parte de la celebración.
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Menú Completo De La Cena Negra 2025
El menú degustación de la Cena Negra fue servido en tiempos consecutivos, construyendo un recorrido de la tierra a la memoria. Desde la cocina de Moxi, restaurante de Hotel Matilda, Loyola presentó un menú degustación que avanzó de manera progresiva, conectando el origen del producto con la carga emocional del Día de Muertos. Para iniciar, se sirvió un pan ceremonial de muerto, acompañado de mantequilla de cacao y sal de hormiga, estableciendo desde el primer bocado el tono ritual de la noche. Posteriormente, llegó a la mesa un caldo de maíz criollo con hierbas de campo y chile seco, una preparación que remitió al valor ancestral del maíz.
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A continuación, la secuencia continuó con una tostada de maíz azul con asiento, quelites y emulsión de chile pasilla, donde las texturas y los sabores mantuvieron un equilibrio preciso. Más adelante, apareció un mole negro oaxaqueño, servido con guajolote y arroz cremoso, platillo que concentró técnica, tiempo y profundidad. Después, el cerdo confitado con puré de plátano macho y salsa de cacao ofreció un contraste entre dulzor natural y estructura, reforzando la narrativa del menú.

Maridaje y música
Antes del cierre, se presentó un prepostre de calabaza, piloncillo y cítricos, pensado como un respiro que preparó el paladar. Finalmente, el ritual concluyó con chocolate, pan y ceniza, una reinterpretación del altar de muertos que conectó cocina, símbolo y emoción. Paralelamente, la dimensión artística de la noche fue desarrollada por la artista Bétsabe Romero, quien transformó los espacios del hotel en una instalación viva. A través de cerámica, hojalatería, pan de muerto, tintes populares, luz y sombra, puertas, jardines y mesones se convirtieron en superficies de diálogo visual. De este modo, la intervención no funcionó como decoración, sino como una activación simbólica que honró el artesanado guanajuatense con una mirada actual.
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Asimismo, el maridaje de la Cena Negra formó parte esencial de la velada. Durante la noche, se sirvieron etiquetas seleccionadas de Domecq y Casa Dragones, elegidas para acompañar cada tiempo del menú. La música, de Coco Zaragoza, animó durante toda la noche. Así, esta edición reafirmó su lugar como un acto cultural donde la gastronomía, el arte y la comunidad se encuentran para recordar, honrar y permanecer.

