La gastronomía de Ensenada ha trascendido su fama por los mariscos frescos para convertirse en un referente culinario a nivel nacional e internacional.
La gastronomía de Ensenada ha trascendido su fama por los mariscos frescos para convertirse en un referente culinario a nivel nacional e internacional. Esta ciudad portuaria ha sabido combinar los ingredientes del mar con productos del Valle de Guadalupe.
En Ensenada han surgido nuevas propuestas culinarias que desafían los formatos convencionales y apuestan por una cocina más libre, sustentada en técnicas contemporáneas, respeto por el origen. La cercanía con la principal zona vitivinícola del país permite que muchos de estos proyectos encuentren maridajes precisos con vinos del Valle de Guadalupe, sumando complejidad y carácter a la mesa. Desde carretas que elevan el street food hasta espacios que fusionan arte, vino y cocina de autor, Ensenada se reafirma como un destino gastronómico en constante evolución.
Ubicado en Plaza Santo Tomás en una antigua bodega vinícola fundada en 1911. La Conchería forma parte del proyecto de renovación arquitectónica del centro de Ensenada. Este conjunto restaurado, ahora convertido en un punto de encuentro cultural, reúne tiendas, cafés y restaurantes que revitalizan la zona. Su interior, de estética sobria y funcional, conserva el carácter industrial del edificio original: suelos de barro, muros verde azulado y un techo de lámina metálica estructuran un espacio cálido y directo.
El menú de La Conchería se construye sobre la base de productos del mar provenientes de la región. Ostras servidas al natural, ceviche, aguachile y almejas forman parte de una carta que privilegia el sabor por encima del artificio. Entre las entradas calientes sobresale el fideo seco con salsa de chile poblano, que combina textura y sazón de forma equilibrada. La pasta al horno, elaborada en sartén de hierro fundido, se presenta con una crema de chile verde, mariscos y un gratinado discreto que aporta profundidad sin opacar al ingrediente principal. La propuesta gastronómica, sencilla en apariencia pero precisa en técnica, se integra con el entorno sin perder autenticidad.
Desde su fundación en 1960, se ha transformado lo que fue una modesta carreta en un ícono de la gastronomía callejera. Sabina Bandera, conocida como “La güerita”, llegó desde Guerrero en los años setenta y convirtió las tostadas de mariscos frescos en un platillo imperdible de Baja California. La propuesta es sencilla pero contundente: ceviches de pulpo, almeja, erizo o caracol, servidos en tostadas crujientes, con un toque final de salsas artesanales como la de cacahuate, tamarindo enchilado o habanero. Estas combinaciones, junto con la frescura del producto, han cautivado a comensales locales y extranjeros. La carreta ha sido recomendada por medios como The New York Times y chefs como Anthony Bourdain, quien calificó a Sabina como “una genio”. Su historia es ejemplo de cómo la pasión y la constancia pueden convertir una carreta en una marca global.
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Es un restaurante que mantiene una propuesta enfocada en mariscos frescos, con una carta corta, directa y bien ejecutada. Su cocina abierta, revestida de azulejos blancos, da la bienvenida a los comensales con un ambiente pulcro y moderno, donde cada detalle ha sido pensado para resaltar lo esencial: el producto. La disposición del local es sencilla y funcional, con una barra protagonista, suelo de cemento y mesas bien espaciadas. A un costado, una pizarra muestra la carta de bebidas, que incluye cervezas locales y tragos como el mezcal sour, ideales para abrir el apetito sin robarle protagonismo al menú.
La cocina se construye sobre una base de ingredientes del mar tratados con respeto, sin ornamentos innecesarios. El menú arranca con preparaciones frías como sashimis, ostras y tiraditos, todos elaborados con técnica precisa. Uno de los platillos más comentados es el taco de atún al pastor, con pescado adobado, cebolla encurtida y puré de aguacate: una combinación que reinterpreta un clásico mexicano con producto marino. También destacan la pizza con pulpo a la leña y la pasta fresca con camarones, platos que dejan clara la intención del chef: hacer cocina de mar contemporánea, bien estructurada y sin pretensiones. Aunque el menú no es extenso, cada platillo ha sido concebido para expresar el sabor del mar con claridad.
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En Valle de Guadalupe, Salvia Blanca se ha consolidado como un referente de la alta cocina en Baja California. Hace unos años fue reconocido a nivel nacional al obtener una nominación como Mejor Restaurante-Hotel de México por parte de la Cámara Nacional de la Industria de Restaurantes y Alimentos Condimentados (CANIRAC), organismo que evalúa más de 600 mil establecimientos en las 32 entidades del país. Este reconocimiento sitúa a Salvia Blanca como una parada obligatoria para los amantes de la gastronomía del norte de México.
Su cocina fusiona los sabores tradicionales de la región con técnicas actuales, siempre privilegiando el producto local. En cada plato se percibe un equilibrio entre creatividad y respeto por la estacionalidad. Desde el desayuno hasta la cena, el menú ofrece alternativas precisas que revelan una comprensión profunda del entorno culinario del Valle.
Además de su cocina, destaca por su ambiente relajado y bien cuidado. Con música en vivo, espacios al aire libre y política pet friendly, el restaurante propone una oferta gastronómica completa donde se valora tanto el contenido como el entorno. La carta de bebidas incluye etiquetas de vinos regionales, coctelería bien ejecutada y postres que cierran la comida con delicadeza. Desde sus mesas se puede contemplar una panorámica del valle que enmarca cada visita con luz natural y tranquilidad.
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Emerge como una obra de arte habitable. Concebido en 2019 por Juliette Cheanne, Poncho Muriedas y Yuri Muriedas, este espacio ubicado en el Ejido El Porvenir trasciende la noción tradicional de bar. Su propósito: redefinir la manera de comer, beber y habitar el Valle.
La estructura principal, una silueta escultórica inspirada en la caída de una gota de vino —fenómeno conocido como deposición—, fue diseñada por el ilustrador surrealista Jaime Zuverza. Para materializarla, se utilizó ferrocemento, una técnica que permitió moldear formas orgánicas y complejas. En su construcción participaron artesanos veracruzanos que anteriormente habían colaborado con el arquitecto Danilo Veras Godoy, autor de la célebre Casa de los Milagros.
En el interior, cada elemento compone una narrativa estética. Lámparas de porcelana artesanal, con formas irregulares que dialogan con las curvas del lugar, cuelgan sobre un sistema de sonido instalado en una mesa de caoba hecha a medida, que funciona también como escultura central. El resultado es una experiencia multisensorial donde arquitectura, iluminación y música se entrelazan.
La propuesta gastronómica no se queda atrás. Bloodlust ofrece un menú centrado en ingredientes de la región, acompañado por vinos del propio valle y una curaduría musical orientada a sonidos electrónicos. Al caer la noche, el espacio muta: proyecciones, DJ sets y eventos culturales prolongan la estancia hasta convertirla en ritual.