Postres que alimentan el alma y nos hacen recordar las comidas en casa de mamá o de la abuela
Por: Raquel del Castillo / Foto: Foto Gastronómica (Alex Vera)
“Si no te acabas la sopa, no te paras de la mesa…” ¿Quién no escuchó esas palabras pronunciadas por su madre o su abuela? El postre es el broche de oro de cualquier comida, el premio y festejo de cualquier mesa; nuestro momento indulgente, la antesala de la sobremesa.
El postre es muy democrático. A nivel street food, fonda o restaurante siempre habrá arroz con leche, fresas con crema, plátanos machos fritos, pay de limón en sus diversas formas… ¡está presente hasta en las canciones de la infancia!
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Aunque en nuestro país no siempre se tuvo la costumbre de comer postres al final de la comida, en el México prehispánico las grandes cortes, como la de Moctezuma, se refrescaban con nieves (que de acuerdo con la historia, se hacían con resquebrajo de hielo del Popocatépetl o el Iztaccíhuatl), además de frutas y miles de flores silvestres. Con todo, en esa época no existía la concepción del gusto dulce, mucho menos del tiempo de los postres como ahora. Fue algo adquirido en la Colonia por influencia española y luego francesa.
Una receta que posiblemente salió del recetario casero de la Nestlé de hace al menos tres décadas.
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Una adaptación del menjar blanc catalán, que pasó de ser salado a dulce en el siglo XVII.
El tentempié de las ferias de calle y la cocina callejera que encontramos pasada la tarde para merendar.