Berlín, símbolo del poder absoluto durante la Segunda Guerra Mundial, humillada y vejada, destruida y vuelta a construir, separada y reunificada.
Hace más de 20 años el mundo entero vio por televisión con asombro a jóvenes equipados con picos y martillos que demolían el muro que separaba la ciudad de Berlín en dos partes, culminando con una era gris de los sistemas socialistas en Europa. La historia de una nación
Las imágenes dieron la vuelta al mundo con mucha velocidad y se convirtieron en escenas cultas de los años ochenta. El concierto improvisado de Rostropovich interpretando a Bach, sobrio, sentado en una silla tocando su chelo al pie del malherido muro, resumió el fin de toda una época y el inicio de otra.
Texto y fotos: Héptor Arjona
Berlín, símbolo del poder absoluto durante la Segunda Guerra Mundial, humillada y vejada, destruida y vuelta a construir, separada y reunificada. En la actualidad, la metrópoli alemana se sacude las cenizas de su historia reciente y se impone al mundo de nueva cuenta, abriéndose como una capital moderna, inteligente y ecológica.
Al visitar esta enorme ciudad se tiene la impresión de estar leyendo un libro de historia del siglo XX. Para darse una idea del pulso actual de esta metrópoli basta caminar por la avenida Friedrichstrasse hasta Checkpoint Charlie, que en su tiempo fue una garita que separaba el bloque comunista del resto del mundo, hoy en día relegado a una mera atracción turística.
Los berlineses gustan de aprovechar los espacios verdes; los jardines y parques se ven aglomerados durante los cálidos días de verano, incluso el nudismo es permitido en ciertas partes de la metrópoli. Es una sociedad que gusta del arte en todas sus facetas, las calles y plazas son escenarios de performances y exposiciones artísticas de manera permanente. La tolerancia y el civismo de sus ciudadanos han promovido que esta ciudad se convierta en otro melting pot; gente venida de toda Europa ha aportado algún elemento a la nueva cultura y estilo de vida local.
La arquitectura moderna ha encontrado en Berlín su musa: desde hoteles de diseño, restaurantes, espacios públicos, cines y teatros, todo se está renovando y reinventando en esta ciudad, la cual vive un momento de ebullición después de varias décadas de letargo.
Hay tantos sitios por conocer en toda la ciudad que es imposible hacerlo en una sola visita, se requiere de al menos una semana de estancia, de otra manera, un recorrido rápido se puede realizar en tres días.
Los esenciales son la puerta de Brandenburgo, ícono de Berlín, con una historia extensa y compleja. A pocas cuadras de allí se encuentra el Reichstag o Parlamento alemán, de acceso gratuito, que tiene una moderna cúpula de acero y vidrio construida sobre el techo, desde la cual se aprecia la mayor parte de la ciudad y muchas de sus estructuras colosales.
El monumento a los deportados y al holocausto se encuentra en una explanada poblada por 2 711 estelas de concreto de aspecto frío y abstracto que forman un laberinto rectilíneo de tamaños anárquicos, con un sugerente color gris oscuro. Éste es un sitio para la reflexión y la remembranza de uno de los capítulos más oscuros de la historia contemporánea de aquel país: el nazismo.
La Isla de los Museos, Patrimonio de la Humanidad, es un conglomerado de arte repartido en cinco museos localizados a poca distancia unos de otros, destacando el museo egipcio, que entre sus miles de piezas arqueológicas cuenta con el busto de la reina Nefertiti, novia de la ciudad.
El distrito Prenzlauer es el lugar de moda entre la juventud berlinesa, es donde todo está pasando. Ahí se encuentra la East Side Gallery, una línea del muro que ha sido conservada y en la cual se han plasmado obras de artistas gráficos, pinturas expresivas y grafitos políticos, un verdadero agasajo para los creadores urbanos que tuvieron la oportunidad de exponer su trabajo en esta galería al aire libre de dos kilómetros de longitud.
Las obras muestran el sentir de una época, las ansias de libertad y los momentos históricos de la ciudad. El muro llegó a extenderse a lo largo de 140 kilómetros y, si bien no fue muy ancho, la magnitud de esta absurda edificación bastó para separar el mundo en dos bloques, dando lugar a una contienda psicológica conocida como Guerra Fría.