La mejor parte de la Navidad mexicana no es cenar a medianoche (porque es la hora en la cual se debe brindar y servir los alimentos): es despertar, meter al horno la comida y repetir los platillos… sin peleas nocturnas y a veces, con un poco de cruda.
Por: Josué Corro
En el momento en que dejas de creer en Santa Claus, ocurre un fenómeno psicosocial digno de un análisis médico: inmediatamente se integra a tu ADN una palabra que te acompañará por el resto de tus días: el recalentado.
Un concepto que no se puede traducir a ningún idioma porque va más allá de su etimología. No es volver a calentar un alimento, implica la acción de reunirse horas después de celebrar la cena de Navidad y no sólo volver a comer y beber los mismos platillos; sin embargo, la magia de este momento radica en la sobremesa –otro término irrepetible y único de la lengua española-.
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Verán, la noche del 24 al 25 de diciembre es un pequeño Armageddon en el cual, no siempre ocurre, pero por lo menos un 80% de las familias mexicanas, hay algún tipo de riña entre familiares, lágrimas, chismes, momentos incómodos e incluso, una horda de sobrinos infantiles gritando y jugando con los regalos que les trajeron del Polo Norte. Un caos. Un bello caos en plena madrugada.
Entonces, aparece el famoso recalentado ya con la calma de un nuevo día. Esa mañana, la comida por algún milagro navideño sabe mejor. La torta de bacalao adquiere un nuevo sabor con el bolillo no tan fresco de la noche anterior; el relleno del pavo se fusiona con la carne y propone un nuevo sabor mucho más jugoso y entrañable. Vaya, hasta la ensalada de manzana, que lleva horas en el refrigerador, parece ser la solución perfecta para la resaca etílica en honor al nacimiento del Niños Dios.
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Sin embargo, con luz de día también la familia reunida en la mesa –ya sin la presión de haber cocinado por horas, sin corbatas ni vestidos de noche- pasa con una sonrisa permanente platos de comida. Si hace algunas horas hubo rencillas incitadas por los tragos, hoy todo se ha olvidado. Hoy ser permite pecar y enroscarnos en un frenesí de glotonería y una cursi unión fraternal. Es Navidad, somos mexicanos y el recalentado siempre será la excusa perfecta.