El pueblo judío tiene una relación especial con la comida, llena de simbolismos y ritos que le dan un sentido religioso y sagrado a cada detalle de la vida.
El pueblo judío tiene una relación muy particular con la comida, especialmente cuando se trata de los rituales de las festividades más importantes.
Se trata de un simbolismo desarrollado al paso de cuatro milenios, originado en una época en la que la acción de comer tenía un profundo sentido religioso, y generalmente estaba inmersa en rituales relacionados con la fertilidad y la abundancia.
Al paso de los siglos, el sentido evolucionó y se convirtió en tradiciones tan singulares como ricas, que se convierten en el centro de todo lo que se hace en festividades como Rosh Hashaná, el Año Nuevo judío. En esta fiesta, un desfile de alimentos simbólicos precede al desfile de viandas preparadas por diferentes miembros de la familia, mismos que se presentan en un ritual conocido como Séder (orden, en hebreo).
En este proceso se comienza con las tradicionales bendiciones sobre el vino, el pan y las frutas, y luego se procede con las de los dátiles, las granadas, alubias, puerros, betabel o acelga, calabaza, zanahoria, pescado, cabeza de pescado o de cordero y, finalmente, la de acaso el alimento simbólico por excelencia de esta temporada: las manzanas endulzadas. La tradición ashkenazí las endulza con miel, y esta se ha convertido en la práctica más común.
Cada uno de estos alimentos lleva una bendición, y el simbolismo generalmente se construye a partir de similitudes fonéticas. Por ejemplo, dátil se dice Tamar en hebreo, palabra muy similar a Tam, que significa “extinción”. Por ello, la bendición pide que se extingan las enemistades de quienes están celebrando el Año Nuevo. En general, las bendiciones se refieren a que terminen las enemistades y los problemas, a que nuestros enemigos no tengan éxito en sus planes, y —sobre todo— a que el año que comienza sea bueno y dulce, lleno de bendiciones.
El sentido de todo esto no se trata nada más de celebrar una fiesta, sino de descubrir el profundo valor sagrado que también tiene algo tan cotidiano como comer. Y que incluso en lo que comemos podemos encontrar un mensaje y un sentido, para todo aquello que viene con el Año Nuevo.