Imposible negarlo, el consumo de vino está rodeado de esnobismos, jerga técnica, pretensión y, para colmo, mala comunicación. Así que, a menos que seamos profesionales del vino (es decir: que trabajar en la industria vitivinícola sea nuestro sustento y que hayamos estudiado especialidades que avalen que lo somos), no tenemos obligación de ser expertos en el tema, así como no todos sabemos sobre contabilidad, derecho o diseño interior.
Lo cierto es que apreciar y entender el vino es un ejercicio individual que, con la práctica, puede pulirse, trabajando en nuestro sentido del olfato y nuestra memoria olfativa.
Recientemente, muchos profesionales de la industria se dieron cuenta de que había (o hay, todavía) una práctica en el modo de comunicación del vino que está alejando a los consumidores potenciales: el maridaje.
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Seguramente, al comprar un vino, muchos leemos la contra etiqueta o usamos alguna app para conocer las características del fermentado antes de comprarlo; entre las cosas que se mencionan en las notas de cata, o fichas técnicas, es el maridaje: pescado en salsa blanca, escalopas de ternera, pato confitado o filete miñón con salsa bernesa.
Son pocos consumidores los que ignoran esas recomendaciones, y muchos menos los que las ejecutan y se ponen a cocinar lo que la etiqueta sugiere; la mayoría tiene una reacción que seguramente les es familiar: “¿para qué compro este vino? ¡nunca voy a hacer pato confitado!”.
Entonces, vinícolas dieron un paso adelante: incluyeron sugerencias de maridaje con productos más cotidianos: tacos, tostadas o ensaladas ahora figuran entre las recomendaciones que nos hacen los profesionales. Y, definitivamente, eso, junto con otros esfuerzos, ha contribuido para aumentar el consumo per cápita de vino en México, que hoy es de 1.2 litros, según cifras del Consejo Mexicano Vitivinícola.
Pero todavía hacía falta algo, y fueron los mismos profesionales quienes notaron qué era lo que los consumidores demandaban: no hay que sugerir maridajes con platillos, sino ocasiones de consumo. Me explico: en un día caluroso en la playa, difícilmente se antoja un tinto súper potente y estructurado, mejor un blanco fresco o un rosado ácido. Por otro lado, para un día frío de galletas y Netflix, sí se antoja más un tinto especiado y frutal.
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Para las cenas familiares o de negocios, quizá haya que recurrir a un tinto más complejo. Y los espumosos no deben de ser exclusivos de las celebraciones, ¿qué tal un Cava para ver el fútbol?
Poco a poco, el vino se ha resignificado; se han puesto en valor las opciones más accesibles al bolsillo y también las más sencillas al paladar, porque son esas las que nos pueden acompañar en la cotidianidad. Y, si no eres experto, no te preocupes, porque tienes la herramienta clave para hacer una elección exitosa: tu antojo.
En un restaurante, se vale seguir las recomendaciones de maridaje del menú o del personal, pero también se vale ignorarlas olímpicamente y elegir lo que el cuerpo y el antojo nos pidan. Nosotros mismos sabemos (porque siempre sabemos) qué queremos y qué se nos antoja en ese momento específico, en esa ocasión de consumo.