Gennaro García es un artista que combina las culturas mexico-americana para crear distintos tipos de arte y nos cuenta su historia.
Tío 1: Gennaro, ¿qué quieres ser cuando seas grande?
Gennaro: ¡Quiero ser artista!
Tío 2: ¡Ya valió! Será un muerto de hambre de por vida.
Tío 3: Sí. No tendrá ni dónde dormir.
Tío 1: Pobrecito. Chale, hasta mariguano de seguro será.
Esto es lo que más recuerdo de mi infancia, cuando mis tíos o los padres de mis amigos me preguntaban qué quería ser de grande. Con el tiempo, empecé a decir que sería veterinario para quedar bien con todos (era la profesión de mi tío Yeyo, pues). Sin embargo, en mi casa no era así, si no todo lo contrario: desde pequeños nos inculcaron la creatividad en la vida diaria.
Texto y obras: Gennaro García, artista sonorense
El ser de la frontera norte, entre Sonora y Arizona, te hace diferente a los mexicanos del resto del país. En especial, el crecer en la frontera sin poder cruzarla.
Viví en San Luis desde los 14 años, tras regresar de Manzanillo, Colima y Guadalajara. Hice rótulos con mi hermano, hasta que mi padre abrió un restaurante, el cual era su sueño, y trabajé en él, aunque nunca me interesó dedicarme a eso.
Con el tiempo mi padre se regresó a Estados Unidos a vivir y yo me quedé con el restaurancito. A los 21 anos abrí mi primer changarrito, lo pinté y lo decoré, también la hice de chef. En cinco años ya tenía tres lugares diferentes, uno siempre más grande que el otro.
Un buen día topé que los que trabajaban de agricultores al otro lado ganaban más que yo, incluso teniendo negocios propios. Así, decidí darle pa’l norte. En el camino me encontré una barda y digamos que la brinqué.
Me instalé en Yuma, Arizona, un verano con la idea de abrir mi restaurante. Dormí en un callejón cerca de dos semanas, en aquel calorón termonuclear (es tan caliente que la caguama se te calienta antes de que te tomes la mitad, ¡chinga!). Pintaba cuadros y los vendía a 25 dólares afuera de un centro comercial. Al tiempo, encontré una casita para rentar, la pinté con murales bien mexas y les tomé fotos para mostrarlas en los diferentes restaurantes mexicanos y que vieran lo que podía hacer.
Recuerdo caminar durante horas para llegar a ellos. Nadie me peló en meses. Luego, al fin, me contactaron de uno, lo pinté con murales por dentro y por fuera. A las dos semanas ya era mesero y a los dos meses ya era gerente general del restaurante, cargo en el que estuve cuatro años. Hasta que la conocí a ella: la estudiante de ojos grandes de Phoenix, Arizona. Y pues, en chinga, me fui a Phoenix para seguirla viendo.
Entré a trabajar de gerente en otro restaurante y al año me salí para dedicarme a pintar, porque siempre lo tenía en la mente. Estuve de aprendiz en una agencia de decoración, pintando con rodillo las paredes infinitas del norte de Scottsdale, Arizona. A los meses fui muralista y al cabo de dos años ya era asociado de la compañía y diseñador de murales.
En el 2008, cuando la economía se chingó, vendí mi parte para dedicarme a pintar por mi cuenta. Mis primeras exhibiciones fueron en casas que yo mismo decoré. Invitaba a otros diseñadores y a mis clientes, quienes fueron y son todavía mis amigos y coleccionistas.
Tengo pinturas al óleo, acuarelas, acrílicos, labrados en madera junto con mi padre, esculturas de mármol y cantera, una línea de camisetas y bolsas con mi trabajo, una lines de Talavera y mi favorita: mi colección de platos de cerámica hechos a mano, que tengo en exhibición en las 12 galerías que me representan, así como en museos y restaurantes.
Nueve años después de dormir en el callejón tuve mi doble ciudadanía, a mi esposa, a una chulada de hija que a sus siete años ya pinta y vende sus obras para comprarse sus muñecas, experiencias de viajes en otros continentes y un sinfín de exhibiciones. Sigo en medio de las cocinas de restaurantes y festivales culinarios, porque la cocina es también un arte (¡y bien chingón!) y quiero seguir creando, sin importar los estilos o medios, las texturas o los colores.
“Mi nombre es Gennaro García, y ¡hoy soy un artista! Y lo mejor: de eso vivo, ¡neta!
El aprendizaje más significativo que tenemos es cuando colaboramos con otros artistas. Y el trabajo con chefs es eso: una gran colaboración entre artistas. En lo personal, empecé con el diseño de mis platos, pero descubrí en ellos un mercado sediento de arte original. Así, diseñé y decoré varios restaurantes y, ahora, soy socio, junto con el chef Sunny Santana y Aaron Chamberlin de Taquería Chelo, un proyecto que engloba mi segunda más grande pasión y que abrirá muy pronto sus puertas en el centro de distrito del arte en Phoenix, my Phoenix.
Hoy vivo viajando entre mis dos ciudades, donde tengo mis galerías. De mi querido San Luis vino mi amor por los tacos de asada del pariente, los fish tacos del Gil y el pastor de Los Poblanos; también mi delirio por las flautas de los callejones y por los dogos de la 20; ni qué decir de los mariscos con La Chelo o El Chobys y los tacos de lengua con chicharrón de la Quinta y Callejón Kino, donde mi buen amigo foodie y wino El Maico siempre tiene tiempo para charlar y tomar una buena copa disfrutando de lo que nos da San Luis de comer. Es un sitio lleno de recuerdos, de los tíos que no creyeron en mí y los que siempre me apoyaron, como mi adorado tío Cochi.
Por este cariño y porque soy de los dos lados del Wall. Entre mis proyectos más chingones está la pinchi barda fronteriza, que al principio no me dejaban cruzar, donde instalé el año pasado, con el ayuntamiento de San Luis, 30 billboards iluminados con mi arte. Hoy ahí se disfruta de mi obra, que está, como yo, entre los dos lados del Wall.