“Antes de cocinar le rezó a la pasta, por si acaso, pero el primer intento salió horrible.” Hay muy poca gente que sabe que la […]
“Antes de cocinar le rezó a la pasta, por si acaso, pero el primer intento salió horrible.”
Hay muy poca gente que sabe que la albahaca es un gran ingrediente. Esto no es extraño, habiendo tantas otras cosas con mucho mejor aspecto. Catalina Da Ponte era de las personas que lo ignoraba. De ascendencia italiana, amaba la comida pero era incapaz de preparar siquiera unos fideos decentes.
Por: Itandehui Cruz
Su mejor atributo era su perseverancia, de modo que en la casa de sus padres sufrían bastante seguido con sus experimentos y no había celebración sin uno de sus platillos sobre la mesa, mismo que terminaba —intacto— en la bolsa negra de la basura al día siguiente.
Por eso no le sorprendió a nadie que se ofreciera a llevar un platillo para la comida de aniversario de su trabajo. Lo que pasó fue que todos estaban algo preocupados, pues esa semana había entrado un nuevo empleado y nadie le pudo advertir acerca de las dotes culinarias de Catalina. Esto no sería importante si no fuera porque ella había quedado prendada de él y se le iba a romper el corazón cuando viera la expresión de asco en los ojos color albahaca de Ricardo.
Catalina estaba convencida de que la mejor manera de conquistarlo sería con una buena comida, así que, con esto en mente, pasó días enteros con los rizos enterrados en las páginas de sus recetarios hasta que encontró lo que buscaba: lasagna. Era el plato perfecto, sencillo y elegante. El éxito estaba asegurado con muy pocas posibilidades de fracaso. Poner un par de láminas de pasta en remojo era algo que cualquiera podía hacer sin provocar un desastre y el relleno parecía ser un juego de niños.
Antes de cocinar le rezó a la pasta, por si acaso, pero el primer intento salió horrible. Por encima, la lasagna estaba quemada y en el fondo parecía una sopa. Pero Catalina se sentía optimista y aún tenía suficientes ingredientes para un segundo intento. Estaba por recomenzar, cuando recordó las especias que guardaba en la alacena. Fue por todas y las puso frente a ella: pimienta, cúrcuma, polvo de cinco especias, curry y albahaca. Decidió echarlas todas, porque en su lógica no había ni una que no pudiera mejorar su platillo.
Cuando el segundo intento salió del horno, olía raro. Catalina decidió probarlo, por si acaso. Tuvo que escupir la cucharada con la misma velocidad con la que la había puesto en su boca. Parecía muy claro que no podría sacar nada bueno de nuevo, pero no se quería dar por vencida. Levantó la cabeza y miró su mesa de trabajo. Le quedaban los ingredientes justos para una última prueba.
Cuando llegó el momento de rellenar el molde, Catalina suspiró: se había quemado las manos con el vapor de la pasta y el relleno se veía un poco extraño, aunque no estaba tan mal. Todo era muy fácil. Miró las especias pensando en usarlas de nuevo, pero esta vez las tomó y las olió, una por una. Con el frasco de albahaca en sus manos, recordó los ojos de Ricardo y el aroma dulzón despertó a las mariposas de su estómago. Decidió utilizar sólo una.
Pasta, relleno, jitomate, un poco de queso y media pizca de albahaca hasta terminar. Todas sus esperanzas estaban en ese último intento. Esperó frente al horno con los dedos cruzados y en cuanto el queso comenzó a burbujear, sacó la lasagna. Esta vez no olía nada mal, predominaban el queso y la albahaca, Catalina estaba segura de que era el olor de la alegría. Se le hizo agua la boca, pero decidió no probar nada hasta el día siguiente. En cuanto llegó a la oficina y puso su platillo sobre la mesa, sus compañeros contuvieron la respiración, aunque el aroma los hizo inclinarse un poco hacia adelante, con curiosidad.
Ricardo fue el primero en servirse un buen pedazo. Como no estaba advertido de nada, todos tenían curiosidad acerca de su reacción. Las cosas no fueron en absoluto como esperaban: el joven se la terminó enseguida y se sirvió otra porción igual de generosa. A Catalina ya no le importó si nadie más quería probar su platillo, había tenido razón en que llamaría su atención con una buena comida. Los ojos color albahaca de Ricardo le devolvían la sonrisa, ahora ella conocía uno de los ingredientes de la felicidad y eso era suficiente.
“Antes de cocinar le rezó a la pasta, por si acaso, pero el primer intento salió horrible.”
Itandehui Cruz es una cocinera inquieta y también es dibujante. Egresó de la SOGEM y estudia literatura.