La furia de la naturaleza –y el hombre– han dejado ciudades sepultadas; cementerios subterráneos, metrópolis petrificadas, ruinas sumergidas. ¿Las conoces?
La naturaleza es implacable, terremotos, tsunamis, volcanes, desastres naturales. Incluso el hombre, que también destruye todo a su paso, ha dejado vestigios de ciudades que un día alcanzaron la gloria. Cementerios subterráneos y metrópolis petrificadas o sumergidas que hoy forman parte de la cultura y la identidad de una nación. Aquí te presentamos las ciudades del mundo actualmente se encuentran sepultadas.
Texto por: Velma Mayén
Hace cincuenta años pocos sabían que bajo las entrañas de París reposaban los esqueletos de unas seis millones de personas. Cada día, decenas de turistas se amontonan en la entrada de la Place de Denfert-Rochereau, para adentrarse en las catacumbas. Tienen más de dos siglos de historia pero la fascinación que despiertan no caduca. Las catacumbas constituyen una red subterránea de unos 300 kilómetros y han inspirado desde clásicos de la literatura hasta películas de cine.
En la entrada del cementerio hay una inscripción donde se advierte: Arrète! C´est ici l´Empire de la Mort, “¡Alto! ¡Éste es el imperio de la Muerte!”. Hay que descender 20 metros a través de una escalera de caracol de 130 peldaños. Conforme uno baja, la atmósfera se vuelve más húmeda y caliente, el silencio inunda todo el espacio. Ahí está, una red de túneles y mazmorras de pasillos estrechos cuyas paredes están formadas por toneladas de huesos y cráneos humanos.
Estas catacumbas fueron excavadas en la época medieval para extraer la piedra con la que se construyeron monumentos como Notre Dame o el Louvre. Durante el reinado de Luis XVI, este subterráneo fue rellenado con cadáveres que provenían de los cementerios (más de treinta) parisinos que no tenían ninguna medida de higiene y desprendían un olor insoportable propagando enfermedades e infecciones por toda la ciudad. Así que la solución -ofrecida en 1786- por Thiroux de Crosne y el Inspector General de Minas, Monsieur Guillaumont era rellenar los más de 300 kilómetros de las minas de piedra caliza con estos cadáveres.
Hasta 1933, las autoridades siguieron exhumando restos mortales y depositándolos en este cementerio subterráneo. Las catacumbas han servido de inspiración a artistas, cineastas y escritores, como Anne Rice, que ubicó en éstas a las asambleas vampíricas de sus personajes y Disney convirtió esta cripta en refugio de el jorobado Cuasimodo. Pero mucho tiempo atrás, Víctor Hugo convirtió estos pasadizos en escenario de Los Miserables, donde el subsuelo se convertía en elemento de la identidad parisina. “Nada iguala el horror de esta vieja cripta evacuatoria, aparato digestivo de Babilonia”, escribió sobre el lugar.
También Alexandre Dumas pronosticó que algún día los parisinos despertarían “descubriendo el horror sobre el que duermen” y en 2003 hubo una escuela del sur de París que se derrumbó y terminó mezclada con la subterránea. Bajo las calles de Montparnasse no llega el glamour ni el hechizo de su ciudad, sólo las gotas de lluvia que se cuelan por el suelo y, a menudo, que inundan las galerías. Entonces aparece el recuerdo de los sepultureros levantando paredes de esqueletos. El acceso legal a las mazmorras de París está en la Plaza Denfert-Rochereau, justo a la salida del metro.
Del antiguo poblado, sólo sobreviven las ruinas de la iglesia de Santiago Apóstol, del siglo XVI, ellas son el único vestigio que permanece intacto luego de la erupción del Paricutín, el volcán más joven del mundo.
Era el 20 de febrero de 1943 cuando Dionisio Pulido, un campesino que estaba labrando su tierra sintió un estruendo bajo sus pies. Una columna de humo se elevó frente a sus ojos y una montaña comenzó a crecer. Dionisio corrió a avisar a su mujer, pero su cabaña ya había desaparecido entre las cenizas… Dos poblados quedaron sepultados entre roca, ceniza y lava. Con el terror a cuestas, la gente huyó hacia la ex-hacienda Los Conejos donde formaron otro pueblo: Nuevo San Juan Parangaricutiro.
Para visitar los vestigios del pueblo y subir al volcán hay que llegar a la comunidad de Angahuan donde se contratan los guías locales. Hay que caminar cerca de una hora para llegar al campo de lava petrificado y ascender, entre caminos de ceniza, unos 600 metros hasta llegar al cráter del volcán que mide 10 km de diámetro. La torre de la iglesia, su altar y la pila bautismal sobreviven entre las piedras volcánicas.
El Cristo que quedó en pie fue llevado a San Juan Nuevo y ahora le llaman “el Señor de los Milagros”. Luego de contemplar el paisaje de bosques petrificados y constatar que el volcán aún tiene algunas emanaciones de vapor, hay que bajar antes de que la noche caiga sobre Parangaricutiro. Como dato curioso, hay que destacar que el Paricutín estuvo activo durante nueve años, 11 días y 10 horas y la lava recorrió 10 km a la redonda.
Cómo llegar: Toma la carretera número 14 de Morelia a Uruapan (110 km). Una vez allí continúa por la carretera 37 rumbo a Paracho y un poco antes de llegar a Capácuaro (18 km) desvíate a tu derecha hacia Angahuan (19 km). En Angahuan encontrarás todos los servicios y podrás contactar a los guías que te llevarán al volcán.
La destrucción de esta ciudad de la Antigua Roma se remonta al año 79 d. C. y se extendía a los pies del Vesubio, el último volcán activo de Europa. La última erupción de éste fue en 1944, pero la más catastrófica sucedió el 24 de agosto del año 79 d. C. Según el testimonio de Plinio, antes de la erupción hubo temblores durante varios días y se secaron los manantiales, después de eso hubo una gran explosión. Antes del mediodía, en el monte se abrió otro cráter y expulsó gas caliente, así como toneladas de piedras al rojo vivo. A media tarde, Pompeya quedó enterrada bajo seis metros de piedra y cenizas. Murieron unas dos mil personas aplastadas por piedras y asfixiadas por los gases y las cenizas. Y en un par de horas, la ciudad desapareció de la faz de la Tierra. Pompeya siguió sepultada hasta 1763 cuando se descubrieron algunas ruinas después de 15 años de excavaciones.
Situada en la región de Campania, la ciudad de Herculano también sucumbió ante el Vesubio el mismo día. A diferencia de Pompeya, la gente tuvo tiempo de huir, pues sólo se han encontrado unas 30 estatuas humanas petrificadas. En horas, todo quedó bajo el lodo ardiente y cenizas a unos 15 metros de profundidad. Casas, termas y tabernas están conservadas de forma impecable.
En la mayoría de los edificios se conservan las dos plantas intactas y en el interior de algunos de ellos es posible contemplar los frescos y mosaicos que dejan constancia del lujo que envolvía la ciudad antes de la catástrofe. En la zona más alejada se encuentran las villas más lujosas, con vistas al mar, entre las que destaca especialmente la Villa de los Papiros que constituyó el lujoso lugar de retiro del suegro de Julio César.
Aunque no es tan conocida como Pompeya, Herculano está mejor conservada. La nueva ciudad conocida como Ercolano se construyó casi sobre la antigua Herculano, por lo que las casas de los habitantes originales se encuentran prácticamente junto a las de los nuevos, creando un curioso contraste. Está muy cerca de la ciudad de Nápoles, a unos pocos kilómetros al sur, tomando la autovía hacia Pompeya y saliendo en Ercolano. También es posible llegar en tren mediante las líneas Napoli-Sorrento, Napoli-Poggiomarino, Napoli-Torre Annunziata bajándonos en la estación de Ercolano.
Heraklion y Menutis, las ciudades del pecado que fueron tragadas por el Mediterráneo hace mil años se descubrieron intactas bajo el mar frente a las costas de Egipto. Eran célebres en la antigüedad por sus templos consagrados a Hércules e Isis, respectivamente y se cree que desaparecieron por un terremoto y un tsunami aunque hay teorías que dicen que tal vez se hundieron debido al peso de los templos y las estatuas colosales de granito que medían más de 10 y 15 metros de altura.
Del mar se han extraído esfinges, cabezas de faraones, estatuas de los dioses Isis y Serapis, monedas de oro del periodo bizantino y utensilios domésticos pero el arqueólogo a cargo del descubrimiento, Franck Goddio, afirmó que en el fondo pueden verse las ruinas de las casas y las calles adoquinadas. Hay murallas de 90m y un muelle de 150 m. Las paredes están caídas como piezas de dominó.
Según los arqueólogos, las ciudades se encuentran intactas bajo el agua y afirman que algunas piezas se remontan a la los siglos VI y VII antes de Cristo, y al siglo IV después de Cristo. La ciudad, que era conocida por los griegos como Heraklion y Thonis por los egipcios también era un centro religioso y un puerto de entrada para el comercio entre el Mediterráneo y el Nilo. Las ciudades conocieron su gloria antes de la fundación de Alejandría, en el 331 antes de Cristo y estuvieron activas, al menos, hasta el califato Omeya, en el siglo VIII. A sólo 10 metros de la superficie del mar y a unos seis kilómetros de la costa egipcia descansan los templos y los dioses egipcios.
“Entre enormes columnas y edificios faraónicos aparecieron capiteles, esfinges y estatuas de Isis y Serapis, cuya similitud con las fuentes antiguas que manejamos nos hacen pensar que hemos localizado la denominada Ciudad del Pecado, principal puerto de salida y entrada de mercancías antes de la fundación de Alejandría”, dice Goddio. El arqueólogo también cree que los marineros, después de sus largos viajes, les dedicaban ofrendas a sus dioses y quizás lanzaban anclas votivas de bronce, plomo o piedra pues cerca del santuario dedicado a Osiris se encontraron un gran número de piezas de granito rosa. Hoy los especialistas intentan mostrar el esplendor de esta cultura, perdida en sólo un instante de la historia. Aún no se sabe si las piezas recuperadas se exhibirán en un museo o se creará uno submarino.
El lago Qiandao, en la provincia de Zhejiang, China, esconde en sus profundidades las ruinas de las antiguas ciudades y pueblos que formaron parte de los condados de Chun’an y Sui’an. En 1957, el gobierno decidió inundar este territorio para construir una central hidroeléctrica que beneficiara a ciudades como Shanghái y Hangzhóu, pero hoy ya no se produce energía y el lago se ha convertido en un atractivo muy popular en China.
Bajo las aguas, a 40 metros de profundidad se esconden los vestigios de estas metrópolis, fundadas a comienzos del siglo III, bajo el dominio de Sun Quan. Shicheng fue una ciudad comercial que se perdió en las profundidades. Pero sus edificios siguen ahí, ajenos al paso del tiempo. Entre el agua turbia se pueden ver las figuras talladas sobre el muro: un dragón enroscado, aves mitológicas y un quilin (una criatura híbrida); también se encontraron pergaminos, libros y pabellones. Sobre los muros, algunos investigadores que se sumergieron para investigar el área hallaron escritos que hacían referencia a las normas de conducta que debían seguir las mujeres en la China feudal. Los viajeros la llaman la “Atlantis de Oriente” pero a diferencia de la Atlántida o Alejandría, ésta se inundó a propósito y su grandeza se perdió.
Shicheng –que significa Ciudad del León en mandarín– se inundó en 1959 para dar paso a la presa de Xin’an y su estación hidroeléctrica. Cerca de 300 mil personas fueron reubicadas y perdieron su identidad y herencia. El interés por la ciudad creció en 2011, cuando la Geografía Nacional de China publicó algunas fotografías de la metrópoli sumergida. Expediciones y fotografías submarinas han revelado que la ciudad tenía cinco puertas de entrada y otras cuatro en cada uno de los puntos cardinales, amplias calles con 265 arcos de piedra y en los muros se conservan leones, dragones, aves fénix y algunas inscripciones de 1777 y las murallas del siglo 16. Hoy los buzos experimentados pueden adentrarse en las profundidades y maravillarse con su majestuosidad. Las inmersiones normalmente se hacen entre abril y noviembre.
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