Nunca pensé que un viaje de negocios al norte del país me mostrara una filosofía de vida en donde la austeridad es la norma. Llegué en avión a Chihuahua desde la Ciudad de México. Desde las alturas, descubrí que estaba sobrevolando su capital cuando admiré las imponentes serranías a través de la ventanilla —que de igual forma sorprendieron a otros viajeros por lo grandiosas que son—, incluidos varios pasajeros menonitas vestidos con sus atuendos clásicos que demuestran que el tiempo, en su cosmogonía, se ha detenido; como si vivieran en una realidad alterna.
Así descendí del avión. La primera experiencia ya había quedado grabada en mi imaginaria bitácora de viaje, mientras abordaba el taxi que me llevaría a mi hotel. Pero allí, durante el trayecto, la primera impresión que tuve de la ciudad fue la de estar en un pequeño pueblo en Estados Unidos por la limpieza y el trazo urbano de las calles, hasta que comenzaron a destacar una serie de edificios coloniales, mientras me acercaba al Centro Histórico.
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Ya instalada en el hotel, comencé a trazar mi itinerario. La plaza captó mi atención y decidí conocer el primer cuadro de la ciudad. Inicié en el Palacio de Gobierno donde pude admirar increíbles murales realizados por el maestro Aarón Piña Mora en la década de los años 50, obra que ilustra de manera cronológica, la Independencia de México, así como la muerte del cura Miguel Hidalgo, personaje ilustre que fue fusilado aquí mismo, el edificio que en otra época fue el antiguo Colegio de los Jesuitas, entonces habilitado como cuartel y cárcel.
Con la imaginación a todo galope, continué por el templo de San Francisco de Asís, que en 1811 fue utilizado para encarcelar a varios de los insurgentes aprehendidos en Acatita de Baján, entre ellos Miguel Hidalgo, quien fue sepultado aquí, ya con el cuerpo decapitado hasta su exhumación en 1823, año en que fueron trasladados sus restos a la Ciudad de México.
Tomo asiento en la plaza principal e imagino cómo esta ciudad que tuvo un esplendor minero desde el siglo XVII hasta la Colonia, poco a poco fue convirtiéndose en lo que hoy es: el centro neurálgico del estado. Pero mi cabeza no deja de maquilar. Recuerdo que la historia señala que en esta entidad, la información acerca del movimiento de Independencia de México tardó mucho en llegar; por ello, en la práctica no tuvo efecto alguno, sumado a la fuerza militar de Los Realistas que pronto oprimieron a la insurgencia.
Sin embargo, cien años después, con la Revolución Mexicana, todo fue distinto. Aquí el pueblo tuvo el empoderamiento debido a que Chihuahua fue el escenario del movimiento maderista y después, del desarrollo del constitucionalismo y del villismo; el reconocimiento de las figuras heroicas como: Praxedis G. Guerrero, Abraham González, Toribio Ortega, Pascual Orozco, Francisco Villa y muchos otros.
Aunque mi cabeza recrea los enfrentamientos armados que aquí se llevaron a cabo, decido cerrar ese capítulo de la historia y comienzo a disfrutar del presente, ambientado por longevos restaurantes y edificios modernos con diseño, hasta que veo a un grupo de tarahumaras que bajan de la sierra para buscar trabajo o comercializar sus obras artesanales, a pesar de que este grupo indígena es reconocido como el mejor para trabajar la tierra debido a su conexión con ella. Pero tristemente compruebo que la Revolución no hizo justicia con ellos ya que buscan refugio en la ciudad para pasar la noche. Incluso se cuenta que algunos ya no regresan a la sierra debido a que caen en las garras del alcoholismo, cambiando su pueblo con sus legendarias tradiciones por un futuro incierto.
Las grutas Nombre de Dios, a tan sólo 15 minutos del centro de Chihuahua, ofrecen una opción recomendable para los aventureros. Aquí podrás encontrar divertidas figuras y personajes en sus estalactitas; una fortaleza natural de piedra con 17 salas por recorrer.
En Ciudad Delicias se encuentra la casa productora de sotol Hacienda de Chihuahua. Este destilado con denominación de origen está elaborado con la piña de la planta Dasylirion wheeleri.
En la destilería ofrecen recorridos para conocer el proceso de producción, así como una pequeña degustación. La carne asada es un ícono de identidad de las familias chihuahuenses. Amén de ser un platillo típico, se caracteriza por ser asada con carbón de mezquite.
El queso Chihuahua, claro, es otro de los ingredientes que la acompañan, al igual que el vino, industria que poco a poco gana mercado entre los entusiastas de los caldos de uva. Se comprueba con las bodegas Pinesque y Encinillas, por mencionar algunas.
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