Recientemente, la Organización Mundial de la Salud dio a conocer cifras alarmantes sobre el consumo de carnes procesadas y su relación con el cáncer, pues diversos estudios demostraron que las salchichas, embutidos y el tocino están clasificados como cancerígenos nivel 1, donde también se sitúan a los cigarros; la única diferencia es que las carnes procesadas afectan al intestino y el cigarro a los pulmones, seguidos por la lengua o la garganta. Por otro lado, la carne roja se clasificó como cancerígeno nivel 2, lo que indica que podría ser cancerígeno pero las investigaciones que comprueban sus daños aún buscan evidencias contundentes.
El riesgo cancerígeno en las carnes procesadas se debe al uso de químicos en su elaboración como conservadores y los procesos con que se les da un terminado ahumado, dependiendo en gran medida de las cantidades que consumimos. Ahora que un gran número de personas ha empezado a hacer ajustes preventivos que incluyan cada vez menos porciones de embutidos, científicos de la Universidad de Carnegie Mellon en Pennsilvania llegaron a la conclusión de que la lechuga también es dañina, pero para el medio ambiente.
Por el bajo nivel calórico de la lechuga, se necesita ingerir cantidades mayores que de las carnes procesadas para obtener el mismo nivel de energía, de forma que se necesita un terreno que dé abasto a esta requisición, y si consideramos las emisiones de gases generadas por el transporte que se suma a la tarea para distribuir a las lechugas, se terminan generando tres veces más gases de efecto invernadero que con el tocino.
Otras verduras que salieron peor calificadas que el cerdo y el pollo fueron los pepinos, la berenjena y el apio, ya que de igual manera impactan de forma negativa al ambiente. Habrá que poner sobre la balanza todo lo que llevamos a nuestra boca y meditar conscientemente todo lo que implica poner esos alimentos en nuestra mesa, las cantidades tampoco pueden perderse de vista.
Con información de The Telegraph
Por Ingrid Cubas
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