Con motivo del Día internacional de la Mujer, decidimos hacerle un homenaje a todas aquellas que también hacen posible que un restaurante florezca.
Para que un restaurante o bar funcione, necesita de varios engranes que se muevan en sincronía. Si uno de ellos falla, todo falla. Los meseros son un eslabón primordial, porque en más de un sentido definen el resultado final de las experiencias que se viven en un establecimiento. Se ha hablado de ellos, sí. Pero, ¿y de ellas? ¿Cómo es el día a día de una mesera en México?
Por Ollin Velasco.
Con el telón de fondo del Día de la Mujer, que se celebra este 8 de marzo, quisimos hacer esta serie para reinvindicar su lugar en la industria gastronómica, y nos pareció insoslayable hablar de las meseras que se encargan de ser el vínculo entre comensales y la cocina o barra de un lugar.
Todas ellas tienen historias de vida diferentes. Cada una tiene claras las razones que las motivan a seguir en un empleo que les gusta, pero también saben que hay contrapartes que no pueden dejar de verse, porque son preocupantes, inadmisibles y les pasan a casi todas.
Acá, algunas de las historias que nos contaron.
Ingrid llegó al oficio porque necesitaba una opción adicional de ingreso económico, mientras seguía estudiando comunicación. No obstante, luego de un tiempo su trabajo le gustó tanto que decidió no sólo quedarse en él, sino seguir en el mismo camino.
“Muchos piensan que esta ocupación es algo que todos pueden hacer, pero no es así; tiene su propia y especial dinámica. Yo comencé sólo en servicio, luego empecé a rotar con labores detrás de la barra, me hice bartender y ahora, en donde trabajo, es común que todas hagamos de todo”, asegura.
Según dice, luego de pasar por al menos tres lugares de trabajo distintos, identifica que lo que más le gusta de ejercerlo es socializar y tratar a las personas como le gustaría que la atendieran a ella si fuera a un bar. En el oficio, dice, se aprende a leer a la gente para saber lo que necesita.
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No obstante, esas lecturas no siempre develan buenas intenciones.
“Al principio nos pagan muy poco y sufrimos de acoso, esa es una realidad. Antes me pasaba mucho más que ahora y eso se debe a que en mis primeras experiencias solía ser muy amable y sonriente y la gente se confundía y pensaba que tenía otras intenciones, cuando nada que ver. En mi primer trabajo, que era un bar que cerraba muy tarde, con frecuencia había hombres borrachos que querían abrazarme o que hacían comentarios sobre mi físico. Con el tiempo aprendí a sobrellevar mejor la situación”, cuenta.
Aunque Ingrid sabe que las cosas deberían cambiar de fondo para que ella –y todas las mujeres del mundo– no tuvieran que pasar por esas situaciones, dice que tuvo que acostumbrarse a “mandar los mensajes correctos para evitar confusiones, porque si les dejamos esa tarea a ellos nunca van a tomar consciencia por sí mismos”.
Ahora está feliz en su actual trabajo. Sabe que la naturaleza del servicio es experimentar de todo, así que su clave es sencilla: cumplir y adaptarse, exigiendo siempre absoluto respeto a ella y su labor.
Al hablar con ella, incluso por teléfono, da la impresión de todo el tiempo sonríe. Así es la mayoría del tiempo, dentro y fuera de su trabajo como mesera en Buenavida Fonda, un sitio relajado de la colonia Roma de la CDMX.
Natalia llegó de Venezuela a México hace más de cinco años, lleva dos trabajando “en piso” en restaurantes y dice que le encanta.
“Implica trabajo y desgaste físico, como en cualquiera otra ocupación. Pero es muy bonito cuando te permite conocer a gente buena que te trata como si fueras su amiga de toda la vida. Hay clientes que vienen y piden que yo los atienda porque saben que siempre lo hago con mucho amor”, cuenta.
Sin embargo, una vez más, hay gente que se equivoca con el mensaje que recibe.
“Lo mismo hay quienes llegan mirándote mal y tronándote los dedos porque quieren que les sirvas todo al momento, que quienes por saber que soy extranjera han querido pasarse de la raya y tocarme. No hay nada más incómodo que eso. Recuerdo que una vez estaba tomando la orden de un tipo que no dejaba de verme los pechos y tuve que pedirle, enojada, que dejara de hacerlo para verme a la cara”, asegura Natalia.
Cuando han pasado ese tipo de cosas, siempre les pide ayuda a sus colegas porque dice que simplemente no puede lidiar con eso. Ella es la única mujer que trabaja como mesera en el sitio, así que la protegen entre todos.
“Siempre voy a hacer bien mi trabajo y recibirán una buena cara, sólo pido que se comporten en consecuencia. No más”, finaliza.
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Karla tenía en mente ser programadora y graduarse del Instituto Tecnológico de Oaxaca, cuando llegó la pandemia. Su sueño de ese momento se vio detenido y tuvo que buscar opciones para poder trabajar.
Pronto se enteró de una oportunidad en el Restaurante Sin Nombre, a cargo del chef Israel Loyola, en la ciudad de Oaxaca, y lo intentó. Cuando aceptaron su solicitud, dice que sabía poco de las prácticas de ser mesera, pero que empezó a aprender rápido en capacitaciones.
“En el restaurante siempre estoy en contacto con hombres. Somos menos mujeres y desde el principio me puse al mismo nivel porque la verdad es que todos valemos por igual. Convivimos y nos llevamos bien, pero sin duda tenemos que destacar como mujeres”, afirma.
A Karla le ha apasionado tanto lo que hace en el restaurante, seis días a la semana, que desistió de estudiar programación para meterse a la licenciatura en gastronomía.
“La cocina vegana que se hace en este lugar me inspira y sorprende mucho. El trato con las personas me gusta porque me hace conocer otros mundos. Yo creo que mi destino va por acá. De entrada, ser mesera es un orgullo porque es un trabajo muy digno”, dice Karla.
Luego de cuatro años como mesera en Malavida Expendio, Monse ha visto de todo: lo mismo a los clientes de siempre que llegan al lugar en buena lid a beber unas cervezas y comer una tostada de atún, que a la gente que se pierde en el alcohol y que incluso quiere irse sin pagar.
“Ser mesera es padre porque haces comunidad y muchos amigos entrañables. Estar al frente del servicio y convivir con los demás, mientras pasan un buen rato, es gratificante. Pero cuando a la gente se le pasan las copas, generalmente, empiezan los problemas”, dice ella.
La pandemia y el encierro a causa de ella, según se ha dado cuenta, ha puesto un poco más susceptible y agresiva a la gente que visita el sitio.
“Una vez, un chico que estaba acá pidió su cuenta, pagó y por alguna razón volvió sólo para molestar a unas chicas. Yo lo corrí, se puso agresivo y algunos colegas se acercaron a ayudarme. Luego se fue, nos olvidamos del tema y, cuando salí de trabajar, me estaba esperando para golpearme, jalarme del cabello y finalmente tirarme. Mis amigos, por obvias razones, me defendieron y con él todo quedó ahí, pero se me quedó por siempre la experiencia”, dice Monse.
Como mujeres, cuenta, todas se ayudan. En su caso, cuando ha visto a chicas que se marean demasiado luego de beber, las acompaña hasta que se sientan mejor y les pide un taxi a casa.
“Somos mujeres y peligramos. Esa es una de las partes más inconvenientes de nuestro género, tristemente. No obstante, desde donde estemos tenemos que contribuir a mejorar nuestro entorno. Y creo que siendo mesera puedes tener una buena incidencia en eso”, dice Monse.