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“El público mexicano no ve cine mexicano” y otras verdades después del triunfo de Roma

Por: Bleu&Blanc 22 Abr 2019
“El público mexicano no ve cine mexicano” y otras verdades después del triunfo de Roma
Abel Cervantes reflexiona sobre el triunfo de Roma, y responde a la pregunta ¿Cuál es el estado actual del cine mexicano?

A 60 días de que Alfonso Cuarón recibió el premio Oscar como Mejor Director y Roma se galardonó con la Mejor Fotografía y la Mejor Película Extranjera, reflexionamos sobre el verdadero estado del cine mexicano. A pesar del triunfo, el autor de este ensayo escribe: “el público mexicano no ve cine mexicano“. Algunas pistas para cambiar este panorama.

Por Abel Cervantes

Hoy, 7 de diciembre de 2018, es un día radiante para el cine mexicano. Luego de la presión ejercida en redes sociales por el escaso número de proyecciones en salas de cine, la Cineteca Nacional exhibe Roma de Alfonso Cuarón. Los letreros de la película asemejan los antiguos anuncios de los años setenta y están instalados en la parte vieja, la que fue construida en 1984 por Arquitectos Manuel Rocha. Dentro de unos días, el 22 de enero, un estallido de júbilo celebrará sus 10 nominaciones al Oscar, un logro que ninguna otra cinta extranjera había conseguido. Y a finales de febrero aclamará las tres preseas: mejor fotografía, mejor película en lengua extranjera y mejor director.

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El 21 de diciembre, aquí también, en la Cineteca, Cuarón conversará con Lydia Cacho y Javier Risco entre otros temas sobre la experiencia cinematográfica y las implicaciones sociopolíticas de Cleo, la sirvienta interpretada por Yalitza Aparicio, que, dicho sea, se ha apoderado de portadas de revistas de moda como Vogue, inalcanzables para otras celebridades. Y próximamente firmará con Prada, cual Dolores del Río paseándose por Hollywood.

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¡La mejor época de la historia de nuestro cine!

—¡La mejor!

Hace tres años, durante la entrega de los Arieles, Paul Leduc recibió un premio honorario por su carrera y, como si se adelantara al momentum Cuarón, aprovechó para hablar del estado del cine mexicano. Sin tomar en cuenta el volumen de producción o los premios, que impactan mediáticamente pero no reflejan el estado de las cosas, Leduc miró hacia el gran otro, el extraño desconocido, para señalar lo que no es evidente: “el público de hoy no es el de antes, el de la Época de Oro, el del cine de estreno a cuatro pesos. Hoy no prefiere lo mexicano. Hoy no le gusta lo mexicano. Hoy, quizá, ya no quiere ser mexicano”.

¿De qué hablaba Leduc si Alfonso Cuarón triunfa por el mundo recolectando premios como cosecha de estío? ¿De qué, si la portada de Vogue con Yalitza Aparició consiguió más de 310 millones de impresiones en redes sociales en su primer mes de publicación? ¿De qué, si se habla por todo el mundo del triunfo de nuestro cine en Hollywood y en Europa?

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Alfonso Cuarón, Roma (2018). Fotograma

Quizás hablaba de esto:

En 2013 el público mexicano tuvo uno de sus mejores récords en asistencia para ver cine de nuestro país: 30.1 millones de boletos vendidos. Pero solamente tres películas –No se aceptan devoluciones (15.2 millones), de Eugenio Derbez, Nosotros los nobles (7.1 millones), de Gary Alazraki y Amor a primera visa (2.4 millones), de Pedro Pablo Ibarra (la primera, producida por Alebrije Producciones)– acapararon el 80 por ciento. En contraste, ese mismo año, Heli, de Amat Escalante, que ganó el premio como mejor dirección en Cannes, apenas fue vista por 90 mil personas; Halley, de Sebastián Hofmann, una de las propuestas más temerarias actuales, 15 mil; y Quebranto, de Roberto Fiesco, un documental conmovedor de primera línea que además explora un fragmento de la historia del cine mexicano, 846.

Sí, 846.

El público mexicano no ve cine mexicano. El efecto Roma es un ave desconocida y rara producto de una inteligente y ambiciosa estrategia comercial de Netflix, cuya inversión en producción se estima en cerca de 15 millones de dólares y más de 20 millones en publicidad y difusión.

***  

México, un país cinematográfico

México es un país cinematográfico. En 1919 Enrique Rosas filmó la historia de los ladrones del automóvil gris, un grupo de vándalos que robaban joyas en casas de familias adineradas haciéndose pasar por militares. La película incluye el fusilamiento real de los ladrones como epílogo. A partir de entonces, y como si se tratara de un embrujo, el mejor cine mexicano fusiona intereses ficcionales con documentales para mostrar las realidades más paradójicas de nuestro territorio.

A principios de la década de los treinta, Serguéi Eisenstein visitó México junto a Eduard Tissé, su cinefotógrafo, para registrar los magueyes, los cielos, los lagos y los rostros posrevolucionarios a través de una estética que influyó el maravilloso talento de Gabriel Figueroa y Emilio el Indio Fernández, y con ello la confección de extraordinarios melodramas comparables con las tragedias griegas más sorprendentes.

A esta época se la llamó Época de Oro por su calidad cinematográfica y por la cantidad de películas realizadas por año: más de 150 en  sus mejores momentos. Y por la aparición de luminarias como María Félix, Pedro Armendáriz, Katy Jurado, Pedro Infante, Dolores del Río y cientos de nombres imposibles de nombrar ahora mismo, muchos de los cuales también brillaron en Europa y Estados Unidos.

Entonces Buñuel, que con Los Olvidados (1950) pintó una línea para desmarcar el cine y la denuncia del cine y la propaganda, y de paso abrir una zanja en medio de un terreno rocoso: la brillante década de los setenta –Isaac, Ibáñez, Cazals, Fonts, Alcoriza, Ripstein, Ripstein y mil veces Ripstein. Y Los Caifanes. Y El lugar sin límites. Y Fe, Esperanza y Caridad. Y Los albañiles. Y Patsy, mi amor. Y Tívoli. Y…

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Arturo Ripstein, El lugar sin límites (1978). festivalcineorquidea.com

El otro cine mexicano

Hoy estamos en 2019. La Cineteca luce esplendorosa. Los desarreglos e imperfecciones de Rojkind Arquitectos, que hace unos años generaron una oleada de comentarios adversos, parecen haber quedado atrás. Se respira un aire de triunfo. Luego de alcanzar uno de sus puntos más bajos de su historia en 1997, cuando produjo solamente nueve películas, el cine mexicano inició una época de reconstrucción en franco ascenso, Oscar de mejor película extranjera incluido.

En 1998 se grabaron once cintas; en 2000, veintiocho; en 2007 y 2008, setenta; a partir de 2013 el número no bajó de cien, como en su mejor etapa anterior, en la década de los cincuenta; y en 2017 consiguió 176, un número nunca antes visto. En medio de todos esos datos una, dos, tres preguntas necesarias:

  1. ¿por qué Cinemex y Cinépolis, las únicas dos cadenas de salas comerciales de nuestro país, otorgan nula oportunidad de exhibición a las películas mexicanas independientes, dándoles pocos días de proyección en los peores horarios?
  2. ¿Por qué como sociedad desconocemos la historia de nuestro cine y desestimamos sus películas actuales cuando no están firmadas por un director como Alfonso Cuarón, cuya trayectoria lo hace más cercano a Hollywood que al cine mexicano?
  3. ¿Por qué para la mayoría de nosotros nombres como Tatiana Huezo, Nicolás Pereda, Sebastián Hofmann, Lucía Carreras, Everardo González, Kizza Terrazas o Hari Sama nos parecen tan desconocidos si se tratan de los protagonistas de nuestro cine actual?

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Cortesía de la Cineteca Nacional

¿Cómo cambiar este panorama?

Una cuarta pregunta: ¿cómo cambiar este panorama? En “Pasiones encontradas y audiencias perdidas”, del 7 de noviembre de 2015 de “Confabulario” de El Universal, Ignacio Sánchez Prado esboza una respuesta: “[e]s necesario reconstruir [la] relación [entre el público y la comunidad cinematográfica], y esto sólo puede lograrse trazando un camino en tres direcciones”: transformar la crítica, que se ha empeñado en vapulear el cine de nuestro país o en privilegiar la atención a películas europeas o estadounidenses; hacer las paces con el cine mexicano comercial aprendiendo de él para transformar la industria mexicana en una más estable; y, finalmente, tener la convicción como espectadores de ver y comprar cine mexicano.

Y sí. Los cuestionamientos brotan por todos lados: por qué desdeñamos la producción artística de los nuestros para privilegiar la de aquellos solo por los efectos especiales o la publicidad o los regalos en combo; por qué siendo uno de los países más interesados en el cine como actividad social (el tercero a nivel mundial con más boletos vendidos en taquilla por año, solo por debajo de Estados Unidos e India) volteamos a ver una película mexicana únicamente cuando copia los estándares narrativos de los blockbuster estadounidenses, como lo hacen las de Derbez o Alazraki.

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Eugenio Derbez, No se aceptan devoluciones (2013)

No todos los caminos llevan a Roma

 Quizá las respuestas señalan que la experiencia del cine mexicano atraviesa por una crisis a la que vale la pena afrontar menos con reproches y más con propuestas; que más allá de aprender de las estrategias publicitarias de productores y directores exitosos en taquilla, debemos buscar un camino educativo diferente al que tenemos. Que, como propone Maxine Greene, estamos ante la oportunidad de incorporar las artes a la cultura sacando provecho de la imaginación, porque “sacar provecho de la imaginación es poder llegar a romper con lo que está supuestamente fijo y terminado”. Para reconocer de una vez por todas que las mejores películas de nuestro talento mexicano no tienen ni de lejos la oportunidad de realizarse y menos de difundirse como sí lo tienen las apoyadas por Alebrije Producciones o Netflix. Que no todos los caminos provienen de, ni llevan a Roma.  

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Sobre el autor

Abel Cervantes es fundador de Estudios Culturales Contemporáneos. Imparte clases de periodismo y cine en la Universidad Autónoma de México. Fue editor en las publicaciones Código, Icónica y La Tempestad. Participó en los libros Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo. Ficción (2012) y Documental (2014) publicados por la Cineteca Nacional.

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