Columbia Británica es una región de Canadá llena de joyas escondidas que surgen de la naturaleza cada invierno.
Por Roxana Zepeda.
Cómodamente acurrucada en mi sillón, abro en mi computadora portátil el álbum de fotos de aquel viaje, y siento que vuelve a envolverme la magia de ese lugar prístino, casi irreal. Vuelvo a sentir sobre mi rostro los copos que se convierten en lágrimas, o bajo mis pies aquella suave alfombra…
Mejor empezaré desde el principio.
Canadá es una región hermosa, mágica, llena de paisajes de ensueño y experiencias divertidas. Eso me decía Internet siempre que buscaba algo sobre este destino. Sin embargo, una cosa es leerlo y otra vivirlo. Por ello decidí embarcarme en la aventura de visitar por primera vez ese lugar alguna vez llamado “Las pequeñas naciones”.
La mayoría de los viajeros siempre eligen los destinos tradicionales: Québec, Montreal, Toronto o Vancouver, las grandes ciudades canadienses, que son muy bellas originales. Pero yo prefiero visitar sitios poco comunes, los destinos pequeños, alejados, recónditos, esos que casi nadie conoce al exterior, y que son como gemas escondidas en espera de ser descubiertas.
Volé a Vancouver una fría mañana de febrero. Deseaba que fuera un viaje de muchas “primeras veces”. Como nunca había estado en la nieve, llevaba todo mi atuendo de invierno: Chamarras, blusas abrigadas, bufandas, gorros, guantes impermeables y hasta orejeras.
Al llegar al aeropuerto transbordé a otro avión que me llevaría a Kamloops, una pequeña ciudad de Columbia Británica, ubicada a más de 400 kilómetros al norte. Ahí me encontré con viajeros provenientes de varias ciudades de Estados Unidos, que serían mis compañeros en esta travesía. Nos recogió el guía, Tom, quien condujo la camioneta durante más de una hora, en medio de caminos nevados y montañas cubiertas de hielo.
Llegamos a Sun Peaks, la segunda zona de esquí más grande de Canadá, y una de las mejores estaciones de América del Norte para practicar este deporte. En el centro del pueblo se encuentra Sun Peaks Grand Hotel & Conference Center, reconocido por sus políticas y buenas prácticas ambientales. Este hotel fue el primer resort en América del Norte —y el único en Canadá— que obtuvo la certificación ISO 14001 para la gestión ambiental.
Al adentrarnos en esta aldea turística, me sentía como si entrara en la postal de un cuento de Navidad: Casas, tiendas, restaurantes, hoteles y edificios, todos cubiertos de blanco. Tom nos explicó que la población tiene su propia escuela, y en invierno los niños llegan esquiando. En verano el panorama se transforma y las actividades son de ciclismo de montaña, senderismo y golf, en un campo de 18 hoyos diseñado por Graham Cooke, uno de los más afamados desarrolladores de campos de golf en Canadá.
Al caminar hacia el bar del hotel pude sentir por primera vez la nieve bajo mis pies. “Cruac, cruac, cruac”. Era una sensación curiosa, como si pisara pequeños diamantes, que crujían suavemente mientras dejaba plasmada la huella de mis botas en el prístino camino. Ya en el Bottom’s Bar & Grill, me encontré con mis nuevos amigos y con Nancy Greene, una esquiadora retirada canadiense, ganadora de una medalla de oro olímpica y varios campeonatos mundiales. Ella sería nuestra acompañante y guía en estas heladas aventuras.
Quise conocer una bebida local y Nancy me recomendó el Bloody Caesar, un coctel hecho con vodka, clamato, sales, condimentos y picante.
Cuando abandonamos el bar la noche había caído, aunque apenas eran las 6 de la tarde. Fue la hora de nuestra primera actividad, y me hizo enamorarme para siempre de la nieve y Canadá: Una caminata nocturna por los alrededores del bosque de Sun Peaks. Junto con Nancy, los del grupo fuimos a recoger los snow shoes, unos pequeños trineos metálicos parecidos a un pedal con picos, con un espacio para insertar las botas y poder caminar mucho mejor entre la nieve, sin resbalar o caer.
La noche no podía ser mejor. Cielo despejado con una enorme luna llena que iluminaba el camino. Apagamos las lámparas que llevábamos en la cabeza, pues resultaban innecesarias. Aplastar la nieve en cada paso creaba la sensación de caminar sobre un pastel gigante, y abriéndome paso entre el suave betún.
Era tan novedoso e increíble, que por momentos me sentía como inmersa en el decorado de una película, o mejor aún, en una pintura del inigualable Charles William Jefferys. Rodeada de un silencioso y hermoso bosque de pinos cubiertos de nieve, enmarcados en un cielo estrellado. A media caminata hubo uno de esos momentos mágicos, cuando nos detuvimos a mirar lo que habíamos dejado atrás. Desde la elevación en que nos encontrábamos, pudimos ver la iluminada aldea de Sun Peaks, como si se tratara de la villa dentro de un cuento de Navidad.
El frío comenzaba a sentirse, así que hicimos parada en un pequeño campamento, donde ya nos esperaba una fogata encendida en medio de la nieve. Tom y Nancy se encargaron de servirnos sidra de manzana caliente con especias, para recuperar el calor mientras con unas varas delgadas asábamos malvaviscos a la luz de la luna. Pronto comenzaron a circular unas galletas cuadradas de miel con trozos de chocolate oscuro, para hacer sándwiches de bombones. Jamás había comido un postre igual. Regresamos a la aldea después de dos kilómetros de caminata.
Había que descansar, pues el día siguiente nos deparaba más actividades en la nieve.
Debo confesar que cuando llegué al resort pensé que lo único que se podía hacer ahí era esquiar, caminar en la nieve o hacer muñecos. Mientras desayunaba, una preocupación invadía mi mente, pues además de que nunca había esquiado y tengo dos pies izquierdos, una lesión reciente en mi rodilla me impedía por órdenes médicas realizar ese tipo de deportes. Así, imaginaba que pasaría el día caminando en la nieve, recorriendo tiendas, o mirando a mis nuevos amigos en sus aparatosas y cómicas caídas, mientras les hacía fotografías.
Nancy alivió mi preocupación hablándome de una manera de esquiar, con la plena confianza de que no me haría ningún daño en las piernas. Al notar mi mirada escéptica me explicó: “En Sun Peaks tenemos algo exclusivo y muy poco conocido en otros resorts de esquí. Lo llamamos Snow Limo. Te subes en una silla con esquíes, y un esquiador profesional te lleva como si se tratara de una silla de ruedas pero en la nieve. Verás los mismos paisajes que ven los esquiadores, sentirás la misma inclinación, velocidad, giros, y la adrenalina bombeando en tus venas. Hasta los copos de nieve y el aire helado en la cara, pero no usarás tus piernas y estarás segura”.
Nancy se fue con el grupo a esquiar, y me dejó en las manos de Babo Stefano, un esquiador italiano profesional que desde hace años vive en Sun Peaks, y se dedica a dar los recorridos en Snow Limo. Me subió a la silla especial, me puso una cobija y abrochó el cierre de una funda aislante de frío, al tiempo que nos subíamos al “Charly”, la estación de telesillas que llevan a los esquiadores a la montaña.
Había pistas para tres niveles de experiencia: Principiantes, intermedios y suicidas… Eh, avanzados. Mientras iba en el teleférico, miraba el bosque desierto, la blancura de la nieve, y disfrutaba de ese silencio increíble, desde muchos metros de altura. Me sentí agradecida de no sufrir acrofobia.
Llegamos a la primera parada y Babo colocó sus pies en los esquíes atrás de mi silla, para dar inicio a la aventura. Me dijo que si en algún momento sentía que iba demasiado rápido, se lo hiciera saber para bajar la velocidad. Asentí y me puse los anteojos de esquí, para proteger mis ojos del sol y de los pequeños cristales de nieve.
Al principio no pude evitar cierta aprensión, pues de verdad sentía como si fuera yo quien tuviera que dominar el deslizar sobre la nieve, e inclinarme en cada curva. Pero rato después me acostumbré a ser conducida, comencé a relajarme, a disfrutar de la experiencia, y hasta hice fotos de otros esquiadores compañeros en el descenso.
Babo comenzó a platicarme de su vida y de porqué había emigrado a Canadá. En Italia trabajaba en una tienda de artículos para deportes de invierno, pero allá casi no podía practicar su actividad favorita. Además sentía que le hacía falta un cambio de vida y tener nuevas emociones. También me contó que estaba trabajando en varios proyectos a favor del medio ambiente, y que Canadá era el lugar ideal para desarrollarlos, por su creciente interés en políticas ecológicas y de protección a las áreas naturales.
Llegamos a la base de la colina y volvimos a subir, ahora al segundo nivel. Babo me dijo que este tour le ha dado la experiencia de esquiar a muchas personas que no pueden hacerlo por lesiones, discapacidad y problemas asociados con la edad avanzada. Esto permite a familias enteras disfrutar de la montaña, sin riesgos.
Mientras estábamos en el descenso, miré a lo lejos a un grupo que esquiaba con unos extraños aparatos semejantes a bicicletas. Babo declaró ser el creador del Ski Bike Canadá, donde en lugar de llantas, se le ocurrió ponerles esquíes a las bicicletas. Así, las personas que ya habían pasado un par de días esquiando, tienen la alternativa de otra actividad saludable y divertida.
Luego de casi dos horas de subir y bajar por distintas colinas, fui con Babo a uno de los cafés de la aldea a degustar un delicioso y espumoso chocolate caliente con canela, para recuperar un poco de calor en un espacio con calefacción.
Después fuimos a dar un recorrido por los alrededores y llegamos a comer al Voyageur Bistro, un restaurante de auténtica comida canadiense. Ahí preparan recetas tradicionales, con ingredientes locales. Desde carne de bisonte (criado en granja), hasta platillos con miel de arce. Probé un poco de la charcutería artesanal local, con quesos, pastel de carne con arce, y un corte de carne acompañado de puré de papa, verduras, pimienta y salsa de frutos rojos.
Me sorprendió saber que ahí, el menú cambia al menos dos veces al año, igual que los ingredientes, que son frescos y de temporada. En las paredes del lugar hay muchos objetos, cada uno con su propia historia. Todos con temática de viajes y experiencias que se pueden vivir en la zona, desde antiguas canoas Nutka para pesca, hasta una gran colección de objetos típicos e históricos de Canadá.
Emoción como en Iditarod.
Por la tarde me esperaba otra actividad que jamás hubiera imaginado conocer. Sólo la había visto en películas de aventuras: Recorrer el bosque en un trineo jalado por perros. Una de mis compañeras estadounidenses, Amanda, me acompañó a este paseo diseñado por Mountain Man Adventures. Al llegar al punto acordado vimos a ocho enormes perros, peludos y encantadores, que jugaban a brincar y meter sus cabezas entre la nieve como si fueran niños.
Chris, un joven entrenador de perros, nos explicó cómo acomodarnos en el trineo, bajo la atenta mirada de los perros, que esperaban una seña. Tras unos ademanes y palabras, uno de los animales líderes comenzó a correr suelto, mientras los otros, emocionados lo siguieron al unísono a toda velocidad. El trineo comenzó a deslizarse entre las huellas ya bien marcadas en la nieve. Yo me sentí inmersa en el Iditarod.
Pasamos cerca de un lago congelado, entre hileras de pinos, y también por veredas estrechas. En ocasiones Chris ordenaba a los perros detenerse para que tomaran un descanso, pero estaban tan entusiasmados y llenos de energía que esperaban ansiosos la señal para continuar el recorrido.
Después de una hora y media y más de 10 kilómetros de paseo, regresamos al sitio de partida. Chris nos permitió ayudarle a alimentar a los perros con grandes trozos de carne y una sopa caliente con pollo. Nos contó que los canes consumen al año tres toneladas de carne y casi 8 toneladas de pollo, para mantenerse en forma y excelente estado de salud.
Durante el verano los perros se quedan en casa de Chris, una enorme granja a las afueras de Sun Peaks (tiene más de 30 perros que alterna en sus recorridos), donde decenas de voluntarios llegan a cuidarlos, jugar con ellos y enseñarlos a convivir con la gente. Los perros sólo hacen dos paseos al día y descansan dos o tres horas entre cada recorrido, para no agotarlos. Después de cierto tiempo, son jubilados y dados en adopción a familias amorosas.
Muy temprano al día siguiente le dijimos adiós a Sun Peaks. Tom condujo durante hora y media hacia Clearwater, una reserva natural protegida, ubicada a poco más de 100 kilómetros al norte del resort. Llegamos a un pequeño hotel, edificado al costado de una solitaria carretera. Alrededor sólo había una tienda y una gasolinera. De nuevo tuve la sensación de estar en un paisaje irreal.
Tras dejar las maletas, regresamos a la camioneta para adentrarnos en el corazón del Parque Provincial Wells Gray, cientos de miles de hectáreas de bosques, cascadas, árboles y animales salvajes en su hábitat natural. Además, ahí se encuentra la única selva tropical interior del país. Durante el verano, muchos turistas canadienses y estadounidenses visitan este parque para realizar actividades de montaña, como recorrer más de 200 kilómetros de senderos, pedalear en bicicleta, remar o pescar en sus lagos, hacer camping o practicar rápel en los acantilados.
En invierno, en cambio, la reserva se viste de blanco, regalando hermosas vistas de postal a quienes deciden visitarla en esta temporada. Son pocos los que imaginan que también en el frío se pueden hacer actividades en este sitio increíble.
Mientras nos internábamos en esta reserva natural comenzó a nevar. Era la primera vez que yo veía una nevada. Tom nos contó que en este parque hay más de 70 lugares donde puedes hospedarte, desde hoteles boutique hasta campamentos privados. También alberga el lago de pádel más grande de América del Norte, el Murtle Lake, y el mayor prado de flores subalpinas de Canadá.
Al descender de la camioneta en medio de la nieve espesa y suave, sentí por primera vez los copos de nieve sobre mi cara. Los toqué con mis manos desnudas y sentí cómo los copos se transformaban en lágrimas. Caminé por un sendero en que la nieve me cubría más arriba de las rodillas. En algún momento sentí que no tocaba el piso, estaba en un punto de no retorno, iba a caerme y me preparaba inminentemente para ello. Me dejé ir. Lejos de sentir un golpe, fue como caer en medio de suaves plumas. Así de divertido resultó caer en la suave nieve.
Un grupo de jóvenes de Clearwatter Lake Tours, liderados por Mike, llegó en un taxi de nieve, un vehículo con techo y ventana frontal transparente, descubierto de los lados, hecho especialmente para dar un paseo en la nieve y poder tener una visión de 360 grados sin perder ningún detalle de cada lugar por el que pasamos. Así, con unas cobijas extra encima y en plena nevada, nos adentramos en el parque para ver si algún alce o algún otro animal se atravesaba en el camino.
Mike nos llevó a una extensa zona de nieve rodeada de cedros. Con el taxi aplanó un círculo al centro y ahí montó leña para encender una fogata y tomar el almuerzo. Caminé un poco entre la nieve, para alejarme hacia un sitio donde pudiera estar sola unos minutos.
Ahí, en medio del silencio, me dediqué a contemplar el entorno, a sentir la nieve, a escuchar a lo lejos el trinar de cientos de pájaros. ¿Cómo podían soportar esas nevadas y las temperaturas bajo cero? Sonaban como pequeños cascabeles desde los árboles, aunque no pude ver a ninguno. Ahí comprendí el tesoro que, en su afán de riquezas, mi especie está destruyendo. Me sentí helada.
Me acerqué a la fogata para recobrar calor y beber chocolate caliente. Mike puso en mi mano un trozo de salmón ahumado, un plato típico de la región y que se come a temperatura ambiente, aunque el fuego de la fogata parecía realzar su aroma y sabor intenso. Después regresamos al vehículo para iniciar un recorrido por cuatro de las cascadas más importantes de la zona, que durante esa temporada se transforman en majestuosas formaciones de hielo.
Existen 41 cascadas en el parque Wells Gray. Quien diga que las cataratas del Niágara son lo mejor que hay en Canadá, no conoce aún Helmcken Falls, la cuarta cascada más alta del país (mide 141 metros). Es tres veces más alta e impresionante que las del Niágara. Su fuerza es tan potente que, aunque los alrededores están cubiertos de nieve, el chorro no se congela. En ocasiones pequeños cristales de hielo salen volando en la caída, que forma un cráter de nieve alrededor de un gran cañón donde se puede practicar rápel.
Nuestra segunda parada fue en Spahats creeks falls, una dramática columna de agua congelada en capas de hielo, en medio de un cañón de lava. Los rayos de sol del atardecer atravesaban los árboles y le daban un brillo especial a la nieve.
Después realizamos una caminata por las Mushbowl Falls, siete pequeñas cascadas que conforman una catarata sobre un río congelado. Desde un puente pudimos tener diversas vistas y perspectivas. Cuatro de mis nuevos amigos se aventuraron a atravesar algunos de los bloques de hielo del río mientras contemplábamos el horizonte.
El recorrido terminó en Dawson Falls, que por su anchura son consideradas como unas cataratas del Niágara en miniatura. Ahí el río Murtle cae en cascadas sobre lechos de lava de 200,000 años de antigüedad.
Después de este largo día en la nieve regresamos al hotel en Clearwater. Ahí bebimos cervezas con arce y cenamos hamburguesas, mientras platicábamos sobre lo que más nos había gustado de este viaje, en nuestra última noche en Canadá.
Mientras contemplo las fotos, vuelvo a disfrutar cada experiencia y cada momento, todos especiales. Lo más bello fue haber sentido la nieve por primera vez, de tantas formas distintas: En un copo, en una pisada, en un cristal de hielo en mi cara, en un esquí, en una bola apretada en mis manos, en un trineo de perros, y en mil paisajes de postales, que se han grabado a fuego en mi memoria.
Al tiempo que sorbo mi chocolate caliente, añoro nuevamente la quietud de ese sitio mágico, donde un país ha decidido que también de la ecología pueden obtenerse beneficios.
Sun Peaks Resort
www.sunpeaksresort.com
Mountain Man Dog Sled Adventures
http://www.mountainmanadventures.ca/
Voyageur Bistro
Wells Gray
www.wellsgray.ca
Clearwater Lake Tours
www.clearwaterlaketours.com/