Para quienes comienzan a interesarse por el vino, la jerga que se usa en el mundo de los sommeliers puede llegar a espantar e incluso alejar un poco. Lo cierto es que los únicos que podemos tomar decisiones de compra inteligentes somos los mismos consumidores, el camino para aprender a hacerlo es uno: tomar mucho vino.
Por: Ava García Leeh
Primero hay que tener claro que no es necesario hablar el lenguaje de los sommeliers para entender un vino; es válido usar palabras de nuestra vida cotidiana. Y, para empezar, saber qué es lo que debemos esperar de un vino, dependiendo de su variedad, no será lo mismo un vino blanco, uno tinto o uno espumoso.
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Para un vino tinto tenemos que tomar en cuenta seis aspectos: los taninos, la acidez, el alcohol, el dulzor, la gama aromática y el cuerpo. Para aprender a identificarlos habrá que “arruinar” uno que otro vino en el camino, pero todo será por el bien del aprendizaje.
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Los taninos son una sustancia química natural que se encuentra en la el hollejo o piel y las pepitas de la uva, así como en la madera de las barricas. Puedes identificarlos como la sensación que queda entre la lengua y el paladar después de beber un trago de vino: si frotas tu lengua contra tu paladar, sentirás una textura que puede ser rugosa, aterciopelada o suave.
Te invito a que la próxima vez que bebas vino, pongas en tu boca un saco de té negro mojado. Advierto que no será la sensación más agradable, pero sí te ayudará a identificar qué son los taninos.
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Por otro lado está la acidez, que se siente en los laterales de la lengua. Para identificarla necesitas una copa de cualquier vino tinto (ese mismo usaremos de base para todos los demás ejercicios) y medio limón. Dale una buena mordida al limón y luego prueba el vino: sentirás la acidez en los costados de tu lengua y comenzarás a salivar. Recuerda esa sensación para identificar esta característica en otros vinos tintos.
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El alcohol es un componente importante en el vino también; aunque lo ideal es que se sienta integrado, es decir, que no se sienta demasiado. Puedes identificarlo como una sensación de calidez en el pecho. Si no tienes muy presente esta sensación, puedes poner una cucharadita de vodka en una copa de vino tinto, mezclar y probar. Sentirás la calidez en el pecho que indica la presencia de alcohol.
En los vinos tintos es poco común encontrar vinos dulces, pero de todos modos hay un mercado que gusta de beberlos –aunque el consumo de tintos dulces no es muy frecuente entre los especialistas-. Para identificar el dulzor, puedes servirte una copa de vino tinto limpio y probarlo. Después agrégale una cucharadita de azúcar al mismo vino, revuelve y pruébalo de nuevo.
El siguiente aspecto es la gama aromática. Los vinos tienden a oler a frutas, hierbas, especias, lácteos y muchas cosas más. Para identificar estos descriptores aromáticos es necesario tener registrados en nuestra memoria los aromas que nos recuerdan. Es decir, nunca encontraremos aromas a cereza, frambuesa o canela en un vino si no los tenemos en nuestra memoria. Por eso es importante oler todo y tratar de recordarlo.
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Finalmente, hay que evaluar el cuerpo del vino. Quizá este es uno de los términos más complicados de entender cuando no se es un profesional. Para entender la diferencia necesitamos un vaso con agua y otro con yogur líquido. Dale un trago al agua y, mientras la mantienes en la boca, mueve la lengua. Haz lo mismo con el yogur y notarás que la sensación es distinta: uno es más denso que otro. Y en el vino también existen distintas densidades.
Además de hacer estos ejercicios, que lastimarán a una botella de vino para su realización, es importante probar mucho y hacerlo conscientemente. Sólo así aprenderemos a identificar y a evaluar los elementos que componen a un vino tinto.
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