Por Alexis Beard
En Valle de Bravo, la carretera se interna entre montañas y, casi sin anunciarse, conduce a un escondite donde la naturaleza dicta el ritmo. Rodavento surge entre bosque y agua como un lugar que no interrumpe el paisaje, sino que lo prolonga. Sus suites, apenas treinta y seis, parecen suspendidas entre los árboles, con terrazas que invitan a contemplar el vaivén del follaje. La arquitectura es sobria y elegante, pero nunca rompe la armonía con el entorno: todo aquí parece haber nacido con el bosque mismo.

El arte de la mesa
La experiencia en Rodavento se extiende a la cocina. Los ingredientes locales y de temporada se transforman en platos que honran la sencillez y la memoria. Un pollo orgánico al horno, pizzas con hongos silvestres, postres que saben a hogar: cada bocado refleja la esencia del lugar, esa unión entre el cuidado humano y la generosidad de la tierra. Comer aquí es alargar la contemplación, esta vez con los sentidos puestos en el paladar.

El descanso como ritual
El spa de Rodavento es un santuario en sí mismo. Albercas de distintas temperaturas al aire libre, hammam y sauna se combinan con tratamientos que despiertan la piel y calman el espíritu. La consigna es clara: desconectar para conectar. En este espacio, el tiempo se diluye entre vapores, agua corriente y el murmullo del viento. Es un recordatorio de que el verdadero lujo puede ser tan simple como detenerse a respirar.

La llamada de la aventura
No todo es quietud en Rodavento. El bosque invita a moverse: tirolesas, rappel, escalada, kayak en el lago privado, recorridos en bicicleta o el desafío silencioso de la arquería. Quien lo desee, puede descubrir el entorno a través de excursiones que revelan la riqueza natural de la región. En temporada, el espectáculo de las mariposas monarca tiñe el cielo de alas naranjas y convierte el paisaje en un tapiz vivo.
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Una experiencia que permanece
Rodavento no es solo un hotel, es un paréntesis entre el bullicio cotidiano. Un lugar donde el lujo no se mide en exceso, sino en la posibilidad de sentir que el bosque y el agua se integran a la vida diaria. Al despedirse, uno no se lleva solo imágenes o recuerdos: queda una certeza íntima, la de haber habitado, aunque sea por un instante, un refugio donde todo —el cuerpo, la mente y la naturaleza— respira al mismo compás.

Para más información: https://www.hotelrodavento.com/