Mi ansiedad era evidente desde el momento en que abordé al avión; había comprado los boletos tiempo atrás, en un momento en que mi vida era totalmente diferente. Cada turbulencia, cada kit de viaje, cada sala de espera, cada milla acumulada, te cambia. Ansiaba llegar desde el momento en que me llegó el correo de confirmación. Aterricé en Zacatecas un viernes por la tarde, pasadas las cinco de la tarde.
El vuelo desde la Ciudad de México es bastante tranquilo, además, desde que eliminé en todos mis vuelos el equipaje documentado, salir del aeropuerto es un proceso muy eficiente. Llegué a mi hotel antes de las seis y empecé a explorar antes de la siete. Al ser verano, mi primer contacto con la cantera de la Catedral de Zacatecas fue iluminado con una mezcla de luz solar de atardecer al mismo tiempo que se encienden las primeras farolas del centro. La estructura ósea de Zacatecas es parecida a cualquier ciudad colonial de la región; sin embargo, la orografía complicaba un poco la comparación. La forma de valle y las empinadas calles hacen de escalones y callejones la normalidad en la ciudad. La relación de Zacatecas con la minería es parte de su columna vertebral; con el ejemplo más evidente siendo la Mina del Edén, la cual está a pasos de distancia del centro.
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Cuna de milagros
El nuevo itinerario se basaba en el escepticismo, en la fe y en la capacidad milagrosa del Santo Niño de Atocha, quien vive al norte de la capital zacatecana. El Santuario de Plateros -el tercero mas visitado de México- esta ubicado a escasos cinco kilómetros de Fresnillo y sus famosas minas de plata. En él, a través de la pequeña figura del Santo Niño de Atocha se cuentan milagros y peticiones cumplidas a cientos de feligreses. El motor de estos milagros es un niño, quien no sólo salvó a varios mineros en la época de la conquista, sino también hizo decenas de travesuras en los túneles de las minas.
En el exterior de la iglesia se han ido colgando incontables retablos que relatan o los milagros o las travesuras. Estos retablos, algunos ya con varios años en su haber, son el reflejo y la energía de Plateros. Lo que le da vida. Solamente así se pueden pedir favores a un ser superior. Mi conversación con el niño la sabia aún antes de llegar; el, contrario a muchos niños, escuchó mis argumentos de manera paciente. En cada uno de les retablos hice énfasis en las razones para compartir mi lucha y ayudarme. Salí del santuario con mucha más paz de la que llegué, la pelota estaba en la cancha del Niño. Le bastaron tres semanas para ofrecerme una alternativa, una solución.
Llegó el instante de regresar a la ciudad
Hay un momento en la vida de todo viajero en su visita a Zacatecas -novato o experimentado- en el que, sin darse cuenta, no sin antes pasar por pasillos, escalones y una taquilla, una feroz tormenta de huracán te teletransporta a la entrada del Pabellón de México de la Feria de Osaka de 1970. El origen de este viaje es el Museo de Arte Abstracto de Manuel Felguérez. Los murales gigantescos te recuerdan aquella exposición en Osaka, posterior a las olimpiadas de 1968 en Ciudad de México. Dos cosas pasaron por mi mente, ¿cómo lograron mover los murales hasta lejano oriente? ¿Zacatecas era cuna de un santo muy milagroso, de materiales preciosos o de artistas con grandes talentos?
Junto con el Museo de Pedro Coronel, el Museo Manuel Felguérez constituye la minúscula punta del témpano de hielo de la oferta artística de Zacatecas. Obra local e internacional. Una ciudad donde Miró y Chagall conviven de manera armoniosa con una de las colecciones de máscaras mas importantes del mundo.
Por más que uno se niegue a hacer cosas turísticas y trate de vivir como un local, hay ciertas atracciones que se tienen que hacer. En Zacatecas el teleférico y la Mina del Edén caen en esa categoría. Sólo desde el teleférico se puede observar la orografía de la ciudad y entender la necesidad de los callejones y las escaleras. Admiré la catedral sin techo y los museos desde la cabina. Desde lo alto se puede apreciar en plenitud la ciudad y cómo las calles convergen al centro.
Justo después de bajarme del teleférico, empecé la ruta hacia las entrañas de la tierra. Rápidamente vi el bar -único en el mundo dentro de una mina- para subirme al elevador que me llevaría a varios metros por debajo de la tierra. El elevador se abrió; no fue hasta este momento que logré comprender la importancia de la extracción de plata en la colonización española y las riquezas que dejo a muy pocos a costa de los mineros. No dejé de recordar al Santo Niño de Atocha, quien varias veces les avisó de derrumbes o controló explosiones para salvar la vida de inocentes mexicanos. Su altar, visible de igual manera en la mina. Su legado, infinito.
Donde comer en Zacatecas
La oferta gastronómica es muy tradicional, pero, aunado con la gente y el evidente legado del restaurante a la cultura zacatecana, Acrópolis es un restaurante imperdible en la ciudad.
Fotos de Pablo Ricalde y Secretaría de Turismo de Zacatecas.
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