Al igual que el agave o el membrillo, las pitayas son distintivas de varios municipios del sur de Jalisco.
Las pitayas son un fruto sagrado jalisciense que cientos de familias cosechan con gran amor y esmero. Uno de los manjares más importantes que crecen en las tierras jaliscienses es la pitaya. Se trata de una fruta exótica cubierta de espinas de sabor muy dulce y colores llamativos que conquista el paladar de quienes la prueban. Ya sean habitantes o viajeros, todos caen rendidos ante su sabor.
Aunque este fruto de pulpa blanca, roja, amarilla, morada o rojo-violeta y con una gran cantidad de semillas negras, crece en muchas regiones del estado, la mejor temporada para disfrutarla es durante abril y mayo, cuando los municipios de Amacueca, Techaluta de Montenegro, Zacoalco de Torres y Sayula, celebran la temporada de cosecha anual.
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La pitaya es un fruto cactáceo, es decir, es producto de una planta con flores que crecen generalmente en zonas áridas y semiáridas. Cuando maduran, la pulpa es dulce y contiene pequeñas semillas negras comestibles. En el exterior tienen una cáscara suave y espinas similares a las tunas que crecen en los nopales.
Estas frutas son distintivas de varios municipios del sur de Jalisco, donde existen decenas de plantíos. Todos son cuidados con gran esmero y dedicación por familias completas que se dedican a esta actividad. De acuerdo con los pitayeros más experimentados, los cactus florecen al cumplir los 5 años. Hay algunos con más de 50 años de haber sido plantados que siguen produciendo pitayas, aunque en menor cantidad.
En el estado se producen y cosechan cinco colores distintos, con diferente intensidad de acidez: amarilla, blanca, roja, morada y solferina. Recolectar este fruto no es fácil, pero gracias a la tecnología, la cosecha se ha facilitado en gran medida.
Probarlas recién cortadas es una experiencia increíble, ya que además de su delicioso sabor, se puede conocer de primera mano la labor de las y los pitayeros que dedican su vida a cuidar este magnífico fruto. Hay que tener en cuenta que el precio de cada pieza oscila entre los 20 y hasta los 40 pesos, todo depende de la temporada, calidad y demanda de cada variedad.
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A finales de abril, decenas de familias jaliscienses viajan a la región de Lagunas para contemplar hermosos paisajes repletos de cactus portadores de este fruto afrodisíaco capaz de conquistar el paladar de cualquier viajero.
Ya sea en Amacueca, Techaluta de Montenegro, Zacoalco de Torres o Sayula, los campos pitayeros jaliscienses son un patrimonio para todo el estado. Además, en estos pueblos cada vez son más comunes los productos de la pitaya, como paletas heladas, mermelada, gelatinas, ponche, helado, té, panes, dulces artesanales mezclados con leche o chile molido y hasta jabones.
Con todo esto, la pitaya es una de las joyas jaliscienses que todo viajero amante de la comida y la naturaleza debe probar, es seguro que no se arrepentirá.