No hay forma de comerlo sin sentir que ha sido un verdadero alivio. El pan de yema es un reconfortante que arraiga con la cultura de Oaxaca.
Fiestas patronales. Bodas. Bautizos. Domingos de tianguis. Reuniones familiares. Día de Muertos. Una salida esporádica al mercado… En los Valles Centrales de Oaxaca no hay disfrute ni fiesta tradicional sin pan de yema. Siempre está ahí.
Lo puedes reconocer a distancia: tanto por su olor dulzón que desborda mantequilla, como por su apariencia esponjada y su superficie cubierta de ajonjolí tostado. El pan de yema es universalmente conocido en el universo de Oaxaca, tanto por propios como por extranjeros, y se entiende por qué: su sabor es único, pero el motivo de compartirlo con otros está siempre relacionado con un afán festivo y de placer.
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En los Valles Centrales del estado siempre habrán panaderías tradicionales que los produzcan por centenas todos los días. A pesar de que se trata de un alimento que acompaña muchas fiestas y días importantes para la cultura oaxaqueña, la realidad es que su tradición está tan arraigada que puede aparecer en la mesa de cena de cualquier persona, en un día normal. El pan de yema da identidad.
La razón es muy sencilla: el pan de yema se hace con muy pocos líquidos adicionados a la harina y la levadura reglamentarias, en su lugar se utilizan huevos enteros. Por eso el interior de una pieza es airosa, pero tersa y liviana en el paladar.
Como se trata de panes de no más de 30 centímetros de diámetro, se les consume con chocolates de agua y de leche. También hay quienes lo rebanan y añaden a distintos moles, para darles consistencia; otros lo capean y lo sirven en capirotada.
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Como sea, llevarse a la boca este pan es siempre preámbulo de una buena experiencia. No hay quien lo desayune, lo coma o lo cene, y se levante de la mesa sin pensar que ha sido un alivio: que un pan de yema, especialmente si acaba de salir del horno, es suficiente para devolverle la sonrisa a cualquiera.