Un lugar donde el tiempo dejó de correr y el alma encontró un refugio suspendido entre el cielo y la historia, Shanghai es esa metrópolis […]
Un lugar donde el tiempo dejó de correr y el alma encontró un refugio suspendido entre el cielo y la historia, Shanghai es esa metrópolis vibrante que late al ritmo del futuro. La ciudad me abrió las puertas de un santuario que respira belleza, diseño y silencios elegantes.
Por Melanie Beard
El Bvlgari es una experiencia que se desliza como seda sobre la piel. Desde mi llegada, supe que algo especial estaba por suceder. Allí, en la ribera del Suhe Creek, el hotel se eleva majestuoso, como si flotara entre las nubes. Las vistas del Bund y el horizonte futurista de Pudong eran lienzos vivos que cambiaban de color con el paso del sol. Me sentí parte de una pintura, observadora de un mundo que se despliega ante los ojos con una quietud que contrasta con el vértigo de la ciudad.
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La arquitectura, firmada por el dúo Antonio Citterio y Patricia Viel, es un poema en piedra, cristal y alma. Cada rincón susurra historias que entrelazan la tradición china con la elegancia italiana. La belleza no es aquí un adorno; es una promesa cumplida. Caminando por los pasillos, sentí la armonía de un diseño que acaricia la mirada, donde cada detalle ha sido pensado como si fuera una joya de la casa Bvlgari.
Mi suite se convertía en un templo del descanso. Amplia, luminosa, silenciosa. Las cortinas danzaban suavemente con el aire, mientras los ventanales abrían el alma a un Shanghai que nunca duerme pero que, desde allí, parecía soñar. Las líneas limpias del mobiliario, los tonos cálidos, la fragancia tenue de madera y té, todo invitaba a habitar no solo el espacio, sino también un estado de ánimo: el de la contemplación.
En las alturas, como suspendido entre las estrellas, el restaurante Il Ristorante – Niko Romito ofrecía algo más que gastronomía: era una travesía sensorial. Cada plato era una obra de arte que celebraba lo esencial, lo puro, lo extraordinariamente simple. El sabor tenía aquí la textura de la emoción, y el vino se fundía con las palabras, con las risas, con ese instante eterno que es compartir una mesa bella.
Y luego, el contraste perfecto: Bao Li Xuan. En el edificio restaurado de la antigua Cámara de Comercio de Shanghai, el pasado se vistió de gala. Allí, la cocina cantonesa se convirtió en un acto de amor a la tradición. Las maderas oscuras, los techos altos, el murmullo de conversaciones lejanas… todo parecía conjurar un tiempo detenido, una elegancia que resiste al olvido.
El spa, de dimensiones casi míticas, era un oasis en medio del cielo. Caminé descalza por sus pasillos como quien entra a un santuario sagrado. Los aromas, las texturas, las manos sabias que devuelven el equilibrio al cuerpo y al alma… Sentí cómo el mundo exterior se desvanecía poco a poco, como si el estrés nunca hubiera existido.
El anuncio de su galardón de dos llaves MICHELIN no sorprende. Este lugar no se limita a cumplir con los más altos estándares del lujo; los trasciende. Es un templo de belleza, un refugio para quienes aún creen en el arte de vivir bien. Y yo, que fui huésped pero también testigo, llevaré conmigo la certeza de que en el corazón de Shanghai existe un rincón donde el lujo se convierte en poesía.
Para más información: The Bvlgari Shanghai