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Pablo Neruda: Comida y escritura

Pablo Neruda: Comida y escritura

Por: Gourmet de México 28 Mar 2018

Pablo Neruda siempre tuvo a la comida como un elemento que le aportaba inspiración. Sus obras celebran el buen comer y la compañía irremplazable del […]

Pablo Neruda siempre tuvo a la comida como un elemento que le aportaba inspiración. Sus obras celebran el buen comer y la compañía irremplazable del vino.

 

Pablo Neruda es nombre por el que se conoció a Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, poeta chileno cuya labor fue honrada con el Premio Nobel de Literatura en 1971. Para Gabriel García Márquez, Pablo llegó a ser “el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma”.

En el proceso creativo de Pablo Neruda, la comida tenía un lugar especial. Muchas de sus composiciones llegan a emplear objetos cotidianos de la cocina para expresar metáforas o bien, para expresar de forma literal su gusto por comer y beber. La pasión con la que escribía se podía equiparar al gusto con el que elegía un buen vino o relataba algunos paisajes de su vida relacionados con la comida, que suele acompañar momentos emotivos y reuniones con familia y amigos. Un ejemplo claro de su fascinación por la gastronomía quedó asentado en “Comiendo en Hungría”, libro que escribió en coautoría con Miguel Ángel Asturias donde detallan distintas anécdotas en diversos escenarios de este país europeo. Las especias, los manjares e incluso los modales están presentes en todo momento de este recorrido para exponer el agrado con que ambos escritores eran partidarios del buen comer. De forma breve, esa misma naturaleza fue expresada en algunos de sus poemas como Oda a las papas fritas, Atención al Mercado o El Gran Mantel, a continuación:

El Gran Mantel

Pablo Neruda

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Cuando llamaron a comer se abalanzaron los tiranos y sus cocotas pasajeras, y era hermoso verlas pasar como avispas de busto grueso seguidas por aquellos pálidos y desdichados tigres públicos.

Su oscura ración de pan comió el campesino en el campo, estaba solo y era tarde, estaba rodeado de trigo, pero no tenía más pan, se lo comió con dientes duros, mirándolo con ojos duros.

En la hora azul del almuerzo, la hora infinita del asado, el poeta deja su lira, toma el cuchillo, el tenedor y pone su vaso en la mesa, y los pescadores acuden al breve mar de la sopera. Las papas ardiendo protestan entre las lenguas del aceite. Es de oro el cordero en las brasas y se desviste la cebolla. Es triste comer de frac, es comer en un ataúd, pero comer en los conventos es comer ya bajo la tierra. Comer solos es muy amargo pero no comer es profundo, es hueco, es verde, tiene espinas como una cadena de anzuelos que cae desde el corazón y que te clava por adentro.

Tener hambre es como tenazas, es como muerden los cangrejos, quema, quema y no tiene fuego: el hambre es un incendio frío. Sentémonos pronto a comer con todos los que no han comido, pongamos los largos manteles, la sal en los lagos del mundo, panaderías planetarias, mesas con fresas en la nieve, y un plato como la luna en donde todos almorcemos.

Por ahora no pido más que la justicia del almuerzo.

 

 

 

Aunque sus amigos cercanos han comentado que su platillo favorito era el caldillo de congrio, un pez chileno sin escamas; también se comenta que disfrutaba en gran medida los guisados de ternera y las ensaladas frescas con berros de la misma forma que se permitía disfrutar budines y arroz preparado de formas distintas, sin hacer distinción en qué tan sofisticada era la comida que degustaba. Evidentemente, sus viajes y la cultura que adquirió con el tiempo lo volvieron un sibarita conocedor del maridaje ideal para cada alimento.

Por Ingrid Cubas @ingrid_cb

Con información de conexionbrando.com

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