Rumania tiene algo para todo. Castillos, iglesias, sinagogas, gastronomía multicultural y tradicional, naturaleza, historia y emocionantes trayectos. Enamórate de ella.
Por Pablo Ricalde
Fue Rumania mi tercera entrada a Europa del Este, o a la Europa comunista que temían mis padres. Aquellos países oprimidos regidos por el Kremlin con un ideal de igualdad que nunca se materializó. Fue Rumania, o tal vez su cultura de gimnasia influenciada por Nadia Comaneci, o más probable su diez perfecto en Montreal 76, quien invitaba como primera parada en la visita la Escuela de Gimnasia de Bucharest, solo para después seguir con el Museo Olímpico Nacional.
Fue Rumania, su Parlamento, considerado como uno de los edificios más grandes de Europa, donde la evidencia del poder que Nicolae Ceaușescu tenía era mas que evidente. Un líder que desafió a Moscú y trabajo de la mano de Estados Unidos, quien motivó la fecundidad entre sus pobladores a fin de tener una fuerza laboral más extensa y dejo un país prácticamente en la ruina. Fue Rumania quien me hizo ahondar en lo profundo de mis enseñanzas religiosas para entender la importancia de la religión en la historia del país; los efectos del imperio otomano en los pobladores, la vitalidad de sus iconos que destacan no sólo por su antigüedad o belleza, sino por la profundidad que emanan.
Fue Rumania y sus iglesias católicas quienes me enseñaron la calidad arquitectónica del país. Fue Rumania y sus sinagogas secretas, con la Estrella de David prácticamente imperceptible, quienes me educaron en la diferencia de a ver y de observar, que si vas muy rápido te las puedes perder.
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Fue Rumania y su estación de tren con un mosaico de 1960 quién me mostró que un tren con ocho minutos de retraso aún me va a llevar a mi destino, que no desespere, y que el Mar Negro sigue ahí. Fue Rumania y su imponente puerto en Constanta que me advirtió que el comercio entre la ex Unión Soviética sigue tan vivo como cuando se instauro el régimen.
Fue Rumania a través de los yates en la marina de Constanta donde se me mostró que la opulencia nunca se perdió, sólo se ocultó temporalmente para renacer mas fuerte que nunca. Fue Rumania y sus leus, una moneda tan frágil como desconocida, quien me compro mi primera de muchas baklavas.
Fue Rumania, sus monasterios y castillos en Sinaia, o la pequeña Brasov, que me obligaron a leer a fondo la historia del Conde Drácula, comprender el porqué de su maldad y el temor que genera en tanta gente alrededor del mundo. Fue Rumania, aunque tal vez un error de viajero influenciado por atractiva historia del Conde Drácula, no la Bram Stoker, quien, negado a recibirme en su tumba, hizo que tuviera contacto con una jauría lista para el ataque, para defender la tumba de su maestro, logrando su objetivo de manera exitosa al mismo tiempo que yo me alejaba de Snagov no tan rápido como me hubiera gustado.
Fue Rumania y su nueva generación de jóvenes con una influencia cada vez menos marcada por el comunismo, con una mentalidad más abierta, quien rescató a dos pobres turistas del peor susto de su vida guiándolos en un transporte público, con muchas áreas de oportunidad, sin recibir nada a cambio.
Fue Rumania, con un dinamismo tan independiente y propio, que no he sabido descifrar cómo clasificarlo. Sus cafés en las calles me recuerdan a Madrid, sus panaderías me hacen sentirme en París, mientras que su cultura cafetera me lleva a Bogotá. Su afición a las pizzas me hizo dudar si estábamos en Roma, pero al mismo tiempo el desorden en los museos me confirmó que no estábamos en Londres. Y bastaron segundos en la Gara du Nord para darme cuenta que no es Tokio porque veo que las tablas de horarios son bastante flexibles y meramente informativas.
Al final, lo que sé, es que Rumania sabe, y sabe rico.
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La oferta de cadenas internacionales en Rumania es limitada; nosotros optamos por el Sheraton Bucharest por su cercanía a la estación de tren (~25 minutos a paso tranquilo) y al centro (~10 minutos a paso tranquilo), donde nos quedamos 6 noches. Tiempo suficiente para conocer Bucharest a profundidad y alcanzar a visitar Constanta en el Mar Negro, Brasov y Sinaia en las montañas y Snagov a las afueras de la ciudad.
Tanto Constanta como Brasov (Sinaia) están a menos de tres horas en tren. La puntualidad y frecuencia de los trenes en Rumania deja mucho que desear, sin embargo, tampoco genera grandes problemas.
Optar por tren a Constanta y un tour para Brasov (Sinaia) se me hace lo mas recomendable para reducir el riesgo de perder el tren y conocer mejor ambas ciudades. Nosotros no lo hicimos así y sufrimos con cambios en las aperturas de los castillos, algo de lo cual los tours tienen más claridad. Las atracciones turísticas en Rumania no tienen políticas tan claras y estrictas de apertura y cierre, por lo que un guía local puede ayudar a disminuir problemas.
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El número de visitantes a la tumba de Drácula en Snagov ha disminuido dramáticamente; según los locales hace cinco años, la tumba era visitada por mil personas diarias. Hoy, en los meses de verano, el aforo máximo que visita la atracción es de cien personas al mes. Aunque más caro, contratar un tour privado es la única opción. El lugar está semi abandonado y, aunado a un lenguaje extraño al español y perros al asecho, se puede convertir en una tragedia antes de empezar.
Fotos por Pablo Ricalde y Romania Tourism
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