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Un poema de sensaciones en Victoria

Un poema de sensaciones en Victoria

Por: Melanie Beard 27 Abr 2025

Me dirigí a Victoria para vivir un poema de sensaciones.

Me dirigí a Victoria para vivir un poema de sensaciones. El cielo era un lienzo húmedo, extendido sobre la costa del Pacífico, cuando abordé un pequeño seaplane que parece más un ave con alma que un medio de transporte. Desde Vancouver, la ciudad se fue haciendo cada vez más pequeña, más tímida, hasta que el agua comenzó a ocuparlo todo.

El vuelo con Harbour Air fue breve, pero en esa brevedad cupo la emoción de lo desconocido. El zumbido de las hélices cortaba el aire como una sinfonía ligera, y al llegar, el mar no nos recibió con olas, sino con una caricia: el hidroavión descendió sobre el agua con la suavidad de un susurro, y Victoria se abrió ante mí como una promesa cumplida.

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Por Melanie Beard

Seaplane de Harbour Air

Poema de sensaciones: Fondue on the Veranda

Caminé hacia el corazón de la ciudad, donde el tiempo parece haberse detenido solo para contemplarse en los vitrales y los muros cubiertos de hiedra. Me alojé cerca del emblema, el hotel Fairmont Empress, majestuoso como un castillo de niebla. Allí, en su restaurante Veranda, la tarde se volvió fundido festín. El fondue de queso me habló en lenguas suizas, tibio y denso, mientras el pan crujía como hojas secas bajo los dientes. Luego, como un acto final de una ópera dulce, llegó el fondue de chocolate: oscuro, profundo, casi espiritual. Sumergí frutas y malvaviscos en su vientre tibio y sentí que el tiempo se deshacía como el chocolate en mi boca.

La ciudad me susurraba otras promesas: en Pedego, renté una de esas maravillosas e-bikes que parecen bicicletas pero llevan el espíritu de un cometa. El viento se volvió compañero mientras pedaleaba por las calles antiguas, rumbo al CraigDarroch Castle, un castillo que parecía surgido de un cuento escocés. Sus torres, elevadas hacia un cielo lleno de memorias, guardaban los secretos de la familia Dunsmuir, magnates del carbón y de las pasiones humanas. Cada habitación, cada escalera de madera crujiente, era una carta escrita al pasado. Caminé entre vitrales, tapices, relojes que marcaban horas que ya no existen. En la cima, desde una ventana abierta, contemplé Victoria como si yo también fuera parte de aquella época olvidada.

Fondue at the Veranda

El clásico High Tea

De regreso, con las piernas aún vibrando por el trayecto eléctrico, reservé un lugar en el Pendray Inn para su icónico High Tea. Una exquisita frase en el poema de sensaciones que viví en Victoria, allí, el ritual del té se convirtió en arte. Tazas de porcelana con ribetes dorados, una torre de pequeños manjares: scones, dulces de limón, sandwiches con pepino. La historia se colaba en cada sorbo, en cada conversación murmurada entre los muros centenarios. Me sentí transportada, no solo a otro país, sino a otro siglo. El reloj avanzaba despacio, como si respetara el rito.

Al día siguiente fui al Parlamento, ese edificio neobarroco que mira el puerto con aires de sabiduría. Su fachada es de piedra, pero en su interior hay madera viva, guías que cuentan historias con acento amable, techos que se elevan como plegarias. Disfruté de un tour guiado privado que me narró los valores, las luchas, la historia de una provincia que se mira en los ojos del mar. Desde las galerías hasta el salón legislativo, cada rincón era un eco de decisiones, voces, debates y sueños compartidos.

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High Tea en Pendray Inn

Degustando la ciudad

Y como la ciudad no deja de ofrecer banquetes, una noche me sumergí en el deleite llamado Taste The City. Un recorrido gastronómico por distintos restaurantes, cada uno una puerta abierta al mundo. Probé un poke hawaiano que olía a isla y a juventud, luego pasé a una taberna que servía poutine humeante y ahumado como los bosques canadienses. Más adelante, un restaurante indio me abrazó con sus especias: cúrcuma, cardamomo, jengibre, aromas que hablaban en verso. Cada platillo era un idioma, y yo, en mi apetito, era políglota del gusto. Una experiencia a pie que me llevó a descubrir diferentes partes de la ciudad y enamorarme de la amplia oferta culinaria de Victoria.

Victoria es un poema largo, lleno de imágenes, sonidos y sabores que aún hoy me visitan en la memoria. Es una carta de amor escrita con agua, piedra, chocolate y té. Una ciudad que se siente, se vive, se recuerda.

CraigDarroch Castle

Para mas información: Fairmont Empress Victoria

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