La idea de que un vino rosado es simple es errónea, pues en ocasiones resultan ser más complejos que tintos y blancos. Conoce sus características
Si existen vinos infravalorados, son los rosados. Técnicamente, son de los más complejos de producir, ya que, por sus características aromáticas y gustativas, deben de ser muy limpios, y cualquier defecto se percibe de inmediato. Aquello de que “carecen de complejidad” es completamente falso; hay en el mercado rosados que son tanto o más complejos y elegantes que cualquier tinto.
Por: Andrea Vázquez Azpiroz
Es cierto que las opciones dulces y sencillas de estos fermentados se popularizaron, pero, el universo de posibilidades se extiende, por ejemplo a los secos.
En un vino rosado seco buscamos frutalidad, características herbales y especiadas y una acidez rica. Tienden a ser vinos súper refrescantes, perfectos para primavera. Por supuesto, lo primero que debemos observar es el color; éste es un aspecto que el enólogo trabaja, nunca es casualidad.
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Antes de entender cómo se produce un vino rosado hay que saber de dónde viene el color en los vinos. Éste se extrae de la cáscara u hollejo de las uvas tintas. Estos agentes que aportan color se llaman antocianos. Entonces, si el jugo de un vino o mosto no reposa con los hollejos, será blanco. Con las uvas tintas, se pueden vinificar vinos tintos, pero también rosados y blancos; porque la extracción de color depende del tiempo que el mosto esté en contacto con el hollejo.
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Algunos ejemplos de uvas tintas que se usan para hacer blancos son los vinos de Champaña llamados Blanc de Noir, un vino espumoso blanco hecho 100% con Pinot Noir, una uva tinta.
Para hacer vinos rosados existen, principalmente, dos métodos. El primero, originario de Francia pero que ya se ha extendido por todo el mundo, es la maceración. Las uvas se cosechan, se prensan y el mosto se deja reposar con la piel por poco tiempo. En el caso de un vino tinto, este proceso puede llevar semanas, pero con los rosados, esto toma sólo algunas horas.
El segundo método se llama sangrado; en este caso, las uvas con todo y piel se depositan en un tanque de fermentación. Una parte de este mosto se separa –se sangra- para hacer el vino rosado y el resto del mosto se queda con los hollejos; con él se hace vino tinto.
Hay un tercer método que no es muy común, de hecho su elaboración no está permitida en algunos lugares de la Unión Europea. Se trata de los claretes, que se elaboran mezclando uvas tintas con blancas. La práctica de añadir un poco de uvas blancas a tintos es común, pero para
aportar características aromáticas, no para lograr el color rosado, como en el caso de los claretes.
Lo primero que hay que hacer antes de acercarnos a un vino rosado es quitarnos de la cabeza la idea de que son estilos cursis o dulces; estarán a la altura de cualquier tinto. Y esta época de calor es perfecta para descubrirlos. Para que la experiencia no tenga falla, recuerda enfriarlos a unos 7°C antes de beberlos.