Caminatas entre glaciares y acantilados, con vientos helados, crearon en mí una transformación total en mi visita al Parque Nacional Torres del Paine.
“Es un viaje para viajeros experimentados”. “No cualquiera puede aguantar esto”. “El trayecto no fue diseñado para novatos” fueron frases que me repetí a lo largo de las treinta horas que tardé en llegar de la Ciudad de México al Parque Nacional Torres del Paine en la Patagonia Chilena.
Aún con mis altas expectativas manteniéndome a flote, el viaje fue agotador en todos los aspectos, incluyendo un vuelo dotado de turbulencias al punto de parar servicio en varias ocasiones de Santiago a Punta Arenas. “Es una ruta movida”, dijeron los sobrecargos al ver la palidez en mi cara; esa palidez producto de las turbulencias, el escaso sueño derivado de unos días de trabajo agotadores y poco alimento. En el aeropuerto de Punta Arenas nos esperaba el transporte para la última etapa del trayecto, misma que me iba a costar más trabajo de lo pensado. Sin embargo, veinte minutos antes de acabar el trayecto, y tal vez de colapsar, la travesía empezó a tener sentido al ver el iluminado y sobriamente diseñado hotel Explora Patagonia. Al momento de bajarme de la van, mis pies, mis pulmones y mi alma de viajero lo supieron; a pesar de ser un viaje no apto para novatos y diseñado para expertos, el parque no distingue, simplemente transforma.
Corrían las siete de la mañana cuando me subí a la camioneta para realizar mi primera travesía; el folleto la nombraba “Alto de la Sierra” y exigía cierto nivel de destreza. He de confesar que sufrí ansiedad al inicio de la caminata, probablemente por temor a no aguantarla o simplemente por saberme alejado de todo lo habitual, incluido mi trabajo. Entre las primeras transformaciones que el parque tuvo en mí fue la desconexión, impulsada de una manera por la falta de acceso a internet, aunque a mayor medida, por caminar en terrenos lodosos afectados por aires del fin del mundo que generaban en mí un profundo temor de caerme. Creo que es justo aquí cuando cualquier otro tipo de preocupación o pendiente cede su camino a la idea de supervivencia, donde es más importante mantenerse con vida que cualquier otra cosa. La capacidad de adaptación, lo llamaba Darwin; en mi visita al Paine yo lo llame desconexión.
Durante el trayecto, te pasa todo, por lo que sugiero no escatimar en un buen rompevientos. La guía dijo que el viento era menor a lo normal y que las cosas se podían agravar; yo me sentía en un tornado perenne. El día fue transcurriendo, hasta que fue momento del almuerzo. El hotel te provee de un lunch, sencillo, pero muy rico y suficiente. Los guías llevan a su vez, sopa, café y monchies. Por políticas del hotel, se trata de que las caminatas se hagan en grupo, a fin de fomentar la convivencia; grupos de cuatro a seis personas es la media. ¿Quién diría que caminar veinte kilómetros en una montaña sería tan difícil, pero a la vez tan cómodo?
“La caminata está llegando a su fin” dijo Ana, la guía que nos llevó a la primera excursión. Un abrumador sentido de nostalgia y alegría me invadió; realmente seguía agotado. El transporte para llevarme de nuevo al hotel estaba esperándonos con cervezas frías, y aunque el día todavía aguardaba sorpresas, era momento de regresar al hotel.
De vuelta, la decisión más sabia era tomar una siesta y prepararse para la cena. En cambio, decidí tomar la decisión más ilógica, nadar en aguas del glaciar a través del muelle del hotel. Digo nadar por que la actividad consistía en ponerse traje de baño e involucraba agua, la realidad es que solo es posible estar algunos segundos antes de sufrir una hipotermia mental.
La hora de cenar y despedir el día, había llegado. Después de veinticuatro horas en el Paine, la etapa uno de la desconexión había concluido; era momento de dormir.
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Dos días después, en la madrugada, empezó la excursión mas icónica del parque: la visita a base torres. Su fama se la debe a la complejidad, distancia, pero también a la variabilidad de terrenos, desde bosques hasta terreno morraine pasando por arcilla. Todos tan peculiares y demandantes entre sí. Cualquier tip puede parecer poco útil cuando hay un acantilado a tu derecha, viento glaciar y cansancio. Sólo creo que la mejor recomendación es seguir, con la cabeza en alto. Al final, nada te prepara para la sorpresa que llega al finalizar el acenso rocoso. Esta campanada de alegría no apta para este texto, solo puede ser tangible para los valientes trotamundos que aceptaron este reto al mismo tiempo que le mostraron respeto y gratitud al parque. Esta desconexión no va a incluir de revelaciones poco necesarias.
Las excursiones se dividen en dos: medio día o día completo y consisten simplemente en caminar. No creo que haya una mejor que otra, lo más probable es que haya favoritas, pero no creo que ninguna valga la pena descartar. La desconexión también es eso, dado que cada caminata tiene una mística distinta en cada persona. Ninguna más. Cada caminata transforma. En mi visita tuve la oportunidad de hacer dos caminatas de día completo, un asado, una cabalgata y una de medio día.
La factura del hospedaje me confirmó que el viaje había llegado a su fin. Me despedí del hotel, de las torres y del staff del hotel con un Carmenere.
La ruta aérea más rápida para llegar al Parque Nacional Torres del Paine es a través del aeropuerto de Puerto Natales, de ahí al parque son escasas dos horas en camioneta. Sin embargo, el vuelo de Santiago a Puerto Natales es bastante estacional. La segunda opción es a través de Punta Arenas; de aquí al Explora son poco menos de cinco horas.
Explora Patagonia. Este lujoso hotel todo incluido se encuentra dentro del Parque Nacional. En nuestra opinión, no solo por la calidad de las habitaciones, los alimentos y las vistas, sino también por los guías y la puma un poco domesticada, es la mejor opción para completar la visita. Si eres un caminante avanzado, se sugiere el plan de siete días.
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