La cantautora tiene la habilidad de reconocer los ingredientes de un platillo con solo probarlo y habilidad para que la gente que conoce en sus giras le comparta sus recetas.
Ely Guerra se asume como una bruja que es movida por el ansia constante de crear. A veces crea canciones, otras perfumes y hasta platos. Su gusto por la cocina es conocido por sus fans desde hace más de una década. En la página oficial de la Guerra, en la época en la que se encontraba promocionando su álbum “Sweet and sour, hot and spicy” (2003) aparecía colgada una receta de chiles anchos rellenos y otra de plátanos con pétalos de rosa. La narrativa de las recetas daba el perfil de una autora antojadiza, voluptuosa, onírica; leerlas significaba viajar hacia un planeta de sabores sensuales que recordaban la añoranza contenida en obras del corte de “Como agua para chocolate”.
Por: Jazmín Martínez
Es bien sabido que uno de los rituales favoritos de Ely, al concluir un Vive Latino, es cocinar para todo su crew en su casa de Coyoacán. Ahí ha dispuesto una cocina “derribando muros” para establecerla como el centro de reunión de la casa: el sitio de donde sale el fuego que congrega. Por ahí han desfilado toda clase de personalidades, se han firmado contratos, se ha hecho hogar y carrera.
Diego Morones, cocinero y publicista, abrió “Gracias Comedor” hace poco más de un año en la colonia Roma. Como todos los comercios del mundo la historia de este restaurante se vio interrumpida por la pandemia. Con la promesa de ofrecer un sitio para amigos, cariñoso, para dar gracias, hoy Diego y su equipo están de vuelta y entran por la puerta grande. Su primer evento post-pandemia fue una cena de ocho tiempos con recetas de Ely Guerra.
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A Ely la música la ha llevado a grandes ciudades y pueblos pequeños, espacios donde pareciera que alguien la aguarda para darle, ya sea por trueque o como un regalo, una nueva receta. De Colombia se trajo un pan blanco aromatizado con jengibre y coco; en Poza Rica una mujer de más de 90 años le abrió la puerta de su cocina para entregarle la receta de una salsa de chile jalapeño crudo a cambio de las instrucciones para preparar unos chiles rellenos de flor de calabaza.
Ely tiene la facultad de identificar los ingredientes de un platillo con solo probarlos y hasta hace cuatro años tenía olfato perfecto. Eso la ayuda a recrear en su cocina los sabores que se le atraviesan en las giras y es tenaz cuando de eso se trata. En alguna ocasión la intuición de Ely no dio con la preparación exacta de un platillo vietnamita y llamó al restaurante neoyorkino en el cual lo había probado. Después de mucho insistir al teléfono pudo convencer a su interlocutora de que estaba lo suficientemente lejos como para no hacerle competencia alguna, así que la cocinera accedió a darle tres consejos para que la preparación le quedara bien.
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“Nunca me había sentido tan cómodo trabajando con alguien en mi cocina”, cuenta Diego. Ely y el chef se conocieron por un amigo en común y la idea de hacer una cena juntos sucedió naturalmente. Ely envió un compendio de recetas a Diego y juntos hicieron la selección final. Diego coincide en que las recetas de Ely emocionan; leerlas es gozoso, no vienen en gramos, vienen asociadas al lugar de origen de los ingredientes como “la vainilla de Cuetzalan” o la “sal de grano de Colima”.
En Gracias Comedor el servicio arranca con un mezcal y después, el vino de la casa, una divertida y fluida mezcla del valle de Guadalupe, corre sin parar. No hay maridaje para cada platillo, sino que el chef elige un vino que te acompañará durante toda la cena. Suena el tintineo de los caballitos de mezcal y Ely y Diego se acercan a la mesa a presentar el primer plato: un vasito de birria de res, receta de la mamá de Ely, acompañada de una tetela de maíz rojo tlaxcalteca. La cena ha comenzado.