Por Antonio Calera-Grobet Ilustración Edgar Martínez
Dedicado a los oficinistas del mundo entero
Es habitual que en febrero se ahonde en las revistas gastronómicas sobre lo que significa compartir los alimentos en pareja, los lugares más recomendables para confirmar la alternativa del amor. Habría que dar la vuelta a esa tortilla un tanto sobrecocida y escribir sobre el amor y la amistad pero a uno mismo. Porque, ¿no es acaso, la casa a la que llamamos cuerpo, nuestro templo más importante? Y si es así, ¿por qué los cocineros y amantes de la comida, embebidos en el ejercicio obsesivo de sus pasiones, se desviven por todos menos por ellos?
Habrá que comenzar por ejercer, a toda costa, en el día a día, en la casa o en la oficina, nuestro derecho al placer solitario, al abrazo culinario como caricia a uno mismo. Que regrese el esmero a nuestra cocina individual, dado que no sólo merecemos ese trato sino que, a decir verdad, por el semblante de nuestro espíritu, nos hace falta. Y además porque el estigma social de que comer solo es sinónimo de una vida en picada es absolutamente falso. Uno puede comer a solas –y muy bien– simplemente porque se es feliz, por el mero gusto de hacerlo. Y listo: porque nos deleita darnos placer. Somos hedonistas.
Y claro que no es ésta una invitación a preparar alta cocina todos los días, no. Salvo que uno lo quiera y estará perfecto: hacer platillos gourmet de rigor es un placer sólo de emperadores y si usted se considera uno, hágalo.
Se pretende más con esta idea, concebir a nuestras comidas como un ritual y no un mero proceso de alimentación. Así, el hecho de comer algo rico frente al televisor o la computadora, picar algo sabroso mientras se lee un buen libro, plantarse en el parque a degustar lo que nos preparamos por la mañana, significará, en verdad, la animación de nuestra existencia, el rejuvenecimiento del alma, la recarga de nuestra energía poética. Y no tiene que tratarse de un gasto elevado.
Comer en una fonda una buena sopa caliente, un arroz bien hecho, un huevo frito, un buen guisado, un platón de fruta fresca no debe resultar complicado ni caro. ¿Qué es lo que pasará en esos momentos en que, nuevamente, nuestro corazón le cuente un secreto a nuestra lengua o viceversa? Lo que sucederá es que nos sentiremos vivos, porque los que amamos la comida sabemos que basta un buen bocadillo, un taco cabal de algo, un simple pedazo de queso y un agua fresca para ponernos a reflexionar sobre lo que significa vivir y cómo disfrutarlo.
La crítica general fustiga a los que publican fotografías de su comida en las redes sociales. Habrá que verlas con ternura. Si bien no se trata de las imágenes mejor logradas, lo sabemos, comparten el hecho de que muchos llevamos un cocinero dentro, y sabemos que regalarnos amor por la vía del paladar constituye uno de los más altos paraísos a los que aspira el hombre sobre la Tierra.