Por: Alexis Castro Peña Fotos: Angie Wack y Alejandro Salmerón.
Corea del Sur es un país relativamente nuevo. Desde que acabó el conflicto bélico que dio inicio a la Guerra Fría (y que los libró del dominio japonés), el Gran Imperio de Corea quedó dividido en Norte, con influencia soviética, y Sur, con influencia estadounidense. Después de salir de la pobreza de los setenta, ha llegado finalmente a un estado de bonanza política y económica creciente, incentivando, de este modo, el turismo.
Primera escala: Seúl Después de un vuelo placentero a cargo de la aerolínea local más importante, llego al aeropuerto de Incheon, donde subo a un autobús que me dejará en Seúl, ciudad que con sus 10 millones de habitantes conforma la metrópoli más grande del país. Llegando al hotel paso la imponente puerta Namdaemun (Gran puerta del Sur) y recuerdo el fatídico incendio de 2008 que la destruyó por completo. El fuego fue provocado por un “ciudadano enfadado” a causa de las decisiones gubernamentales, además de ser presunto pirómano. La famosa puerta, de hace 600 años, está ahora reconstruida. Seúl se encuentra entre las grandes metrópolis asiáticas donde mejor se vive. Como el enorme animal urbano que es, ofrece un ruidoso entretenimiento combinado con la calma mística del budismo (aunque 46% de la población se considera no creyente, y sólo 23% budista. El resto, protestantes y católicos). Lo primero que hago al llegar es dejar las cosas en el hotel e ir a ver el famoso jardín secreto de Biwon, donde paseaban los emperadores, que rodea el palacio del Este: Changdeokgung. La única forma de recorrerlo es pagando un tour que te guía por sus puntos de interés alrededor de una hora. Representa un verdadero bálsamo para ojos agotados de asfalto y cemento: más de 300 mil m2 de árboles antiguos y adustos, estanques atestados de flores de loto y delicados pabellones de madera. De ahí me desplazo a la calle Insa-dong, donde puedes empaparte de la versión turística del folclor coreano: hay desde galerías de arte, representaciones de teatro tradicional, hasta cientos de tienditas de suvenires y cafés.
Como me da hambre, decido ir a comer, pero quiero una comida en concreto: la callejera. Pregunto y me indican cómo llegar al mercado Gwangjang, que se encuentra a un par de cuadras de distancia. Cuando llego, por todas partes veo cosas nuevas, vegetales exóticos, frutas raras, todo tipo de pescados. Me siento en un local y a ojo pido una sopa llamada mae-un tang, sopa caliente de bacalao, con un regusto a picante muy diferente del que estamos acostumbrados en México. Después giro al sur y voy al canal artificial Cheonggyecheon, que comienza justo atrás del ayuntamiento para discurrir hacia el este, donde deambulo tranquilamente a través de altos edificios, parejas de la mano, y algún que otro artista ambulante. Curiosamente, donde muchas ciudades se concentran alrededor de un río, en Seúl los lugares de interés turístico parecen gravitar muy arriba del caudaloso Han. Esa misma noche, quizás despabilado por el jet lag (14 horas de diferencia), decido emprender una pequeña aventura nocturna. Subo al metro, cuya amplitud sorprende, y llego a la zona de antros y restaurantes: Itaewon. Si te cansas de la comida local, aquí puedes comer desde comida hindú hasta turca, española o italiana. O irte a la discoteca de moda de las muchas que brillan a ambos lados de la acera. En el día puedes ir a hacer tus compras. La infinita noche de Seúl se me abrió verdaderamente unas noches después, al girar distraídamente y entrar en la calle Myeongdong-gil, donde pude observar cómo hormigueaban miríadas de jóvenes energizados por la luces de neón que amurallaban los edificios, que luego doblaban y se convertían en angostas callejuelas llenas de misterio (al fondo, tal vez, parpadeaba un anuncio entre las sombras). Grupos de personas, restaurantes y puestos de comida callejera por todas partes y a todas horas es lo que puedes encontrar en el también llamado “barrio luminoso”.
Paso la mañana del día siguiente en el pueblito Namsangol Hanok , que data de la dinastía Joseon. Aquí le envuelve a todo viajero una cierta nostalgia extraña: no es la nostalgia imperial de los grandes palacios, sino la nostalgia pequeña de un tiempo extinto donde la sencillez de una casita de madera, debidamente decorada, lo era todo. Después me invaden las ansías de urbanita empedernido y me lanzo fugazmente al distrito financiero de Gangnam, al sur del río, donde se encuentran los grandes rascacielos de la ciudad. La vista nocturna de estos gigantes de acero y cristal reflejados a lo ancho del Han bien merece una visita a Seúl.
Segunda escala: Buyeo Dejando atrás la capital, me embarco en un viaje para conocer el país. Las demás atracciones son ciudades, paisajes, pueblos, templos y palacios (la mayoría pintados de rojo y verde). En Buyeo visito la gran pagoda de Neungsa, así como los demás edificios que la rodean, entre ellos palacios y casas tradicionales, sin bien este complejo corresponde a una representación, con el nombre de Baekje Cultural Land. Luego me lanzo a las agitadas calles de Jeonju, la ciudad del arte y la cultura. Se dice que en otoño es precioso, al llenarse del amarillo y el naranja de los árboles. Hay una calle con bonitas casas tradicionales a un lado y con montones de locales de comida a otro. Aquí pruebo el famoso bibimbap estilo Jeonju, un cuenco repleto de verduras, arroz y carne de res, coronado por un huevo estrellado. En la comida coreana abundan las guarniciones. El kimchi, que es básicamente col fermentada con salsa de chile, es algo así como el orgullo nacional, y te lo encontrarás en todas partes. Si te gustan los sabores fuertes, la comida coreana es la tuya.
Tercera escala: Suncheon Al día siguiente, de camino a Suncheon, tengo tiempo de apreciar el paisaje: punteado de numerosas montañas, también hay zonas pantanosas (en verano el calor es muy húmedo), grandes cañaverales, y aquí y allá puedes ver las hermosas plantaciones de té verde, que se enroscan de forma imposible formando interesantes recorridos. En Suncheon se encuentra uno de los templos budistas más importantes del país: Songgwangsa. Hay que entender estos templos como un lugar de purificación y serenidad: todos están rodeados de naturaleza, siempre habrá agua en alguna parte, dioses guardianes, pabellones, y lugares sagrados para la oración mística, tanto la de los muertos, como la de los vivos.
Cuarta escala: El gran Buda La segunda ciudad del país es Busán. Bastará decir que sus agitadas calles acogen una vez al año un importante festival de cine, y que en su mercado de pescado, para los entusiastas de los ingredientes exóticos como yo, puedes encontrar los pescados, mariscos y pulpos más extraños, y tan frescos, ¡que están vivos! Me traslado a Gyeongju, antigua capital de la dinastía Silla, y Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, donde existe un templo de nombre Seokguram Grotto, que alberga una estatua de Buda que data de mediados del siglo VIII d.C. Por su excelente conservación, es considerado uno de los mejores ejemplos de arte budista del país. Merece mucho la pena pararse enfrente, contemplar la intimidante mole de piedra, y no pensar en nada más por unos minutos. En Andong, no lejos de Gyeongju, visito un pueblo folclórico llamado Hahoe, también patrimonio de la humanidad, que ha permanecido intacto en el tiempo, pues aún posee las costumbres y la arquitectura de la dinastía Joseon. Además, sus habitantes son expertos artesanos en el arte de las máscaras de madera.
La cultura coreana bebe mucho de la china y la japonesa, eternos vecinos. En la actualidad, da la impresión de que están a medio camino de ambas culturas, aunque hace ya mucho que tienen su propia escritura, sus propios templos, su propia identidad. Es un lugar tan diferente a todo lo conocido, que pensarás que cambiaste de planeta. A pesar de que es caro, si quieres aprovechar tus vacaciones, y si te gusta lo desconocido y el contraste, no lo pienses más, Corea del Sur te encantará: posee la energía y la extravagancia de las grandes urbes asiáticas, y la calma y la belleza de la tradición. El país cuenta con una infraestructura de alta tecnología, además de tener el mayor sistema de cableado en el mundo,117 a la vez que cuenta con el índice de acceso a Internet de banda ancha per cápita más alto. Corea del Sur es notable por su densidad de población que, con 487,7 habitantes por kilómetro cuadrado,139 es más de diez veces el promedio mundial. La mayoría de los surcoreanos viven en las zonas urbanas, debido a la masiva migración desde el campo durante la rápida expansión económica de las décadas de 1970, 1980 y 1990. La población ha sido modelada por la migración internacional. Tras la división de la península de Corea, después de la Segunda Guerra Mundial, alrededor de cuatro millones de norcoreanos cruzaron la frontera hacia el sur. Esta tendencia de crecimiento se invirtió en los siguientes cuarenta años debido a la emigración, especialmente hacia los Estados Unidos y Canadá. Corea del Sur comparte su cultura tradicional con Corea del Norte, pero las dos Coreas desarrollaron distintas formas contemporáneas de la cultura, en especial desde que la península fue dividida en 1945.