La mirada de un niño siempre es clarividente. La suerte de la infancia es que cada día uno descubre nuevas texturas al tocar lo que sea con sus manos, nuevos colores a los cuales mirar o nuevos aromas a los que seguir. Cuando un infante juega, ve cosas inusuales. Su mente no está llena de recuerdos que preconciben su realidad.
Texto: chef invitado Andoni Luis Aduriz.* Ilustración: Susan Lamaldo
Ese pequeño no tiene límites, es creativo porque no hay barreras que pongan trabas en los caminos que recorre su mente. Sin prejuicios, un niño crea e inventa; es original en su chico universo. Durante mi infancia vivía en una casa muy pequeña, en el barrio de Egia, en San Sebastián. La carencia de espacio me obligaba a jugar en la mesa de la cocina. Muchas veces los juegos se entremezclaban con los alimentos y utensilios que había encima de la mesa. Todo esto terminaba por convertirse en herramientas para explorar y jugar.
Es posible que entonces, siendo un niño sin preconceptos adquiridos, aprendiera lo que es la creatividad. En ese lugar se revolvían las dos variables más importantes: un espacio donde se permitía lanzar nuevas ideas sin que nadie las juzgara y una persona sin miedo a equivocarse proyectando esas nuevas ideas. Ambas variables son el germen de la creatividad. Y, como casi todo en la vida, este hábito se tiene que cultivar desde joven.
El cerebro del ser humano es uno de los que cuentan con mayor plasticidad entre los del reino animal, por eso se adapta al medio con facilidad. Esa rapidez —se dice que tras 21 días repitiendo algo de manera puntual se puede convertir en un hábito— ha sido siempre útil para la supervivencia porque aprendemos en nuestra interacción con el entorno.
Lo anterior me lleva a pensar en estas palabras de la filósofa Mary Midgley: “El hombre está programado de forma tan innata para la cultura que la necesita para ser completo. La cultura no es algo que sustituya al instinto, sino su extensión y complemento”. El aprendizaje cultural es sumamente necesario a la hora de hablar de creatividad.
Volvamos a pensar en ese niño sin barreras mentales. Él tiene básicamente dos formas de instruirse: el aprendizaje individual de prueba y error, y el colectivo, tanto por observación e imitación como por transmisión oral. Estas lecciones ayudarán al niño a tener más conocimiento práctico y a desarrollarse, pero su mirada limpia será necesaria para ver las cosas como algo nuevo.
Si podemos recuperar eso en nuestra etapa adulta, lo que conseguiremos será unir la dualidad entre nuestra infancia y nuestros conocimientos para poder ser creativos. Ésa es la manera en que funciona la creatividad.