Molcajetes, pejelagartos, cuchillos y mariscos. Todos estos ingredientes y motivos gastronómicos pueblan la piel de varios chefs
Amamos los tatuajes. No puedes negarlo. Y si son de comida, mucho más. Esta vez hablamos con algunos chefs a los que se los vimos bajo la filipina reglamentaria y les pedimos que nos contaran por qué se los hicieron y qué significan para ellos. Nos llevamos muy gratas sorpresas. Esperamos que disfrutes sus historias tanto como nosotros.
Por: Ollin Velasco
Mis tatuajes son importantes para mí. Los primeros me los hice cuando trabajé en Miami. Fueron unas letras que me escribió en un papel mi mamá, y que significan “amor” en maya; “vida” en inglés, y “libertad” en francés. También me hice un set de cubiertos. Luego en Las Vegas me hice un molcajete.
En México me hice una calavera que, cuando la ves de lejos, puedes apreciar mazorcas y chiles. También me hice una palmera porque viví en la playa y para mí es muy significativa. Tengo de igual forma un símbolo de infinito que dice “gracias”, también escrito por mi madre; unas calaveritas de azúcar un árbol de la vida adornado con ingredientes de cocina: cacaotales, hierbas de olor, chiles y zarzamoras.
Para mí son momentos muy importantes de mi vida y mi carrera. Me gusta pensar en mi tatuajes como una forma de recordar de donde venimos y a donde vamos.
Ninguno de mis tatuajes me los he hecho llevando un diseño en mente. Tengo siete. Me hice un centollo, una anguila con una calavera, un atún, un camarón, mi nahual —que es una especie de cerdo con una caguama—, un elote al que llamo “cursi”, una almeja generosa.
Casi todos los he hecho en CDMX, aunque el último me lo hice en Ensenada. Creo que siempre he tenido la suerte de ser rayado por gente muy profesional. Cada uno de los tattoos que tengo me encanta y significa algo para mí. Me siento muy orgulloso de toda la tinta con la que cargo. Y creo que no mucha gente puede decir eso.
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Tengo un tatuaje en el brazo izquierdo, arriba del codo, que es el glifo azteca de la Casa de la Sal. Esto es parte de la iconografía de la Delegación Iztacalco. La sal es mi ingrediente favorito.
También tengo a San Pascual Bailón, que es el Santo Patrono de los cocineros. También tengo unos cubiertos, una calavera, un pejelagarto —que es un pescado al que quiero mucho porque me dio a conocer—. Por lo general en el lado izquierdo tengo todo lo que tiene que ver con gastronomía; en el derecho, lo que tiene significado familiar.
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Uno de los tatuajes que tengo y que más me gustan es una mazorca. Es pinto. Perfecto. Justo era de los que me encontraba en el camino cuando andaba de investigación en pueblos de Oaxaca. Me gusta que este ingrediente sea tan versátil: tanto en tortillas, como caldos o postres. Ese tatuaje para mí es un emblema. Cuando voy a otras partes siento que llevo conmigo un estandarte.
También tengo uno que hace referencia a mi pasado haciendo música: es un corazón formado con la clave de sol y fa, con dos puntos, seguido del término “cocina” en zapoteco. Para mí la cocina y la música simplemente son una sinergia en el corazón.
Por cierto, también tengo tatuada la palabra “taco”: para mí esa palabra tiene una identidad cultural, gastronómica y social muy fuerte. Lo es todo en México.
La mayoría de mis tatuajes tienen que ver con la cocina y mi familia. De hecho, mi primero fue un molcajete y un chile detrás de las orejas. Yo creo que, de inicio, esto tiene que ver con el hecho de que desde que era un niño recuerdo que mi familia tenía pequeños restaurantes y por eso yo siempre tuve una cocina cerca.
También me hice unos cuchillos, un elote, una calavera de azúcar, un par de cubiertos en los dedos (para poder comer con las manos cuando quisiera), y la palabra “cocinero” en los nudillos. Para mí, todos mis tatuajes significan algo y son importantes para mí.