La pandemia de coronavirus no ha obligado a hacer una pausa en nuestra acelerada vida para reconectar con nosotros mismos y el entorno, en el ineludible acto del arte de la transformación.
Es muy difícil pensar lúcidamente durante la pandemia que nos ha atacado en estos meses. Más difícil aún es conjeturar sobre el futuro que nos espera después que pase esta pesadilla. Sin embargo, la vida es el arte de transformarnos, y los pesares forman parte de los cambios.
La mayoría de las opiniones son pesimistas considerando los perjuicios económicos, sociales, afectivos que ha causado este largo periodo de encierro e inactividad. No está del todo equivocado desde el punto de vista de muchísimos que han perdido su empleo, los que han visto fracasar sus empresas, desaparecer cualquier expectativa de mejoramiento y desarrollo de sus vidas y lo más importante, haber visto morir a su gente. Tal vez todos hemos entrado en ese columpio de desesperación, rabia, ira depresión, impotencia… Hasta aquí todo nos presenta el peor escenario de la historia.
Pintura del siglo XV
Pero yo quiero volver atrás en el tiempo, cuando en 1300 sufrieron la peste negra, sin equipos médicos especializados, sin medicinas apropiadas, sin los avances biotecnológicos necesarios para siquiera estudiar la situación de forma efectiva. Carentes de vacunas y completamente desprovistos de medios eficaces para combatir tal tragedia. De hecho, en la primera tanda acabó con 25 a 75 millones de personas en el arco de cuatro años y luego en las siguientes secuelas que duraron hasta 1400.
Cuando en 1600 la peste en Londres terminó con la tercera parte de la población de la ciudad en solo 12 meses; posteriormente en China en el siglo XIX otro tipo de peste acabó con 10 millones de personas. Y cuando la mortalidad de la peste era del 60 al 90%, en el siglo XX con el descubrimiento de los antibióticos y otras curas se redujo al 10-20%, y la población mundial siempre logró reconstruirse aun en las peores condiciones. Sí, la vida es el arte de transformarnos.
Imagen de la Biblia Toggenburg
Esto nos dice que el ser humano tiene una enorme capacidad de reacción y de adaptación, consecuencia del fuerte instinto de supervivencia. Esto se traduce en que en los peores trances siempre se encuentra la fuerza y la iniciativa para reinventarse, llegar finalmente a la aceptación y al olvido y seguir evolucionando.
También el miedo se transforma en arte
Está demás decir que tanto tiempo de aislamiento ha inducido y hasta obligado a la mayoría a hacer un profundo trabajo de introspección lo que ha representado aprender a conocernos a nosotros mismos, a tener el valor de enfrentarnos y mirarnos al espejo sin rodeos y tal vez revolucionar nuestra existencia para avanzar en el desarrollo espiritual fundamental y actuar positivamente.
Probablemente muchos recurrirían al psicólogo para escudriñar en sus demonios internos y resolverlos. Pero en esta cuarentena el principal regalo que nos hemos hecho, sin siquiera darnos cuenta, ha sido el de autoayudarnos. Cuántos se habrán encontrado con tener infinitos momentos a solas perdiendo su pensamiento en recuerdos, situaciones, vivencias, comparaciones que al final le han hecho ver claramente donde han fallado o lo que ha faltado.
Sin intención de repetir lo ya trillado, es cierto por otra parte, que hemos refrescado cuánto apreciamos un simple atardecer o amanecer; el hecho de estar vivos y sanos, hemos vuelto a saber lo que es compartir todos juntos, a sentirnos apoyados y consolados por quienes nos quieren. Hemos entendido cuánto corríamos todo el tiempo detrás del trabajo y de metas a veces demasiado ambiciosas o simplemente porque el frenesí de la vida que nos había engullido en su torbellino y ya era impensable pasar tiempo en casa haciendo nada. Y ese nada era estar con los afectos, disfrutar de leer con calma, de restablecer una comunicación con los demás y cultivarla, de pensar en nosotros mismos, de consentirnos un poco.
Caminar las pocas horas viendo hacia arriba no solo el cielo sino las copas de los árboles, los pájaros, y en consecuencia entender cuan fuerte es nuestro lazo con la naturaleza, cosa que automáticamente nos ha hecho sentir de nuevo un profundo respeto y preocupación hacia ella. Nos ha demostrado lo noble que es recuperándose después de la contaminación y maltrato a la que la hemos sometido durante siglos. Y qué placer nos da haberla visto renacer.
Todo absolutamente todo se ha redimensionado en nuestras vidas, y como dice el filósofo José Miguel Valle, estudioso y analista de la interacción humana, no está mal que “nos interroguemos sobre qué consiste una vida vivible, para qué vivimos y de repente nos encontramos con una existencia con la que estamos obligados a hacer algo. Cuáles son los mínimos para catalogar de digno y humano un plan de vida, qué contextos lo facilitan o lo dañan”, enseñándonos que podemos cambiar rumbo sin temor, que podemos vivir plenamente de otra forma. Que el arte de transformarnos se presenta ante nuestros ojos, y que hemos aprendido a ser más tolerantes, pacientes, tal vez mas humildes, afectuosos, y seguramente, a saber establecer las nuevas prioridades.
Para quien tenga la suerte de entenderlo, la enseñanza emocional es una gran oportunidad de evolucionar y prepararnos para el momento en que de nuevo estemos en la calle en contacto con la nueva realidad. Codo a codo con otros seres humanos transformados, intentando modificar lo que representaba nuestro circulo vicioso; la calle ciega en la que muchos estaban bloqueados sin saber cómo salir de ella.
Pandemias y arte, una simbiosis de dolor en el tiempo
Cuando llegue el momento de la reapertura, muchos de nosotros sabremos cómo preguntarnos hacia dónde queremos ir. Tal vez en un camino nuevo, en una relación nueva, en un trabajo nuevo. Pero lo bueno será que habremos aprendido a sentirlo desde adentro, a ser más honestos, a que no todo se razona y se calcula sobre todo cuando se trata de respirar la vida y que podemos soltar esquemas limitantes si de veras lo deseamos.
Sin duda alguna, para eso se necesitará valor porque cambiar da miedo y con eso hemos vivido esta pandemia todos los días, cada hora y minuto y ha podido nublar nuestra cordura, se ha infiltrado en nuestras mentes y de forma automática nos ha hecho miserable la existencia de estos meses. Sin embargo, no hay mejor decisión que la de aprender a enfrentar los miedos cara a cara, así es que uno entiende que son más pequeños de lo que creíamos, que esos aparentes monstruos son solo modestas colinas que podemos subir sin problema y finalmente crecemos tomando las riendas de nuestras vidas.
Habremos aprendido un sin fin de lecciones a nivel personal y colectivo que serán nuestro nuevo currículum para seguir avanzando y hacer lo que realmente queramos o seguir haciendo lo que ya hacíamos, pero de mejor manera. El augurio es que la mayoría se sienta renovada, reforzada y transformada en una mejor versión de sí mismo. ¡Felicidades! Esta pandemia nos ha vuelto humanos otra vez. El arte de la transformación está en curso.
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