EL CLUB DE LOS RITUALES TRÁGICOS
Una mujer de rituales creativos y escritora de libros con ingredientes ajenos.
“Hay que escribir con mala leche, hay que escribir con malicia.”
Es curioso cómo los libros se buscan entre sí. Mientras espero pasar a la oficina de la Dirección de Literatura de la UNAM, repaso una frase de la novela más reciente de Rosa Beltrán, Efectos secundarios. “Estoy sometido a rituales extraños, el primero de todos, quizá, vivir el mundo sólo a partir de la lectura”, escribió la ganadora del Premio Planeta.
¿Se puede mirar al mundo a través de la literatura?
Todo atraviesa por el lenguaje; eso lo sabía Borges. No podemos comprender el mundo caótico e insensato, impredecible o inédito, si no es a través del lenguaje. Si no podemos nombrar algo, no podemos comprenderlo. Es una herramienta también de supervivencia; los siglos de lenguaje doblemente articulado, imaginativo y -creativo nos han ayudado como especie, incluso a anticiparnos a hechos que no conocemos, a percibir de manera mucho más sutil al otro y a nosotros mismos. La identidad está construida a través del lenguaje, es la estructura que sobrepasa al psicoanálisis y nos obliga a contarnos de manera trágica.
En tus libros afirmas que la tragedia es el punto de partida de la literatura…
Ese es el sentido, ser narrados desde la tragedia. Tolstoi decía que todas las familias felices son iguales, y las infelices lo son cada una a su manera, y esa es una de las definiciones más exactas de lo que es literatura, porque la literatura parte de la ruptura.
¿Entonces cómo se escribe la felicidad?
Es un enigma. ¿Puede ser narrada? Puede ser escrita sobre todo a través de la poesía, ahí está Neruda o Pellicer, que tienen poemas luminosos, solares. La poesía capta instantes, pero cómo la narras, cómo la conviertes en historia. No hay cuento que hable de la felicidad que no parta de la infelicidad. Los buenos sentimientos generan mala literatura, pero más las buenas intenciones. Hay que escribir con mala leche, hay que escribir con malicia.
¿Cuál es entonces el papel del escritor en un mundo lleno de tragedia?
La obligación de quien escribe es mirar al mundo fuera de todos los prejuicios y narrarlo, no tratar de inocular al lector como lo hacen los manuales de auto ayuda o auto superación. Observar; si lo que haces es literatura, entonces deja de lado la ideología y la concesión. Todo lo que tiene que ver con hacer el libro más vendido del mundo, o con libros que pretenden vender la idea de que si nosotros cambiamos nuestra actitud el mundo cambia, es contrario al quehacer del escritor crítico, que es antena y tiene la sensibilidad a flor de piel.
¿Crear verdades por medio del ritual de la literatura?
No son verdades, son mentiras, y en eso consiste la maestría de quien escribe: encerrar verdades que no pueden contarse de otra manera. La verdad no es trasparente, no se llega a ella por un camino directo, es sinuosa y es oblicua, y sólo puede ser narrada a través de esa mentira que es la escritura.
¿Tú que mentiras te cuentas?
Todas las que me ayudan a sobrevivir. Las únicas mentiras ‘válidas’ son las que tienen que ver con el arte, y las que ayudan a soportar una realidad atroz. En tanto no sea comprobable algo lo podemos llamar mentira. Un suceso incierto, como la utopía, es una mentira posible en las letras…
En tú más reciente novela, Efectos secundarios, juegas con la sordidez del mundo de los funcionarios que atormentaba a Kafka, y hoy tú estás del lado de la oficina literaria. ¿Cómo comulga este universo con las letras?
Lo primero que me ocurrió al tomar el puesto de directora de Literatura en la UNAM fue hacerme una promesa: no me voy a convertir en un funcionario. Pero en qué sí me quiero convertir; quiero ser una lectora que puede editar esos libros que por alguna razón no han sido editados. Preocuparme por lo que dice la industria que no se vende: la poesía, el ensayo… Es un reto y se convierte en una pasión. Me ofrecieron el puesto tres veces antes y hasta ahora acepté. Pero yo voy a escribir siempre, voy a dar clases siempre y todo es parte de lo mismo. Vivir en el mundo paralelo de la imaginación creativa y apostar por la literatura de calidad. El escritor sabe, como decía Juan José Arreola, que la literatura es la posibilidad de ver en una rebanada de tomate los vitrales de Chartres y en la sopa de pescado los misterios del mundo marino.
Rosa se declara “muy carnívora”; afirma que, contrario a las costumbres de las abuelas, ella sí lee mientras come. “Cocino libros míos y ajenos. Me gusta hacer la comida, ya no tengo tiempo, pero la experiencia es siempre fascinante, es un laboratorio que va a construir cosas para compartir. En este mundo fusión es posible mezclar dos ingredientes para obtener un nuevo sabor. Lo mismo pasa en la poesía, traes dos metáforas o realidades opuestas para crear una tercera. Me encantan los postres, pero con ellos sufro del suplicio de Tántalo, quien no podía obtener lo que tenía a su alcance. Estiro la mano y los postres se alejan para recordarme que dentro de mí, hay una gordita”. .
El fruto del ritual
Rosa Beltrán es licenciada en Literatura Hispánica por la UNAM y doctora en Literatura Comparada por la Universidad de California. Es autora de las novelas La corte de los ilusos (Premio Planeta 1995), El paraíso que fuimos, Alta infidelidad y Efectos secundarios, así como volúmenes de Cuentos Optimistas, Amores que matan, La espera y un libro de ensayos, América sin americanismos. Actualmente da clases en el posgrado en Literatura Comparada. Fue subdirectora de La Jornada Semanal y miembro del Sistema Nacional de Creadores. Es Directora de Literatura de la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM y colabora quincenalmente en suplemento cultural Laberinto del diario Milenio.
